El terror de los seguros no son los conductores malos, sino los empleados con supercoches
El 21 de abril no va a ser un día que cierto mecánico alemán recuerde con cariño en lo sucesivo
Tuvo que dormir fatal. La fiebre que el pasado sábado noche tuvo que atacar al infortunado trabajador de un taller de Sttutgart debió ser la propia de uno de los peores días de su vida. La razón es que no te ocurre a menudo que estrelles un Ferrari valorado en tres millones de euros que su propietario ha dejado para una revisión.
Del Ferrari F40 solo se construyeron 1.311 unidades, de las que se calculan que quedan con vida alrededor de la mitad. La otra mitad pasaron a mejor vida —es un decir— tras dolorosos accidentes, incendios o lo que le ocurrió a este mecánico alemán de 24 años. No se sabe mucho acerca de lo que causó el accidente, aunque se barajan dos posibilidades: un exceso de velocidad o un problema técnico que hizo que el conductor perdiera el control.
Daños no letales
En diversas imágenes del accidente distribuidas por las redes sociales, se pueden observar sobre todo daños en la parte frontal del deportivo italiano. El capó, los paneles laterales delanteros, el parachoques y otros componentes del F40 se dispersaron varios metros alrededor del lugar del accidente. Parece ser que la suspensión delantera y los frenos también sufrieron algunos daños de importancia. A pesar de todo y que las reparaciones cuesten una locura, no parece ser una pérdida absoluta.
El que apenas sufrió lesiones reseñables fue su conductor, que fue llevado a un hospital cercano, y del que salió por su propio pie horas después de ingresar. A pesar de ello, el 21 de abril no va a ser un día que el mecánico recuerde con cariño en lo sucesivo.
El Ferrari en cuestión estaba a la venta en la popular web de venta de vehículos Mobile, pero el anuncio fue retirado de inmediato cuando el coche dejó de estar disponible. En esa misma página hay otros F40 a la venta, con precios que oscilan entre 2,3 y 3,3 millones de euros.
El modelo se construyó entre 1987 y 1992, y fue el último cuyo diseño y construcción supervisó el legendario Enzo Ferrari. La marca del cavallino rampante ha creado modelos con posterioridad más avanzados, más potentes, más rápidos y más impactantes, pero ninguno como el F40. Dicen los entendidos y puristas que nunca ha vuelto a ver la luz un deportivo tan salvaje como este. Cuando nació, fue de manera instantánea el coche más rápido del mundo. Alcanzaba los 324 km/h gracias a sus 471 caballos de potencia… hace cuarenta años.
Casos variados
Pero no es el primer, ni será el último caso, de empleados que se empeñan en destruir coches únicos. Tan doloroso como este debió ser cuando Hamilton estampó un Ferrari F50, el sucesor natural del F40 en 2009. Pero no Lewis Hamilton, el siete veces Campeón del Mundo de Fórmula 1, sino un ayudante del fiscal llamado J. Hamilton Thompson. Junto a un agente del FBI cuyo nombre no trascendió, dejaron para el arrastre un Ferrari F50 envuelto en una historia bastante peculiar.
El F50 emergió tras la puerta de un garaje particular dentro de una investigación, y la Oficina de Investigaciones Federales —el FBI— decidió incautarlo. El deportivo fue llevado a las instalaciones gubernamentales, y uno de los agentes convenció al ayudante fiscal para darse una vuelta. Menos de un minuto más tarde estaba estampado contra un árbol. En su informe explicó que hacía falta moverlo porque necesitaban el espacio, y que el accidente que sufrieron se debió a unos neumáticos desgastados. También se pudo leer que el coche tenía algunos rasguños y arañazos. Lo que no ponía, pero quedó patente a ojos de todos, es que habían partido el costosísimo chasis de fibra de carbono.
Cuando Ferrari se planteó construirlo, hicieron un cálculo que apuntaba a que solo encontrarían 350 clientes, así que fieles a la filosofía de Enzo Ferrari, hicieron 249 unidades, o sea, las que eran previsibles que se vendieran menos una. A Estados Unidos llegaron unas cincuenta unidades de este modelo, costaban algo menos de medio millón de euros —de 1995— y todos fueron vendidos incluso mucho antes de ser producidos.
Coches muy exclusivos
Para evitar la especulación, un fenómeno ocurrido con anteriores lanzamientos de series especiales, Ferrari limitó la reserva a un solo ejemplar por cliente. También impuso la prohibición de venderlo antes de transcurrir dos años tras la fecha de entrega. Además, Ferrari no te vendería un F50 si antes no habías tenido un F40. El Sultán de Brunei se hizo con seis, todos de distinto color. De alguna manera se hizo con ellos, porque en principio «solo» se le conocen tres F40 en su palacio.
La unidad que cayó en manos del FBI tuvo una interesante historia detrás. Este F50 fue robado en 2003 en un concesionario de Pensilvania. Un buen día, un tipo con buen aspecto y pinta de que podría pagarlo, solicitó una prueba al encargado. Los dos salieron a la carretera, con el vendedor al volante del coche y su cliente sentado en el asiento del copiloto. En algún momento, este pidió poder manejarlo. Cuando intercambiaron los asientos, el ladrón fue más rápido, y dejó tirado en la cuneta al cariacontecido comercial. Y ahora cualquiera daba alcance al Ferrari… a pie.
El coche desapareció del radar hasta 2008, y tras una larga investigación, fue localizado en Kentucky. El tipo que lo había robado era un piloto de línea aérea, que no podía permitirse un dispendio semejante, y decidió conseguirse un Ferrari por el procedimiento del tirón. Pero no era el primero que conseguía así: era el tercer Ferrari que robaba por un método parecido.
En cuanto al accidente, la compañía aseguradora reclamó 750.000 dólares, que era lo que calcularon que costaría la reparación del vehículo. Técnicamente, la Motors Insurance Corp. Era la propietaria del vehículo después de haber pagado la indemnización por el robo cuando el vehículo fue sustraído en 2003.
Ejemplo cinematográfico
Un empleado de Cristiano Ronaldo atravesó una tapia con un Bugatti propiedad del astro futbolístico en 2022, pero más llamativo fue un caso que acabó reflejado en un guion de Hollywood. En la película Ferris Bueller day off, que se tituló en la España de 1987 como Todo en un día, hay una escena que dicen está basada en un hecho real. Hace referencia a una historia en la que un aparcacoches fue encargado de estacionar un carísimo deportivo. Emocionado, decidió darse unas vueltas y disfrutar de un vehículo tan especial.
Antes de devolverlo se dio cuenta de algo: su kilometraje se había incrementado en la distancia que tenía registrada cuando le fue entregado, y sabía que el propietario se daría cuenta. La solución fue subirlo en unas patas elevadoras y hacer rodar el motor en modo de marcha atrás, para que el contador desandase lo andado. Acabó mal: el coche cayó de sus soportes, adquirió tracción, y salió volando por un pequeño acantilado.
Cierto o no, la cara del actor Alan Ruck, que encarnaba al responsable del desaguisado en la cinta, tuvo que ser bastante parecida a la que se le quedó al mecánico alemán que el pasado fin de semana estrelló un Ferrari F40. Para disimularla no hay efecto especial de cine que valga. Para la factura tampoco.