THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

De lo indigno y de lo profundo

«Amanda explica en términos de usabilidad sus ganas de follar. Desde ahí, la oferta de ser follada como un coño útil»

De lo indigno y de lo profundo

Agujero negro. | Wikimedia Commons

No siempre fue así, pero de un tiempo a esta parte a Amanda le gusta pensarse en términos de usabilidad. De un tiempo a esta parte, cuando sobre el deseo del cuerpo que Amanda habría devorado sin tiempos muertos se impuso una restricción de acceso ajena a su voluntad; cuando se le tensaron las ganas con prohibiciones que le disparaban la rebeldía; cuando el capricho insatisfecho le atragantó los alvéolos y aguantó la respiración enrabietada porque nada era como ella quería que fuese; cuando todo eso, desde entonces, Amanda encuentra excitante la vía que la arroja a una estantería de objetos útiles en los que espera su turno sin más voluntad que la de cumplir su función. 

Accesibilidad y disponibilidad, dos máximas con las que Amanda ordena los enseres de una casa que excede el gusto sobrio del minimalismo, las aplica de igual modo al deseo de las manos del otro sobre sí. Al igual que ordena tarros de legumbres, esculturas y camisetas en la posibilidad de ser vistos de un solo golpe, se pavonea Amanda delante de los ojos de los demás mostrando claros indicios de disposición y acceso. Disposición a la ayuda, acceso a su corporalidad; así como una monja se expropia de su condición encarnada y, devota de lo ajeno, se entrega al prójimo de manera incondicional. Sus deseos, aquellos que se revuelven y alarman con la lava incandescente que viste los ropajes de un pecador, sirven de alimento al forcejeo de una caja de Pandora que, de abrirse, la elevarían sobre un instinto aniquilador: el de la voluntad propia. Amanda sube la apuesta, la sublima. Se libra del peso de sus propios deseos, del hacerse cargo, de obligarlos, de cuidarlos o culparlos, para transcribirse en un ente sin valor ni significado: en un agujero. De todos los agujeros imaginables, desde la excelencia poética del horizonte de los eventos de un agujero negro hasta el hueco trazado para albergar por un instante el salto de una pulga de mar; de la categoría agujero que Amanda clasifica en una jerarquía de pureza y dignidad, se elige y muestra desde el más insulso e invisible por cotidiano. Se rinde, vive y entrega desde el peor. 

La usabilidad de Amanda, indigna del virtuosismo de los objetos preciados, enciende como un volcán el magma que desborda el mapa de sus excitaciones. Reducirse a la condición de hueco, de vacío, aviva el sentido de su deseabilidad, el propósito de su existencia. Merma la complejidad de sus pensamientos y haceres en una metamorfosis hacia la nada; un agujero cualquiera, un agujero más donde quien entre a importunar el equilibrio de una vida vacía de amor – llenándola de él – pueda frotar la envergadura de su falo hasta hacerlo resonar sin llegar a ser vista. De tan vista que es; de tanto que Saúl se le clava en la pupila mientras ametralla su espina dorsal; de tan sabida, conocida y desvelada por él; de lo tan imposible de mantenerse opaca ante sus brazos y su aliento; Amanda elige convertirse en un agujero cualquiera, en un agujero más que hornee los panes y peces que alimentan el vértigo de sus encuentros. 

Amanda explica en términos de usabilidad sus ganas de follar con él. Desde ahí, la oferta de ser follada como un coño útil; como un refugio en el que resarcirse de todo lo que no son ellos; como un agujero sin gloria sobre el que vengar rabias, desdichas y sinsabores; como un agujero vulgar que cumple las bases de una utilidad sencilla y sin pliegues, la eleva hasta sentir cómo el resbalar su lefa candente le acaricia los muslos.

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