Pesadilla (de Leticia Sabater) antes de Navidad
«Por favor, basta de referirse a ella como cantante o de darle cancha en los medios cada vez que saca un truño»
Corren buenos tiempos para las conspiraciones: las redes son el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo y crecimiento exponencial de las teorías más disparatadas, porque la información no contrastada, cuando no el invento, corre como la pólvora. Ya puestos a conspirar, yo me apunto; total, no tengo nada que perder, salvo el trabajo. Les cuento, en realidad, todo este jaleo de la amnistía no es más que una maniobra de distracción, una burda treta para cegarnos ante lo que de verdad amenaza con romper España. Somos en un pueblo marcado por una flagrante violación del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en concreto de su artículo siete, que habla de la inmunidad frente al castigo o al trato inhumano o degradante. Nos están torturando y nadie habla de ello. No lo vamos a consentir y desde esta columna vamos a denunciar la situación: si ustedes han visto el vídeo del villancico de Leticia Sabater ya saben de lo que estamos hablando. No entiendo que sigan los alborotadores quemando esteladas y la foto de Jorge Javier Vázquez a las puertas de Ferraz pero no haya hordas con antorchas caminando enfurecidas hacia la casa de la autora de semejante atentado.
Imagino a George Michael retorciéndose de dolor en su tumba al ver en qué se ha convertido el mítico «Last Christmas» que popularizara el cantante en los tiempos en que abusaba de la laca, allá cuando se encerraba en el armario de Wham! Yo, si fuera él, volvería del mundo de los muertos para perseguir a la perpetradora y no regresaría a la tumba hasta que no le cayera una maldición al estilo egipcio, con sus siete plagas, que no deje rastro alguno del engendro.
La primera vez que vi el videoclip oficial me sentí como ese meme en el Mickey Mouse se saca los ojos con los puños. Tal cual. Y me acordé de la cinta maldita de The Ring, cuyo visionado abría la caja de Pandora del terror, amenazando a una madre y su hija, que a saber cómo hubieran sobrevivido las pobres a la imagen de Leticia Sabater en bikini de Mamá Noel putón verbenero. Les juro que da más miedo que la niña japonesa despeinada y con cara de estreñida que las perseguía, dónde va a parar.
«Ustedes ya imaginan qué clase de destino le deseo, no tanto a ella como a lo que representa: el éxito no ya de la mediocridad, sino de la inanidad más zafia»
Esta versión gore del villancico, con producción musical digna de un órgano eléctrico de Toys ‘r’ us, arranca con un destello de crítica social, con un Papá Noel hastiado por la crisis, y con un mensaje de concienciación sobre la salud mental: hay que estar muy mal de la cabeza para pedirle nada a Leticia Sabater, ni siquiera una ración de salchipapas, que lo mismo te la sirve a ritmo de frustrada canción del verano. «Esta Navidad me comeré un pibón» ha sido la traducción de «Las pasadas Navidades te di mi corazón», adaptación que hasta suena elegante comparada con otras líneas para las que ha debido usar el traductor de una Ineptitud Artificial (lo siento, me niego a usar la palabra Inteligencia en este contexto). Leti juega con las palabras como si éstas fueran mojones y el resultado es un estribillo a la altura: «Last Christmas i gave you my ass», lo que viene a ser «Las pasadas navidades te di mi culo». Idiomas, querida.
Alguien tiene que detener esto. Como sea. No puedo darles consejos sobre cómo lograrlo porque me despiden o me echan a las fieras de la cancelación. Pero ustedes ya imaginan qué clase de destino le deseo, no tanto a ella como a lo que representa: el éxito no ya de la mediocridad, sino de la inanidad más zafia. Que vaya echa un cuadro, que se opere tantas veces como quiera y se ponga una rejilla para marcar abdominales, ella es libre. Pero, por favor, basta de referirse a ella como cantante o de darle cancha en los medios cada vez que saca un truño: que haya artistas que no aparezcan en promoción en ninguna parte a pesar de un trabajo brillante y que no puedan actuar en ningún programa de televisión mientras nos tengamos que tragar cada estreno de esta petarda es un insulto.
Recuerdo, hace años, que cometí tremendo el error de ir a verla en El mago de Oz y me la tropecé en los pasillos del teatro. «¡Mucha mierda!» le deseé antes de que se perdiera por el backstage el día del estreno. Lo que no esperaba es que me la fuera a devolver literalmente en forma de musical.