El holocausto de Benzema
«Sosiego es lo que necesita Karim Benzema, despatarrado en un lodazal del que sólo el oro de Arabia Saudí puede rescatarlo, o hundirlo más»
Allí donde la tranquilidad no encuentra nido conviene indagar entre quienes son capaces de hacerlo. Mbappé, por ejemplo, que ya no sabe si lo suyo con el PSG es carne o pescado, quiere volar y aterrizar en el Madrid, otra vez. Pone morritos al menor contratiempo porque cada día se arrepiente de la renovación que promulgó Macron antes de que los agricultores franceses volvieran a tomarla con los productos españoles. Necesita una llamada de Florentino para recuperar la sonrisa y serenarse. Si es capaz de resistir los cantos de sirena que llegan del golfo de turno puede que en diez meses sea merengón. Posibilidad que entre Bellingham y Vinicius reducen cada partido.
Sosiego es lo que necesita Karim Benzema, despatarrado en un lodazal del que sólo el oro de Arabia Saudí puede rescatarlo, o hundirlo más. Le han puesto la cruz en Francia, donde ya estaba señalado por aquel affaire con Valbuena y porque en los partidos internacionales no canta la Marsellesa, ni siquiera acompaña la sangrienta letra con un socorrido «lololó». Benzema, aquel héroe del Madrid a quien puede que hoy por estos pagos sólo mitifique Ione Belarra -presunta seguidora de Osasuna-, pidió una oración por las víctimas palestinas caídas bajo el fuego israelí de la venganza, e ignoró a quienes fueron arrasados, vapuleados, amputados, vulnerados, violados y secuestrados por las hordas de Hamás. De inmediato obtuvo respuesta de Dudu Aouate, ex futbolista judío: «Eres un hijo de puta». Le respondió en cinco idiomas y en inglés añadió «big». La guerra de religión ha llegado al fútbol encarnada en el holocausto que patrocina Benzema, repudiado por sus compatriotas y señalado por Gérald Darmanin, ministro de Interior francés, que le acusa de formar parte del grupo terrorista «Hermanos Musulmanes». Karim y su abogado amagan con una querella contra el político. Amagan, pero no dan.
En referencia a esos confines donde un grupo de pirados, de asesinos, promueve una guerra santa, mantener la neutralidad es complicado. Eric Cantona, compatriota de Benzema, ex futbolista y hoy actor cinematográfico de éxito, no es tan radical como su paisano: «Defender los derechos humanos no es ser pro Hamás». No es difícil caer en la trampa saducea: «Una ‘manipulación capciosa para conseguir que el adversario dé un paso en falso o cometa un grave error». La denominación proviene de un pasaje evangélico en el que unos saduceos (miembros de una secta religiosa que negaba la inmortalidad del alma) plantean a Jesús, para ponerlo en una situación difícil, la siguiente pregunta: si una mujer ha tenido siete esposos, cuando todos resuciten ¿de quién será esposa?» (Fundéu RAE). ¿Israelíes o palestinos? ¿Los de Hamás están por la causa del pueblo palestino? ¿Quién dio primero? ¿Cuál es la democracia y cuál el grupo terrorista?
Hay salidas que Benzema ha despreciado o no ha querido ver. Por eso, entre tanta destrucción, muerte, calamidad y miseria espiritual, adentrarse en la ceremonia de los Premios Princesa de Asturias es como divisar el oasis, donde la emoción todo lo impregna y mensajes como el de Karim, o Belarra, no tienen sentido ni aceptación. Si la ceremonia de la entrega de los Nobel es tan fría y conceptual como un dormitorio de Ikea, la del teatro Campoamor es la calidez, la emoción, el corazón y el alma en la epidermis. Cómo si no iba a sonreír de oreja a oreja y a aplaudir con entusiasmo juvenil Francina Armengol, más proclive al secuestro institucional -de ahí la inactividad del Congreso- que al reconocimiento de Su Majestad. Disfrutó, como todos, con Meryl Streep, que habló como si jugara en casa con la exaltación de Picasso, Lorca y Penélope Cruz. «Lo importante es escuchar, gracias por escucharme». Nos dijo también lo que significa ser actor, cómo llegar hasta nosotros sin embalsamarnos en un mensaje radical sobre lo bueno que es lo que algunos nos dicen porque lo malo es lo que otros pensamos. Tremenda ovación. Después habló la Princesa Leonor, que nos recordó que Emmanuel Carrère, un tipo perfectamente despeinado, con aspecto de bohemio y con una exagerada corbata del Betis, ganó el premio Princesa de Asturias de las Letras en 2021, y que en esta ocasión recogió el de Ciencias Sociales, concedido a su difunta madre Hélène Carrère d’Encausse. Pasó inadvertido. Si has leído Limónov no te olvidarás nunca de este autor deslumbrante.
Clausuró el Rey Felipe VI, que nos recordó que estos premios gozan de 43 años de vida y que es hora de reencontrarnos con la humanidad. No puso paños calientes a la invasión «terrible y oscura» de Rusia a Ucrania. Su mensaje, sincero y conciliador, sin doblez. Como el de Meryl Streep, que defiende a la mujer sin ofender al género masculino ni a más de la mitad del género femenino. La sinceridad, ese bien tan preciado, no está al alcance de todos, por eso se agradece que Felipe VI nos hable de la guerra de Rusia y Ucrania y la de Oriente Próximo, que nos advierta del «vértigo de su extensión», de «las tragedias, el horror y la devastación» que generan, cuando la paz es posible. En 1994, en este teatro Campoamor de Oviedo, Isaac Rabin y Yaser Arafat recibieron de sus manos el premio que selló el esfuerzo decisivo para crear las condiciones de paz que israelíes, palestinos y el mundo necesitaban. Pronunció también la palabra UNIDAD. No pudieron abstraerse de la cerrada ovación Francina ni el sobresaltado presidente del Tribunal Constitucional. Cándido Conde-Pumpido escuchaba las palabras del Rey con el pinganillo puesto, como si necesitara traducción, quizás por eso dio más de una cabezadita, que no pasó inadvertida, dada su privilegiada situación en el escenario. Eso de encajar la amnistía ‘indepe’ en la Constitución, además de ser una tarea extenuante y democráticamente discutible, da mucho trabajo y quita muchas horas de sueño. Diríase que se trata de un forzado neologismo como el que se ha inventado Joan Laporta con esa coña marinera del «madridismo sociológico» porque le cuesta reconocer que él también contribuyó a la millonaria mordida del «bochorno Negreira».
«Es un milagro que me gane la vida escribiendo cosas que la gente no necesita», dice Murakami, consciente de que leerle es mucho más edificante y saludable que retorcer la Constitución, dormir la siesta mientras el Rey habla o descubrir que el magnífico futbolista Karim Benzema se lleva a partir un piñón con determinados hermanos musulmanes.