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¿Puede la deshidratación afectar a la calidad de nuestro sueño? Este estudio cree que sí

Aunque la muestra de la investigación no es amplia, apunta a una posible correlación más que interesante

¿Puede la deshidratación afectar a la calidad de nuestro sueño? Este estudio cree que sí

Un hombre bebiendo agua. | ©Freepik.

Imagínate: haces todo aparentemente bien. Has practicado deporte por la tarde y luego cenaste algo ligero. Has evitado mirar pantallas justo antes de dormir y no llevaste a la cama preocupaciones ni estrés. No echaste una siesta larga durante la tarde ni consumiste café u otros estimulantes. Y, sin embargo, cuando te tumbas, el sueño no llega: estás dando vueltas sin conseguir conciliarlo. Puede que hayas comprobado mil causas —ruido, temperatura, rutina— y sin embargo el insomnio insiste. Según un estudio reciente, podría ser que en realidad el problema no esté en el dormitorio, sino que tu dormir dependa de la deshidratación.

Porque incluso si tu día parece perfecto, faltar de agua puede alterar procesos internos que afectan al sueño. Esa sed sutil que no notas puede estar actuando silenciosamente sobre tus ritmos biológicos, sobre tu sensación de cansancio y hasta sobre la facilidad con la que entras en el sueño profundo. Por eso este estudio plantea una hipótesis provocadora: quizá una adecuada hidratación no solo es buena para la salud general, sino también para dormir mejor.

Cómo la deshidratación podría influir en nuestro dormir y descanso

El estudio analizado parte de una investigación realizada por la Texas Tech University y publicada en la revista médica SN Comprehensive Clinical Medicine. En él, los investigadores seleccionaron 18 hombres jóvenes universitarios como participantes para una intervención controlada. Durante cuatro noches consecutivas, los sujetos siguieron distintos patrones de hidratación. En una fase de referencia (euhidratación) bebieron unos 500 mililitros de agua por la noche. Luego, en una fase de deshidratación controlada se restringió su ingesta de líquidos. Finalmente, se permitió que volvieran a beber y alimentarse normalmente.

Para monitorear el estado hídrico, los investigadores utilizaron varios marcadores de hidratación. Algunos ejemplos fueron la concentración de solutos en la orina, el color de la orina y la pérdida de masa corporal. Los participantes también informaron cada noche cuánto tardaban en dormirse, si despertaban durante la noche, la calidad subjetiva del sueño y su sensación de fatiga.

Los resultados mostraron una asociación llamativa: en el estado de ligera deshidratación, los sujetos durmieron más tiempo en promedio que en las fases bien hidratadas, pero les costó más conciliar el sueño y declararon mayor fatiga al acostarse. En particular, aunque el tiempo de sueño aumentaba, las medidas de calidad subjetiva (despertares, cantidad de sueños, autoevaluación del sueño) no mostraron diferencias estadísticamente significativas. En otras palabras, la duración del sueño se alargaba. Lo curioso es que no parecía traducirse en un descanso más reparador; de hecho, la sensación de somnolencia aumentaba.

Los autores sugieren que ese desfase podría deberse a que la deshidratación implica un estrés fisiológico leve que dificulta el inicio del sueño. De tal modo, el cuerpo compensa prolongando el tiempo total de descanso. Respecto a cantidades, el estudio parte de que 500 ml de agua por la noche servirían en la fase de referencia para mantener una hidratación adecuada antes de acostarse. Aunque no establecen un volumen óptimo universal, subrayan que consumir líquidos de forma regular a lo largo del día y garantizar cierta ingesta antes de dormir puede evitar ese estado de deshidratación leve que dificulta conciliar el sueño.

La letra pequeña del estudio

Es clave tener en cuenta que este estudio plantea hallazgos muy preliminares y no pueden extrapolarse sin cautela. Primero, la muestra es muy reducida: apenas 18 hombres jóvenes participaron en la intervención. Esa limitada dimensión impone que las conclusiones no puedan generalizarse a mujeres, personas mayores o con condiciones de salud diversas.

Además, el entorno fue muy controlado: los sujetos estuvieron bajo supervisión durante días consecutivos y siguieron pautas estrictas de ingesta de líquidos y dieta. En la vida real, nuestras rutinas, el consumo de alimentos y de café u otros líquidos, así como factores ambientales, varían mucho más. Esto implica que la correlación observada entre hidratación y sueño podría depender de ese contexto experimental y no reflejar con precisión lo que ocurre en un dormitorio normal. No obstante, sí apunta a una realidad que ya tiene más literatura médica como son es la de los efectos de la deshidratación en el descanso.

Finalmente, aunque se halló aumento en el tiempo de sueño y dificultad para dormirse bajo deshidratación leve, no hubo diferencias estadísticamente significativas en los parámetros subjetivos de calidad del sueño —como despertares nocturnos o número de sueños— entre los distintos estados. En ese sentido, más que afirmar que la deshidratación causa dormir mal, los autores se limitan a indicar una posible correlación que merece exploraciones con muestras más amplias y diversidad de perfiles.

Cómo afecta la deshidratación a nuestro organismo

La deshidratación, incluso en grados leves, afecta de forma cotidiana funciones fisiológicas básicas. Cuando falta agua, la sangre se vuelve más concentrada, la presión sanguínea puede alterarse y el organismo debe esforzarse más para mantener el equilibrio homeostático. Esto implica una demanda adicional de regulación en el sistema cardiovascular. Además, los riñones tienen que trabajar con mayor intensidad para concentrar la orina y conservar líquidos, lo que puede generar sensación de cansancio y desequilibrios de electrolitos. Algo de lo que ya hemos hablado en THE OBJECTIVE.

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La deshidratación continuada influye muy negativamente en nuestro rendimiento cotidiano. ©Freepik.

En el sistema nervioso, la hidratación moderada es importante para mantener la eficiencia en la transmisión de señales, la regulación térmica y la funcionalidad de las células cerebrales. Una ligera deshidratación puede alterar la producción de algunas hormonas, como las relacionadas con el estrés, y afectar la sensación de somnolencia o vigilia. En ese sentido, esa tensión extra fisiológica puede dificultar que el cuerpo baje el ritmo y entre en el ciclo del sueño con suavidad.

Para mantenernos bien hidratados, lo recomendable es beber agua regularmente a lo largo del día. Por eso, no hay que esperar a tener sed e incluir alimentos ricos en agua (frutas, verduras, caldos…). También debemos evitar pérdidas excesivas (evitar esfuerzo físico sin reposición, ambientes muy secos). Y aunque no hay un trago mágico final antes de dormir, asegurar una ingesta moderada de líquidos unas horas antes puede evitar que al acostarte estés ya en un estado de hipohidratación leve.

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