THE OBJECTIVE
Historias de la historia

El cara a cara más emblemático de la historia

PSOE y PP debaten sobre el debate. En 1960 comenzaron los encuentros electorales en televisión, y decidieron el resultado en Estados Unidos

El cara a cara más emblemático de la historia

Richard Nixon estaba convencido, había llegado su hora.

Richard Nixon estaba convencido, había llegado su hora. En 1960 tenía 47 años, la perfecta madurez, y había pasado por todos los escalones de la gran política, la Cámara de Representantes, el Senado y ocho años de Vicepresidencia. Era un acreditado profesional de la cosa pública y el Partido Republicano había confiado en él en las elecciones de 1952, para compensar el nulo bagaje político de su candidato presidencial, el general Eisenhower.

Desde 1932 los demócratas habían ganado todas las elecciones a presidente de los Estados Unidos, primero Roosevelt fue elegido cuatro veces, luego Truman otra más. Para romper ese ciclo de veinte años en blanco, el Partido Republicano recurrió al general Eisenhower, un héroe nacional, el caudillo militar que había vencido a Hitler en la II Guerra Mundial. Siguiendo la técnica de la
compensación, dada la avanzada edad de Eisenhower y su absoluta inexperiencia política, pusieron como candidato a
la vicepresidencia a Richard Nixon.

En contraste con las tensiones que muchas veces se dan entre el presidente y el vicepresidente, precisamente por esa práctica de buscar candidatos de diferente perfil – las había entre Kennedy y Johnson, por ejemplo-, entre Richard Nixon y su jefe hubo una química perfecta, hasta el punto de que las familias se unirían mediante la boda de una hija de Nixon con el nieto de Eisenhower. El general, consciente de sus limitaciones, permitió que su vicepresidente “hiciera política”, se preparase realmente
para cuando le tocara ocupar el despacho oval. Nixon encabezó entre otras cosas la política exterior norteamericana entre 1953 y 1960, obteniendo sobre todo un notable éxito en un viaje a la URSS, cuando fue aclamado por la gente en las calles de Moscú.

Ahora le tocaba ganar por fin la Casa Blanca. Tras las respectivas convenciones en la que los partidos nombraron sus candidatos, la mayoría de los sondeos le daban a Nixon seis puntos de ventaja sobre Kennedy, pero había que hacer una larga y dura campaña electoral. Antes los candidatos fletaban un tren y recorrían los Estados Unidos haciendo muchas paradas. El candidato se asomaba a la parte trasera del último vagón, y desde ese balcón se dirigía a la gente, los pocos o muchos que habían acudido
a la estación del pueblo.

El rostro cerúleo y el traje gris de Nixon se difuminaban en la

imagen en blanco y negro, mientras de Kennedy tenía gran

presencia


Pero la vida había cambiado mucho en la posguerra, ahora prácticamente todos los norteamericanos tenían un televisor en su casa, ¿por qué no aprovechar esa posibilidad de llegar a millones de ciudadanos sin tener que desplazarse en un viaje agotador? No se sabe si fueron los medios informativos o los estados mayores de los partidos quienes tuvieron la primera idea, pero el caso es que todos se pusieron de acuerdo para que la campaña electoral de 1960 se librase de una manera jamás vista, a través de cuatro debates de televisión.

Los cuatro asaltos tendrían lugar entre el 26 de septiembre y el 21 de octubre, a menos de tres semanas de la jornada electoral. El ring estaría en los estudios de televisión de tres cadenas diferentes, en las ciudades de Chicago, Washington, Nueva York y Los Ángeles, con la peculiaridad de que en el tercer debate Nixon estaría en California y Kennedy en Nueva York, maravillas que
permitía la nueva técnica.

