THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Un instante, nuestro instante

«Callados, se miraron. Fuera, el mundo estaba lleno de acción pero ahí dentro, el tiempo se había parado»

Un instante, nuestro instante

Una pareja abrazada. | Unsplash

Amanda se giró en la cama y continuó adornándole a Saúl  la historia de su tarde en el supermercado, en el trabajo y del café que se tomó con las amigas. Su manera de relatar lo más cotidiano, pausada y con cierto tono jocoso de fondo, embelesaba los oídos de su oyente, que no por pretender serlo, lo conseguía. Saúl la oía en parte, aunque prefería viajar por su tono y muecas mientras le  acariciaba la espalda con diseños geométricos que le cosquilleaban la piel.

Amanda levantó un brazo distraída para ofrecerle esa cara B donde la dermis es aún más blanca y más fina. Saúl le lanzó, como una caña de pescar suelta su hilo, una línea recta que recogió en su trayectoria de vuelta con espirales infinitas que le llegaron hasta el ombligo. La agarró del hombro que tenía visible para darle la vuelta y seguir oyéndola mientras le dibujaba cada una de las muecas que se le hacían en la cara. Con la risa, un hoyuelo se le marcaba en la mejilla derecha y allí que iba él presto a hundirle la yema de su índice calibrando la superficie y su profundidad; con la duda, el ceño se le llenaba de arrugas y Saúl se las contaba como el que acaricia los salientes de un acordeón.

Amanda se enteró aquella tarde de un hacer de una de sus amigas que se juzgó con dureza alrededor de las tazas de café. Ella no estaba de acuerdo, su visión de los hechos era más laxa, más comprensiva y se esmeró en detallarle a Saúl el por qué de su contrariedad con el resto de opiniones. Es entonces cuando se incorporó en la cama, reposó su espalda en la pared y comenzó a gesticular como si aquel café de la tarde temprana hubiera comenzado a hacer efecto hiciera apenas unos segundos. Dobló las piernas como en una tarde de playa al sol y Saúl cazó uno de sus pies al vuelo para contarle los dedos y reírse de su tamaño, sobre todo del pequeño. Se unió él a la palabra para contrariarle durante un par de párrafos con no más afán que el de terminar dándole la razón. Amanda puso los ojos en blanco, respiró más sosegada y se derritió como un polo de hielo; se dejó caer de nuevo sobre las sábanas y ante los ojos de él. 

«La mirada de Amanda sobre la de Saúl permanece impávida y brillante y cuando eso ocurre a él la sonrisa le aflora»

Callados, se miraron. Fuera, el mundo estaba lleno de acción pero ahí dentro, aunque la noche hacía rato que había caído, el tiempo se había parado y con él, el huracán de los eventos de la vida.  Trabajos, familias, infancias, amores, recuerdos, proyectos, manías, rutinas, quehaceres, inversiones y ahorros, deseos manifiestos, secretos inconfesos, ganas de mucho y de nada, esfuerzos, deberes, obligaciones, errores, aciertos, juicios, compras y devoluciones, futuros inverosímiles al presente que se proyectan como una película de cine mudo en la mente desvelada de cada uno de los dos. Todo parado. La mirada de Amanda sobre la de Saúl permanece impávida y brillante y cuando eso ocurre a él la sonrisa le aflora. « De qué te ríes, Saúl » , lleva quince años haciéndole la misma pregunta. « De nada, de todo, de nosotros» , le devuelve él siempre la misma respuesta. 

Se le acercó Saúl a darle un beso con los labios cerrados; el primero de una metralleta de besos sonoros. Amanda lo interrumpió asomando una lengua tímida de lagarto. A veces, se dormían así; otras comenzaban a chuparse desde ahí.  Algunas veces tenían hijos y dormían plácidos a esas horas en la habitación al final del pasillo; o no tenían ninguno y así seguiría siendo para ellos dos; otras Saúl salía a hurtadillas de la casa de Amanda para llegar a la suya propia sin ser avistado por ningún viandante que desvelara el  secreto de ambos; o era ella la que se escabullía de la cama del hotel para ocultar su melena roja en la capucha de un anorak muy usado.  También podían ser dos que los kilómetros geográficos definían sus encuentros o que de tan vecinos nunca quisieron pisar el mismo suelo en todos sus modos…  Amanda y Saúl son dos que se entienden y en la ternura de sus cuerpos, el mundo se para. 

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