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Opinión

El metaverso de Jabois

«Por mucho que la vida sea a veces perra, puta y prieta, creo que no encontraré mejor bar del que tengo a un lado del hemisferio de mi cerebro»

El metaverso de Jabois

"El metaverso de Jabois" | Europa Press

Hay quién piensa que eso del metaverso es el nuevo mundo. No se le pueden pedir peras al olmo, pero reconozco que llevo mucho tiempo, quizá, toda una vida, construyendo las parcelas de cada uno de los que han pasado por mi cabeza. Unos para salir rápido; otros, para quedarse a vivir en ella. 

Estos días ando un poco ajetreado: presentaciones, firmas de libros y viajes, que sacuden de forma violenta la rutina solitaria a la que estamos acostumbrados los escritores. He conseguido librarme del estereotipo maldito de escritor bohemio, sobre todo, porque cada mes me reclaman de hambre y de sueño el par de hijos que tengo. Son un faro en las tinieblas de la noche cerrada, y aunque resulte fundamental la otra parte de mi mesa, creo que vamos por el camino correcto. No es fácil dar de comer dedicado a la prosa. Mucho más fácil resultaría lo de caminar desaliñado mendigando un poco de cordura y haciendo de mi vida un personaje que pudiera competir con la gracia de un Sawa, la cobardía de Gálvez, o la sinrazón que manejaron tantos habitantes del costumbrismo y la palabra. No es baladí si reconozco, entonces, que a veces me hablan y sigo pensando en lo mío, en la trama que sea, el personaje que arranca mis manos y los dedos que dibujan su forma. Ese espacio, un limbo entre la realidad y la ficción que obliga de vez en cuando a tener que repetir alguna pregunta a los míos, —perdona, no te escuchaba— e incluso algún desaire provocado por su impronta impaciencia. No llegaré a los niveles de algún familiar que llegó a alegrarse especialmente cuando un amigo suyo le contó la tragedia que atravesaba su mujer. El otro, que bien conocía mi sangre, se limitó relatarnos que éste perdía la cabeza. Cosas de familia. 

Últimamente manejo las parcelas de mi cabeza como el suelo de la especulación y la avaricia de Madrid o de cualquiera de las ciudades que habito. Pasean muchos compradores y se prometen cientos de viviendas, pero el apego que tienen algunos de sus moradores termina por expulsarles en un chisgarabís, que diría Rajoy. Algunos amigos han clavado la pica en Flandes como si esto de pensar en ellos fuese una Guerra Civil, con trincheras y todo; al final siempre ganan los mismos y empieza a ser llamativo que, aunque no les vea semanalmente o cada poco tiempo, siempre vivan en mí de una forma virtual que traspasa los límites de la piel. Duelen y también me hacen sonreír. Algunos, incluso, han tenido la desfachatez de tirar la llave de la casa y quedarse a vivir en mí para siempre. 

«Escribe cómo habla, cómo piensa y cómo es, y encima lo hace mejor cada vez que le duele la vida, que es más a menudo de lo que le gustaría»

Uno de ellos, escritor y sufridor a partes iguales, hace tiempo que quiso comprar varias de las propiedades de mi metaverso. Lo hizo sin ningún rubor, algo especulador, pero dentro de las normas que la ley del suelo le otorgan. De hecho, no ha terminado siquiera de levantar los muros limítrofes ni las lindes con el resto de mis habitantes, pero se lo permito porque le quiero y le admiro a partes iguales. Escribe cómo habla, cómo piensa y cómo es, y encima lo hace mejor cada vez que le duele la vida, que es más a menudo de lo que le gustaría. A veces, es tan complicado verle que sólo tengo que quedarme callado un rato y quedo con él en mi cabeza, así al menos, tengo la garantía que sigue allí, vivito y coleando como el día en el que entró para quedarse. 

Muchas veces pienso que sería de nosotros sin la imaginación, sin los recuerdos. Cuando eso ocurre sonrío, porque sé que no habrá máquina capaz de igualar cada una de las veces que he sentido vértigo, miedo, placer o emoción. Y allí rebusco cuando necesito volver a mí mismo, o cuando me olvido de los que somos; esa mezcla de idas y venidas que muchas veces duelen más de lo que nos gustaría pero que nos han hecho así. 

Llevo un par de semanas sin ver a mi amigo Manu. Antes de la última tuve varios meses su ausencia. Pero encima, él tiene la pena de recordarme que aunque no estuviera en la presentación de mi última novela está siempre conmigo. Y así es. Porque el día que vino arrolló puertas y muros, compró más terrenos de mi cabeza de los que podía edificar, así como si fuera un Blackrock cualquiera, y se ha quedado a vivir conmigo. Y por mucho que la vida sea a veces perra, puta y prieta, creo que no encontraré mejor bar del que tengo a un lado del hemisferio de mi cerebro para pasarme las horas que quiera con él cuando no le tengo. Y lo de la IA, el metaverso o la realidad aumentada se lo cuentan a otro que bastante tengo con lo mío. 

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