Operación Jaula
«Ahora los jueces pasan por el Congreso. Completa normalidad democrática»
Normalidad. Perfecta normalidad. Absoluta normalidad democrática. Para abrir boca, mil seiscientos tíos, entre policías y guardias civiles, blindan el Congreso. Unidades caninas, unidades aéreas y francotiradores. Vallas de dos metros secundan las entradas principales a la cámara. Autobuses con el presidente del Gobierno caricaturizado como dictador, con bigote hitleriano, y bajo el marbete «Sánchez traidor» pasea por las inmediaciones. Isabel Rodríguez, portavoz y ministra, dice al pie de los leones: «Cuando uno no tiene mayoría absoluta tiene que hacer esto».
Normalidad. Absoluta normalidad dabuten. El presidente entra por la puerta de atrás, calle Zorrilla, cuando las últimas noticias es que Puchi de Waterloo va a llevar escoltas (un prófugo de la justicia con escolta, un delincuente con escolta) y que, según Jordi Turull, los beneficiados por la ley de amnistía, a nivel penal y administrativo, serán mil cuatrocientas personas (no trescientas, no cuatrocientas, como daba cuenta cierto pregón). En los bordes otro regalo, el de trámite de urgencia, similar a la ley vieja del sí es sí, independientemente de lo que diga el Tribunal Constitucional o cualquier otro. Pura normalidad.
Sobre las unidades de Subsuelo, junto a las caninas y bajo los francotiradores, otra recua de ministros va avisando de la cosa desmenuzada: «Aquel juez que no aplique la ley prevaricará». Normalidad. Completa normalidad democrática. Lo que siempre fueron las decisiones judiciales, revisadas por jueves superiores, ahora no, ahora los jueces pasan por el Congreso, porque ya no hay separación de poderes (somete el Legislativo al Judicial). Una ley que, por un lado, en su propia exposición de motivos, pinta ella a todo color su constitucionalidad, lo que despierta el descojono de todos, y por el otro niega su «ultractividad» (funciona retroactiva y futura, para así levantar kilos de medidas cautelares, kilos de folios negros).
Nuevos sabios de la tribu siguen con el blanqueo: «Puchi es un presunto delincuente porque no está juzgado y no lo ha dicho ningún tribunal»; «Será un prófugo pero cuenta con el amparo europeo». Rodríguez Zapatero, en plena normalidad, nos cuenta el giro o finta del señor Sánchez: «Ha cambiado de opinión pero no de valores». Pura normalidad. Reynders, el comisario, ya ha avisado desde Bruselas: «Si deciden suicidarse con sus leyes es cosa suya pero la malversación aquí cuenta, porque hay pasta por medio». Cataluña ya no es una región, según la papela, sino una nación soberana a España, como pasa en Sudán o Mozambique. Pura normalidad.
«Éxito absoluto: la libertad, dentro de la jaula, es superior a la del exterior y no lo saben»
Pero lo que toca hoy es blindar la jaula, proteger la grillera, y nada importa que el Gobierno haya presentado la propia ley en solitario, sin sus socios, veinte días en el Congreso pero dos meses en el Senado, por la astucia de reformar el reglamento del mismo en los últimos suspiros. Vuelve la paz con Sumar y Aina Vidal: «El debate transcurre con normalidad». Y con Asens: «Fuimos sherpas, fuimos Marco Polo, conseguimos abrir el debate». Algunos llaman en las filas socialistas al transfuguismo, otros optan por la ausencia a la cita, pura normalidad, incluidas las caceroladas de la calle Cedaceros, con olor a puchero, algún aguilucho por la plaza Cánovas del Castillo y el mogollón que todos esperan recién llegado del Thyssen/Huertas, junto a las lecheras como ballenas del Paseo del Prado a la Puerta del Sol.
Óscar Puente, entonces, hace el dibujo a carboncillo de la toga: «Los jueces solo tienen que manifestarse con sentencias». Los secuaces anónimos de Puente dan su brochazo de color al dente: «Será investido un candidato cuyo partido no ha ganado las elecciones». Hay quien pide detener a los diputados antes de entrar, como en el XIX, a garrotazos, para que no vote. Hay quien pregunta en vano dónde están los informes preceptivos que secundan toda ley oficial, ejecutados o firmados por los propios profesionales del asunto. Viejos de la tribu, con olor a ducados y caña fresca de desayuno bien tirada, sujetándose la adenda y la andorga bajo la hebilla del cinturón, ríen en francés algo faltón: «Saldrán Montero, Belarra, Rodríguez, Marlaska y Calviño, como salí yo. Esto va de puta madre». Llega el Jefe, hay que entrar dentro, habla el Jefe, todos sentados.
Honra al presidente Sánchez empezar del modo en que lo ha hecho: «Mi respeto a todos los que se han manifestado pacíficamente». Sigue con la ecuación máxima por encima de todo acuerdo o desacuerdo contemporáneo: «Votar en las elecciones es la base de la Constitución». Ni un paso atrás en el régimen del 78: «Fuera de la Constitución no hay democracia, solo imposición y capricho». Aviso para navegantes: «O la democracia propicia seguridad o la inseguridad acabará con la democracia». Defiende sus políticas sociales, defiende a sus jóvenes becados, defiende la subida de salarios, defiende a su izquierda de la gente, defiende igualdad de oportunidades y feminismo, llega tarde a la hoguera negra de esta corrida taurina: «La amnistía será constitucional, y tendrá luz y taquígrafos». La grillera acorazada, a eso de las dos y pico, suda como un búnker donde piensan los cuerpos y ocian las mentes. El canto del canario rojo siembra aplausos por su «mano de hierro en guante de seda». Éxito absoluto: la libertad, dentro de la jaula, es superior a la del exterior y no lo saben. Brillante Operación Jaula.