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Opinión

El arte de llorar en directo

Netflix ha decidido sacar a los colaboradores de ‘Sálvame’ a la calle para que tengan una experiencia cercana a la libertad

El arte de llorar en directo

Lydia Lozano (izq.) en un momento de 'Sálvese quien pueda'. | Netflix

Después de tener a la fauna de Sálvame encerrada durante 14 años en los platós de Telecinco, Netflix ha decidido sacar a los colaboradores más carismáticos a la calle para que tengan una experiencia cercana a la libertad, un espejismo al fin y al cabo, porque los protagonistas del reality viven sujetos a la escaleta, a las órdenes de dirección, a la desesperada búsqueda del conflicto, que es el motor, el alma del este peculiar universo. Sálvese quien pueda es la edición viajera por el mundo latino, con Miami como protagonista en sus tres primeras entregas (México nos espera próximamente), en la que nos reencontramos con Belén Esteban, María Patiño, Terelu (rebautizada como Terelú para desgracia de la hija de la Campos, que no soporta que su nombre se vuelva agudo), los Kikos, Víctor Sandoval y Lydia Lozano, a la que los guionistas deciden que vaya por libre, con trama propia.

Como venía sucediendo en casa, a Lydia la tratan de hundir desde el minuto uno. Primero le comunican que es la única a la que nadie quiere hacer casting y, por lo tanto, se queda en la piscina del hotel mientras los demás van de ‘panelistas’ a un programa de televisión. La primera en la frente. Luego la enfrentan a una suerte de paredón de fusilamiento con tres bichos que la ponen a bajar de un burro sin venir a cuento. «Eres una mujer vilipendiada y destruida por media España», le suelta un señor sin cuello que se hizo popular por despedir en directo al productor de su programa durante la gala de Miss Perú (por lo visto, no había revisado el guion y había una pregunta mal redactada: ¿Cuál es tu mayor medio?, en lugar de ¿Cuál es tu mayor miedo?).

Pero el señor sin cuello no es el peor, hay un hortera vestido de amarillo y una ordinaria embutida en papel Albal que no paran de meter caña sin venir a cuento. Pero sabemos que no importa, que esa es su misión, y lo consiguen: «Esto es un déjà vu«. Lydia estalla en lágrimas. Y con toda la razón del mundo. A la periodista le han asignado el mismo papel de siempre, uno que —por otra parte— borda. Porque no hay nadie que llore mejor en directo que Lydia Lozano. Lydia llora por todo. Llora porque le hacen rabiar, porque se ha equivocado al dar una exclusiva, porque está triste, pero también llora porque está emocionada, porque está alegre y feliz. Llora porque sí. Y puede pasar del llanto más tremendo y desesperado al baile chuminero más desenfrenado en una fracción de segundo, descolocando al personal. Ella es un meme. Pura televisión.

«En esta pandilla cada uno tiene sus recursos para encontrar sus momentos de paz o para lograr sus pequeñas victorias»

A los Kikos siempre les ha sacado de quicio que la periodista haya usado las lágrimas para desarmar al enemigo, si bien se han pasado años ensañándose con ella, rebasando todos los límites. La han acusado de hacerse la víctima, una idea que comparten los demás compañeros en mayor o menor medida: al fin y al cabo, han vivido un psicodrama constante.

Pero en esta pandilla cada uno tiene sus recursos para encontrar sus momentos de paz o para lograr sus pequeñas victorias. A Lydia, las lágrimas le brotan con una facilidad pasmosa. Como la risa, todo hay que decirlo. En cierto modo es como un péndulo emocional que va de un lado a otro de manera radical: tal vez eso sea parte de un encanto y la convierte en una de las favoritas del público, pues la ve como una mujer con la sensibilidad a flor de piel que no disimula sus emociones.

A Lydia le da un chungo en Miami, un ataque de ansiedad de los gordos, y se quiere volver a España: «Lo vas a entender todo cuando lo veas», le dice el director del programa, que se guarda un as en la manga. Porque a Lydia al final le ofrecen acudir a un show «con 450 millones de espectadores». No vamos a hacer spoiler, solo diremos que es un espacio ‘divino’. La cara de Lydia es un poema. «Está disimulando», suelta una pizpireta Belén. Faltaría más, porque la escena no puede ser más surrealista: otra los hubiera mandado a freír espárragos y, sin embargo, ahí está ella, aguantando el tipo, sabiendo que los de realización están con ella en plan Paloma Cuesta («¡Las caras, Juan, las caras!»). Y eso tiene mucho mérito.

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