Todo el mundo es un coñazo menos Hugh Grant
«Si todo es machista y racista, llega un momento en que nada lo es porque cada aspecto de la vida pública está regulado por lo políticamente correcto»
Hubo una época en que tres eventos televisivos anuales que se producían en Estados Unidos nos interesaban mucho a muchos. En que incluso quedábamos con amigos, fans también de la cultura estadounidense, y pasábamos la noche en vela. El espectáculo era lo que se suponía que debía ser: diversión a lo grande. Algo que nos sacaba de la rutina. Esos espectáculos eran la final de la Super Bowl, el desfile de Victoria’s Secret y, por supuesto, la gala de los Oscar.
Para las dos primeras cosas bastaba con saber qué dos equipos disputaban el partido y elegir uno -por cosas tan importantes como en qué equipo jugaba el marido de Giselle Bündchen o cuál sería el equivalente al Real Madrid y cuál al Barça dependiendo de qué zona del país eran- o qué modelo iba a lucir el Fantasy Bra, que cada año se realizaba con joyas más espectaculares que el anterior. Para los premios de cine, sin embargo, existía un ritual más especial: había que ver las películas antes, hacer tu apuesta particular y esperar con emoción para ver si acertabas.
Hoy en día, no paso una sola noche en vela como no sea porque mis hijos están enfermos. Los deportes, todos, acaparan titulares en función de si los jugadores se arrodillan para reivindicar que Black Lives Matter. El desfile de lencería más famoso del mundo desapareció en 2018 tras ceder ante los activistas que denunciaban que «promovía una imagen irreal» y hace pocos días los responsables de la marca anunciaron que lo recuperarían a finales de año, pero con una nueva versión «inclusiva». Que la gracia del asunto era ver a esas mujeres «irreales» como algo aspiracional -supongo que si entrevistamos a 100 mujeres, unas 99 elegirían parecerse a Giselle o a Adriana Lima antes que a una alta carga del Ministerio de Igualdad-, o simplemente por la nada vergonzosa afición de contemplar la belleza, en 2023, no se puede decir.
Todo es machista. Todo es racista. Y llega un momento en que nada lo es porque cada aspecto de la vida pública está perfectamente regulado por lo políticamente correcto. No hay nada impredecible, no hay nada original. Solo se puede ofender a un grupo político -los conservadores- y a un grupo religioso -los cristianos-. Así, Eduardo Casanova puede sentirse un genio transgresor haciendo un cartel que roza la blasfemia de su no exactamente taquillera película La Piedad y siendo un simple mamarracho. En 1984 Madonna escandalizaba con Like a Virgin, y tenía un pase. De hecho, yo soy bastante fan de la Reina del Pop. Incluso ahora que ha mutado en Maradona por el exceso de bótox.
«Hemos dejado que todo se convierta en un coñazo: los premios y trabajos se reparten por razas y sexos, la valía de cada cual ha dejado de contar»
De los Oscar mejor ni hablar. Desde que en 2020 se anunció que incluirían criterios «de diversidad» y varios actores negros boicotearon la gala por ser «muy blanca», dejaron de tener razón de existir. Ya no se premia hacer una buena interpretación, destacar en un trabajo. Se premia ser «no blanco». ¿Qué es eso? Pregunten a los medios que han titulado así estos días en referencia al Oscar a mejor intérprete femenina de la malasia Michelle Yeoh. Lo entiendo cuando se refieren a Halle Berry, que le entregó el premio y es, evidentemente, negra. A Yeoh, por más que la miro no la veo azul ni nada por el estilo. La actriz asiática le arrebató el galardón a la gran favorita, Cate Blanchett, que efectivamente es muy muy blanca. Y mejor actriz, eso también.
Y así hemos dejado que todo se convierta en un enorme coñazo: los premios y trabajos se reparten por razas y sexos, la valía de cada cual ha dejado de contar. «Lo personal es político», que dijo Pablo Iglesias. O más bien, lo político es personal. Aquiles y la Sirenita son negros. James Bond puede ser en cualquier momento una mujer. Hasta Los Bridgerton, serie que empieza siendo una cursilada divertidísima y termina siendo un pornazo para gordas que se tocan -¿Pam?, ¿qué Pam? Eso lo han dicho ustedes, no yo- incluye a la mitad de actores «de color», porque como todo el mundo sabe, los ingleses estaban enormemente preocupados por la diversidad racial a finales del siglo XVIII.
Y hablando de ingleses, menos mal que siempre nos quedará Hugh Grant, la única cosa decente de los últimos Oscar. El actor boicoteó una entrevista de la modelo –curvy, por supuesto- Ashley Graham al inicio de la gala. El protagonista de Bridget Jones respondió que llevaba «su traje» cuando le preguntaron por su ropa. Solo hubiera podido mejorarlo si le llega a preguntar él a ella por qué iba en faja con unas telillas encima. Yo me quedé con ganas de saberlo.