Los dos candidatos ofrecían un perfil paralelo hasta cierto punto, aunque sus personalidades divergían radicalmente. Ambos eran lo que se consideraba jóvenes para la presidencia -47 años Nixon, 43 Kennedy-, ambos eran inteligentes, capaces y con carácter recio, y ambos tenían ya una larga carrera política, porque Kennedy también había sido representante y senador. Pero Nixon
era un conservador salido de una humilde familia de campesinos cuáqueros, mientras que Kennedy pertenecía a la aristocracia americana, su padre era multimillonario y su madre era de una familia que dominaría la política en Massachussets durante generaciones. Uno era tosco, el otro brillante; uno era un hombre hecho a sí mismo, capaz de abrirse el paso hasta la cumbre peleando sucio, el otro era un señorito a quien una red de poder familiar le facilitaba los más altos objetivos.

Saber estar ante las cámaras

Esas diferencias se reflejarían en el talante con el que los dos candidatos subieron al plató televisivo. Kennedy, además de político, llevaba una intensa vida social, estaba acostumbrado a que lo fotografiasen para las revistas frívolas, era algo parecido a lo que hoy llamaríamos un influencer, y por tanto le daba mucha importancia a su imagen. Para aparecer en la televisión estuvo tomando el sol para tener buen color, escogió el traje más adecuado, de color obscuro para que su perfil se destacase bien -era
televisión en blanco y negro-, y se hizo maquillar como una estrella de cine.

Nixon en cambio despreciaba aquel circo de la tele, ni siquiera se dejó maquillar. Como era muy moreno y tenía la barba muy cerrada, a llegar la noche -el debate empezó a las 21’30- parecía que estaba mal afeitado, su cara se llenaba de puntos negros y le daba un aspecto inquietante. Arrastraba una lesión de una pierna que había provocado una infección, le dolía al andar, y el
padecimiento se le notaba, parecía enfermo. En el desvaído blanco y negro de las pantallas de entonces su rostro grisáceo parecía del mismo color que el triste traje gris que llevaba, y ambos resaltaban poco del escenario.

El caso es que Kennedy tenía mayores problemas físicos que Nixon, una lesión de guerra le provocaba tremendos dolores, pero Kennedy se administraba cócteles de drogas y siempre fue capaz de ocultar su minusvalía. Nixon ignoraba esos trucos.

Por si fuese poco durante el debate Nixon empezó a sudar de forma muy evidente, quizá por culpa de la infección de la piel. Su madre incluso le llamó a la televisión, para preguntarle si se había puesto enfermo. “¡Lo han embalsamado antes de muerto!” comentaría sarcástico un político demócrata.

En definitiva, la imagen de Nixon salió claramente perjudicada del encuentro televisivo. Lo más curioso es que el debate también se transmitió por radio, y los que lo oyeron sin ver las imágenes pensaban que había salido vencedor Nixon. Pero el lema de la época era “una imagen vale más que mil palabras”, y el daño sería decisivo, porque había quedado mal ante 70 millones de espectadores. En los siguientes debates Nixon logró mejorar su imagen, pero el mal ya estaba hecho, y en Noviembre perdió les elecciones por la mínima. Obtuvo 49’6 por 100 de los votos y Kennedy, 49’7. Solamente una décima de diferencia en las elecciones más reñidas de la Historia de Norteamérica. El propio Nixon reconocería su error cuando dijo: “Confiad de pleno en vuestro responsable de televisión, dejadle que os ponga maquillaje aunque lo odiéis, que os diga cómo sentaros, cual es vuestro mejor ángulo, que hay que hacer con el pelo. Yo detesto hacer todo eso, pero habiendo sido derrotado una vez por no hacerlo, nunca volví a cometer el mismo error”.

En realidad, la forma de evitar repetir el error sería no someterse más al debate ante las cámaras. Ya en las elecciones de 1964 se negaría a celebrar debates en televisión el presidente Johnson, que como vicepresidente había ocupado la Casa Blanca tras el asesinato de Kennedy. Pero en 1968 fue el escaldado Richard Nixon quien rechazó la televisión… y ganó las elecciones.

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