El canalillo de Cuca
«Busqué la imagen y sí. Para mí estas cosas suman, siempre suman. O no suman si no hay nada que sumar»
1. Tamames, de cuya vejez no se ha dejado de hablar, ha resultado ser el más moderno. No solo puso a la venta su discurso de la moción de censura en Amazon el mismo día de la votación, sino que su candidatura ha sido un ejercicio vanguardista de periodismo gonzo: se prestó a vivir la experiencia solo para contarla. Han pasado tres días. El libro también lo debe de tener ya terminado.
2. La moción me pilló en Madrid cuando comenzaba la primavera. Estuve paseando con los auriculares puestos y, cuando algo me llamaba la atención, sacaba el iphone para ver las imágenes. El contraste entre el deprimente Congreso y la pujante calle soleada me producía sentimientos encontrados: el primero, quizá, el de una felicidad que no se correspondía con la política. El discurso de Tamames lo vi en la cervecería Santa Bárbara, junto al ventanal, con el iphone apoyado en el cuenco de las aceitunas. Confieso que corté en cuanto retomó la palabra Sánchez: regresar de la sintaxis, aunque esta saliese con un hilillo de voz, al anacoluto (también político-moral) estropeaba mi cerveza. En los días siguientes se impuso el profesional que debo ser y repasé vídeos y tertulias. En la de Losantos de la segunda sesión, se resaltó que Cuca Gamarra habló desde la tribuna con canalillo. Busqué la imagen y sí. Para mí estas cosas suman, siempre suman. O no suman si no hay nada que sumar, pero entonces queda algo incontestable, que justifica una jornada: el canalillo.
3. Tal vez lo más importante que ha pasado en la cultura española, hispánica (incluyo la catalana), en los últimos cincuenta y cuatro años (cuento desde la publicación de su primer libro, La filosofía y su sombra) sea Eugenio Trías. La decantación filosófica va despacio, pero creo que alguna vez será reconocida esta época como su época y a nosotros nos corresponderá el para entonces difuso honor de haber sido sus contemporáneos. En el libro Entrevistas 1970-2011 que ha preparado Francesc Arroyo para recordar el décimo aniversario de su muerte, se le oye hablar en directo sobre su obra, sus circunstancias personales, la situación del país y del mundo, con las pinceladas de cada entrevistador, siempre indicativas en las presentaciones de su momento, del significado que va adquiriendo su figura. La sucesión es preciosa, es como una proyección cambiante del que iba siendo. El tiempo es aliado del arte de la entrevista. Al final el libro queda como la mejor síntesis, la mejor introducción a su vida y obra. A mí, que lo descubrí en una deslumbrante conferencia de los años ochenta en la Complutense, me alegra que la biblioteca más bonita de Madrid, la del Retiro, lleve su nombre, y que esté situada (¡qué apropiado para un filósofo como él!) en la antigua Casa de Fieras.
4. Empecé la novela de uno de esos autores españoles que molan. En su molar están, naturalmente, las bromitas sobre el molar: si no, no molaría tanto. Mi lectura la inicié un mes después de su lanzamiento y me fui encontrando las frases que pusieron en Twitter sus primeros lectores. Estos querían molar a su vez, exhibiendo que leían la nueva novela del autor que mola. Pronto noté algo: absolutamente todas las citas pertenecían a las veinte primeras páginas. No había ni una de después. No avancé muchas más: yo también abandoné la novela.
5. Se ríe una amiga en el restaurante cubano Zara de Madrid (¡tenemos daiquiris delante!) de los ‘señoros’ que se quejan de que ahora no pueden decir nada. «¿Pero cuándo dijeron algo? ¿Cuándo tuvieron algo que decir?», dice.