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Sus síntomas se parecen, pero no son lo mismo: diferencias entre SIBO e intestino irritable

En boga mediática desde hace tiempo, conviene comprender que no se trata del mismo fenómeno

Sus síntomas se parecen, pero no son lo mismo: diferencias entre SIBO e intestino irritable

Un hombre comiendo. | ©Freepik.

En los últimos años, la salud digestiva ha ganado un protagonismo notable en medios de comunicación, redes sociales y consultas médicas. Cada vez más personas prestan atención a lo que comen y cómo les sienta, lo que ha llevado a popularizar conceptos como el SIBO o el síndrome del intestino irritable, a menudo mencionados como si fueran sinónimos o compartieran un mismo tratamiento. Sin embargo, esa simplificación puede llevar a malentendidos e incluso a errores en el abordaje de los síntomas. De ahí que las diferencias entre SIBO e intestino irritable son sustanciales e importan.

El auge de las dietas específicas, los suplementos digestivos y la búsqueda constante de un bienestar intestinal ha dado visibilidad a afecciones que antes pasaban más desapercibidas. Entre ellas, el SIBO —siglas en inglés de sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado— ha empezado a aparecer en conversaciones cotidianas, frecuentemente relacionado con molestias digestivas que también podrían atribuirse al colon irritable.

Por eso, conviene trazar una línea clara entre estas patologías. Aunque puedan presentar síntomas similares como hinchazón, gases o cambios en el ritmo intestinal, su origen y tratamiento no son los mismos. Saber diferenciarlas es clave para poder tomar medidas adecuadas y mejorar la calidad de vida de quienes las padecen.

Las diferencias entre SIBO e intestino irritable

El SIBO (Small Intestinal Bacterial Overgrowth) es una condición en la que se produce una proliferación excesiva de bacterias en el intestino delgado, una zona del aparato digestivo donde normalmente la presencia bacteriana es limitada. Esta acumulación anómala puede provocar digestiones difíciles, hinchazón, diarreas o incluso déficits nutricionales, ya que las bacterias interfieren en la absorción de nutrientes.

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Dependiendo del problema, la alimentación juega un papel u otro en su desempeño. ©Freepik.

El colon irritable, o síndrome del intestino irritable (SII), es un trastorno funcional del intestino grueso que afecta al ritmo y la forma de las evacuaciones. Se desconoce una causa única, pero suele estar relacionado con factores como el estrés, la dieta, alteraciones en la microbiota y una mayor sensibilidad visceral. Los síntomas más comunes incluyen dolor abdominal, gases, estreñimiento, diarrea o una alternancia de ambos.

La confusión entre ambas patologías es comprensible: los síntomas se superponen en muchos casos, y sin pruebas específicas es difícil diferenciarlas. Una persona con SIBO puede pensar que tiene SII si solo se basa en sus molestias digestivas, y viceversa. Además, en algunos pacientes pueden coexistir ambos cuadros, lo que complica aún más el diagnóstico y el tratamiento adecuado.

Cómo se pueden minimizar sus efectos

En el caso del SIBO, el tratamiento suele iniciarse con antibióticos específicos como la rifaximina, que actúa localmente en el intestino sin afectar al resto del organismo. En algunos casos, dependiendo del tipo de gas predominante (hidrógeno o metano), puede combinarse con otros antibióticos como neomicina. A esto se suma el ajuste dietético. Aquí, la dieta baja en FODMAPs o incluso la dieta elemental (fórmulas líquidas específicas) puede ayudar a reducir la fermentación bacteriana. No obstante, es fundamental tratar las causas subyacentes, como alteraciones en la motilidad intestinal (por ejemplo, gastroparesia) o problemas estructurales (como adherencias o divertículos), para evitar recaídas frecuentes.

Para el síndrome del intestino irritable, el enfoque terapéutico varía según el subtipo: con predominio de diarrea, estreñimiento o forma mixta. En casos con predominio de diarrea, se pueden emplear antidiarreicos como la loperamida o el alosetrón (este último solo en casos seleccionados). En los casos con estreñimiento, laxantes osmóticos o linaclotida pueden ser útiles. Además, se ha demostrado la eficacia de ciertos antidepresivos a dosis bajas. En este caso, se citan los tricíclicos o los inhibidores de la recaptación de serotonina, para modular la sensibilidad visceral. La dieta baja en FODMAPs también ha demostrado buenos resultados, al igual que el uso de probióticos específicos, aunque su eficacia puede variar según la cepa.

Tanto en SIBO como en el SII, el abordaje debe ser individualizado y supervisado por profesionales. El estilo de vida también juega un papel clave. Hacer ejercicio físico regular, evitar comidas copiosas o muy ricas en grasas, y mantener una rutina de sueño adecuada puede marcar la diferencia. Algo de lo que hemos hablado varias veces en THE OBJECTIVE. En el caso del SII, la conexión entre cerebro e intestino es tan importante que muchas guías clínicas recomiendan incluir terapia psicológica (como la terapia cognitivo-conductual) o hipnoterapia intestinal como parte del tratamiento en pacientes con síntomas persistentes.

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