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¿Puede la pasión por viajar convertirse en una obsesión? Qué es el síndrome Wanderlust

Determinar si los viajes se han convertido en una evasión perpetua, puede hacernos ver el porqué del comportamiento

¿Puede la pasión por viajar convertirse en una obsesión? Qué es el síndrome Wanderlust

Una mujer durante sus vacaciones. | ©Freepik.

Viajar se ha convertido en uno de los grandes placeres de la vida moderna. En las sociedades desarrolladas, los desplazamientos por ocio son cada vez más frecuentes y deseados. Ya no se trata solo de descansar, sino de sumergirse en otras culturas, descubrir nuevas formas de vida y ampliar horizontes personales.

Para muchas personas, los viajes suponen un paréntesis necesario que rompe la rutina y ofrece una forma legítima de evasión. Un fin de semana en una ciudad europea, unas semanas en Asia o un road trip improvisado… todo vale con tal de sentirse vivo y en movimiento. La experiencia se convierte casi en una necesidad emocional, un ritual que da sentido al calendario anual.

Pero ¿qué ocurre cuando ningún destino es suficiente, cuando el viaje en sí ya no llena y lo único que importa es planificar el siguiente? Esta sensación de insatisfacción constante y deseo permanente de movimiento podría estar relacionada con el llamado síndrome Wanderlust. Lo que empieza como una pasión legítima puede derivar, en algunos casos, en una obsesión que afecta al equilibrio personal.

Qué se entiende por síndrome Wanderlust

Aunque muchas personas hablan del síndrome Wanderlust, es importante aclarar que no se trata de un trastorno psicológico reconocido por los manuales clínicos oficiales como el DSM-5 o la CIE-11. No obstante, en los últimos años se ha documentado de manera informal y clínica un conjunto de comportamientos que podrían agruparse bajo esta etiqueta. En este contexto, el término síndrome se utiliza más como una forma de describir una pauta común que como un diagnóstico médico.

El término proviene del alemán wanderlust, que se podría traducir como «deseo de caminar» o «ansia de viajar». Quienes lo experimentan sienten una necesidad intensa y constante de descubrir nuevos lugares, al punto de que estar quietos les genera ansiedad o malestar. Esta búsqueda permanente de destinos nuevos no responde tanto a la curiosidad como a una necesidad compulsiva de movimiento.

Las personas con este patrón de comportamiento tienden a sentirse incompletas si no están viajando o planeando el próximo viaje. Suelen experimentar una sensación de vacío o frustración cuando se ven obligadas a permanecer en un entorno estable por un tiempo prolongado. Además, pueden idealizar los viajes como única fuente de felicidad, lo que provoca un ciclo de insatisfacción y búsqueda perpetua. Pero insistimos: sin un reconocimiento clínico, hablar de padecer el síndrome Wanderlust es más una construcción social que un diagnóstico con base científica.

El precedente histórico: la dromomanía

Aunque el síndrome Wanderlust no cuenta con respaldo científico, sí tiene un precedente histórico sorprendente: la dromomanía. Este término fue acuñado en el siglo XIX por el médico francés Philippe Tissié para describir un caso llamativo: el de Jean-Albert Dadas, un hombre que desaparecía durante semanas y recorría grandes distancias sin recordar cómo había llegado hasta allí. Su comportamiento fue clasificado como una especie de fuga impulsiva sin causa aparente.

La dromomanía se entendía como una necesidad patológica de caminar o viajar, acompañada de un estado mental alterado. En aquella época, se consideraba una forma de histeria masculina y se relacionaba con la pérdida de control sobre los impulsos. Aunque el enfoque médico de entonces ha quedado obsoleto, es interesante ver cómo algunas de esas características –la urgencia por moverse, la desconexión emocional con el entorno cercano, la búsqueda constante de lo nuevo– se parecen a las que hoy atribuimos al síndrome Wanderlust.

¿Puedo sufrir el síndrome Wanderlust?

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Prestar atención a determinadas señales nos pueden hacer ver que el comportamiento evasivo tiene otro trasfondo. ©Freepik.

Si al volver de un viaje ya estás planificando el siguiente, si tu estado de ánimo depende de la posibilidad de escaparte, quizá te convenga hacerte algunas preguntas. ¿Sientes ansiedad cuando llevas mucho tiempo sin moverte? ¿Te cuesta disfrutar del presente porque siempre estás soñando con otro lugar? ¿Idealizas los viajes como la única vía de felicidad posible? Estas preguntas pueden ayudarte a detectar si tu relación con los viajes ha dejado de ser sana.

No se trata de demonizar el deseo de viajar, sino de prestar atención a cuándo deja de ser una elección consciente y se convierte en una necesidad incontrolable. Si detectas una pauta obsesiva en tu conducta, es recomendable introducir pausas y trabajar en el vínculo con el presente. Establecer rutinas gratificantes en tu día a día, practicar la atención plena y preguntarte qué estás intentando evitar con tanto movimiento son pequeños pasos que pueden ayudarte.

Viajar es, sin duda, una fuente de enriquecimiento personal. Pero cuando se convierte en la única forma de sentirse bien, conviene mirar más allá del billete de avión. A veces, el destino que más cuesta alcanzar es precisamente el de estar bien con uno mismo, esté donde esté.

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