THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Cuento de Amanvidad

«Despide al espíritu de los Amores Futuros para quedarse en un presente en el que poder seguir haciendo el camino»

Cuento de Amanvidad

Una mujer mira por la ventana. | Wikimedia Commons

Amanda es una mujer arisca, reservada y solitaria. Despotrica de aquellos que, bajo las luces de una ciudad vestida de fiesta, pasean agarrados del brazo o de la mano. Le molesta la imagen visible del amor entre hombres, entre mujeres o entre hombres y mujeres; y alude a la ñoñería o a la falsedad que los amantes ejerzan el gerundio de su propio nombre con carantoñas o miradas tiernas.  En una noche en que la nieve cubría las aceras del centro y  de los barrios de Madrid, víspera de Navidad, el fantasma de Saúl -el último de sus amantes y muerto años atrás- se le apareció golpeando con sus nudillos helados la ventana de su dormitorio y le indicó con un gesto de temblor y frío que le dejara pasar.  Se quedó a los pies de la cama de Amanda y le mostró la cadena que -por fingir autarquía, opulencia e invulnerabilidad- llevaba agarrada a sus pies,  y cuya longitud y  peso debería arrastrar por toda la eternidad. Por cada eslabón, el desvío de un te quiero, de un me gustas o un me importas, de los que Saúl se sacudía el ejercicio por andar a lo suyo y a lo de nadie más. Ha venido a anunciarle a Amanda que le espera un destino aún peor que este suyo; que el escondite donde guarda los pañuelos almidonados que ya no necesitaba porque dijo que no volvería a llorar y el cajón donde los lazos de fiesta pierden el brillo que la luz les confiere porque dijo que no volvería a salir, se tornarán eternos ecos silbados al oído por fríos vientos de invierno para siempre jamás.  Pero esta noche no será él la única de sus visitas; esta noche llamará a su ventana los tres espíritus de la Amanvidad con los que tendrá una última oportunidad de cambiar. 

Amanda se pellizca los carrillos, se palmea las corvas de las rodillas y cierra y abre fuerte los ojos como queriendo despertar y asume, que aun sintiente de todos estos gestos y golpes, algo no anda bien en su cabeza. Cree que es probable que al amanecer tenga un gran dolor en la sien. Se queda despierta, sentada a los pies de la cama viendo cómo la silueta de Saúl se desvanece para a los pocos minutos cobrar la forma de una mujer octogenaria, de figura pequeña, enjuta y de mirada tierna; era el espíritu de los Amores Pasados. Toma de la mano a Amanda y la lleva a través del tiempo.  El espíritu le muestra su infancia; se ve Amanda escribiendo en una libreta,  con un rotulador detrás del otro de diferente color, el nombre del chico que le gusta y cómo cuando le ve, corre a jugar con él mientras le sonríe sonrojada cuando le caza en el pilla-pilla.  En la siguiente visión Amanda reparte flores que recogía en el campo junto a un poema de su puño y letra a aquellos que la contrataban por las pesetas que le pudieran pagar un par de chicles y sus primeros cigarros.  En una visión más, el espíritu de los Amores Pasados navegó con ella en una ráfaga de imágenes que podían ser de nuevo sentidas por Amanda de todos los primeros besos que dio y le dieron; de la ilusión que engrandecía su pecho en cada nuevo encuentro; de los nervios del verse la segunda vez; de las sospechas de una nueva mirada que recaía en ella y cómo la de ella recaía en él. El espíritu le recordó cómo permanecía inmóvil sobre el pecho de él hasta dormirse, noche tras noche… Amanda, llena de ira,  jurando y re-jurando sobre su cajón de pañuelos guardados su repetida lista de jamases, despertó de nuevo en su dormitorio, sentada a los pies de la cama, donde la figura de la mujer anciana y enjuta desapareció. 

Es entonces cuando el espíritu de los Amores Presentes se presentó con su gran tamaño. Envolvió a Amanda junto a él, con su túnica verde,  y salieron por la ventana sobrevolando los copos de nieve que encalaban las calles de la ciudad.  Se asomaron a la casas de algunas amigas de Amanda a las que hacía años que había dejado de contestar.  Una fregaba los platos de una cena para cuatro; otra estaba dormida con los pies sobre los muslos de alguien que se preocupa de que no se le enfríen; la última se entrega a los brazos de un desconocido mientras recibe el primer beso de no sabe cuántos serán… Han escrito todas en un grupo de WhatsApp en el que Amanda ya no ha sido invitada y se preguntan por ella, por qué de ella será-será.  También se asoman a la ventana de su vecino de abajo; se llama Saúl y anda retocando un lazo de cinta a un helecho de gran tamaño para subir a la casa de ella, quizás mañana, en un segundo intento de entrega. Hoy ya lo intentó y no le abrió nadie. Hace tiempo que la oyó desde el balcón lamentarse por no dar con la tecla para salvar esa planta que se le marchitaba despacio y sin pausa. Suele sujetar la puerta del ascensor cuando coincide con ella en el portal; la espera hasta que entra y revisa los buzones intentando escabullirse. A Saúl le intriga su mirada y sus silencios; la ha oído cantar al regar y no sabe por qué, siente curiosidad. 

«Ha recordado sus ganas de conversar, reír y compartir ratos; sus ganas de ver y ser vista; de acariciar y follar; o de discutir sobre algún tema trivial»

Se deshace de la capa de los Amores Presentes que la envuelve, se deshace del abrazo de este espíritu que le muestra es visible, esperada y deseable. Espera con calma al siguiente que no tarda en llegar. 

De la luz de la farola que se cuela por la habitación surge la sombra de Amanda que se proyecta en la pared; de ella, como si de un festival de sombras se tratara, se revuelve  y redibuja una nueva figura que da un paso hacia fuera del muro y se sitúa al lado de Amanda. Es el espíritu de los Amores Futuros y,  apuntando sobre ella con unos ojos huérfanos de rostro, le indicó con su huesudo dedo índice que saltaran juntos sobre la pared para introducirse de nuevo en las  sombras.  Amanda da dos pasos hacia atrás asustada y la figura siniestra pero sin guadaña la empuja fuerte. Amanda se frena en seco, no es el Señor Scrooge, ya se sabe la historia;  no quiere que le enseñen su tumba sin flores, de hecho le importa muy poco que eso pueda llegar a ser así. No necesita de los Amores Futuros tener idea de cómo puede, podría ser o será; hace tiempo que no le importa lo que no puede saber o adivinar; es precisamente esa idea la que en un tiempo le hizo tirar la llave y no querer dar más pasos. Ha despertado esta noche, no volverá a caer en ese error. Despide al espíritu de los Amores Futuros con buenas formas y mucho desinterés, para quedarse en un presente en el que poder seguir haciendo el camino. Ha recordado sus ganas de conversar, reír y compartir ratos; sus ganas de ver y ser vista; de acariciar y follar; de dar algún paseo con un propósito absurdo o incluso de discutir sobre algún tema trivial. Le han vuelto las ganas de que a la vuelta de un café con esas amigas que hace rato que no busca, coincida en el portal con el vecino del segundo, que no está nada mal…  

A la mañana siguiente, Amanda abre las puertas del balcón para que el frío se cuele en su casa y la haga sentir viva. El timbre de la puerta suena; por la mirilla, una gran planta con lazos parece flotar sobre un par de piernas. Abre la puerta y oye: «Hola vecina, Feliz Navidad». 

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