THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Geert Wilders muerde sin avisar

Pretende llegar a primer ministro para cerrar mezquitas, escuelas musulmanas y prohibir el Corán

Geert Wilders muerde sin avisar

Geert Wilders, ganador de las elecciones de Países Bajos.

Mientras Feijóo ordena el ajedrez, Bendodo para aquí y para allá, Gamarra para aquí y para allá, Sémper donde siempre, empieza una hoguera secreta en Europa. Mientras Vox quiere y no romper con el PP, romper sin romper porque en las autonomías no se bajan del coche oficial ni de los sueldos, en Europa prende una leña misteriosa. Mientras Feijóo ordena alfiles, torres, reina y rey, peones, porque quiere dejar la calle y atacar por las instituciones, Geert Wilders ordena la nueva ultraderecha, en voz baja y con naipes ocultos.

Sabemos poco de Geert Wilders: ganó el 22 de noviembre las elecciones a los Países Bajos, usa la misma laca para el pelo que Trump, se declara islamófobo y euroescéptico, gasta 60 años, lleva 25 años como diputado y, desde 2006, luce en esa tarea diaria de oxigenar con potingues la cabeza por fuera e ir comiéndole el coco a todo el personal por dentro, así pretende otra extrema derecha destilada del fascismo más atroz. El holandés se los pasa a todos por el arco de triunfo, a Bolsonaro y Salvini, a conocidos y desconocidos, planea otra batalla, otro mapa y otras armas, sin decir ni mú. 

Tiene 37 diputados de 150, unos quieren apoyarle por fuera y no dentro de la cámara (Partido Popular por la Libertad y la Democracia, VVD), otros quieren justo lo contrario, llegar a firmas y documentos con negritas (Movimiento Campesino Ciudadano, BBB), a todos burla mientras bulle su gran plan: establecer alianzas duras con Estados Unidos. El club es un bluf. El club es un trámite. La pinza, la tenaza, debe tener dos aspas, una en Europa y otra en América.

Geert Wilders es clase media, su padre fue directivo de una fábrica de fotocopiadoras, cuenta con dos hermanos y una hermana, mamá procede de Indonesia, cuyos orígenes él desprecia, incluido el abuelo al que procesaron por fraude en Java. Por vía materna, hubo miseria y pobreza que no llegó a embarrarlos, el abuelo redimido encuentra curro en Europa y trabaja como funcionario de prisiones. Se aclara el pelo con mucho espray, cuentan, para que nadie descubra las raíces indias y morenas. Wilders es un rebelde, no prospera en los estudios, y a los 17 es ya un quinqui de billar en Israel. Hace sus cosas en granjas agropecuarias por cuatro perras. Viaja por Oriente Medio y empieza a masticar su odio despacio, a dos carrillos. Acaba en Utrecht, en barrio de inmigrantes, y ahí es ya concejal por VVD (1997).

Al año siguiente (1998) goza de escaño amplio y giratorio en el Parlamento. Empieza con su bocina frente a la inmigración musulmana. Empieza a recopilar crímenes y a contarlos todo seguidos, con mucha saliva y variedad de tonos. Isis y Al Qaeda quieren llevárselo por delante, continúa su desfile habitual de escoltas y no pasa dos noches seguidas en la misma casa. En 2006 funda su partido. Quiere ahorrarse 25.000 millones de euros en ayudas a todo aquel que no sea holandés. Pretende llegar a primer ministro para cerrar mezquitas, escuelas musulmanas y prohibir el Corán. El organigrama de su partido es completamente piramidal, solo él en la cúspide, sin oposición ni debates ni otras opiniones. Su reto es ser primer ministro, líder del PVV y portavoz ya en el Congreso. La derecha, dice, está ahí para comérsela con patatas fritas a las finas hierbas, para fagocitarla sin la menor clemencia ni titubeos.

Al mismo tiempo, siempre en contacto con Wilders, surge un fenómeno cachondo en las redes sociales de EEUU: El pervertido de la Edad de Bronce (Bronze Age Pervert), el fenómeno viral de un libro bajo ese pseudónimo, publicitado por Trump entre otros, donde una nueva ultraderecha, sustentada en la masculinidad roma e incontaminada, junto a una definitiva supremacía del hombre eslavo, asoman la cabecita lacada y amarilla o naranja. Provocaciones, desvaríos, denuncias, con gran éxito de seguidores. El rollo se vende como un «manual de resistencia política», y toda la derecha radical lo lee con las orejas abiertas y mordiéndose los dientes. El pervertido de la Edad de Bronce es un tío de 43 años, rumano, llamado Constantin Alamariu que, curiosamente, viene del cóctel entre Orbán y Bolsonaro, practica el culturismo fetén, aborrece el feminismo de bote, detesta la democracia barata y, aparte de soflamas huecas, solo fotografía torsos duros masculinos.

A Wilders le interesa de Almariu el éxito social de la cosa, la espuma de la copa, todas las burbujas por ahí circulando. Almariu, en el plano intelectual, viene de destruir obras de arte cercanas al fraude contemporáneo y a la bobada famosa masiva. Lo llaman: «agitador cultural multiformato». Wilders, este pasado Black Friday y Ciber Monday, se dio cuenta que eso es lo que necesitaba para sus Países Bajos de lacas altas. Almariu, sí, estudió en Yale y Columbia, y ahí empieza a hacer el canelo y vocear por tertulias literarias, con mucho Nietzsche en la cabeza, mucha Antigua Grecia como sociedad de esclavos, mucha eugenesia, mucho antisemitismo, mucha fijación por Zizek. Él, ya de estudiante, quiere ser un Slavoj Zizek de derechas. El intelectual rockstar. El intelectual masivo en ventas. El intelectual entre las drogas y los videojuegos. Aspira, cuentan, a la dominación mundial. Wilders se ha quedado flipado: la risa mojada, el cabello seco. Trump los presentó digitalmente. La pantomima es Europa; América debe ser el primer fuego encendido. Almariu piensa, vende vanguardia, y Wilders muerde en serio sin avisar.    

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