Pedroche, Jenni Hermoso, Ana Mena y otras chicas del montón... del montón congelado
«Lo que resulta ofensivo es que cada año veamos en las Campanadas a una mujer semidesnuda al lado de un hombre perfectamente tapado»
Entre la empoderación y la congelación
Como quizá usted ya sepa, yo vivo en el centro de Madrid y desde mi balcón se escuchan perfectamente las campanadas de la Puerta del Sol. No necesité encender la tele para escucharlas porque había montado una fiesta en mi casa y salimos todos a tomar las uvas en la terraza al ritmo de las campanas que se escuchaban a lo lejos. Monitorizadas desde la radio, eso sí, para no confundirnos.
Éramos 16 personas. Todos salimos con los abrigos puestos, y hubo quien incluso se puso un gorro. Porque hacía muchísimo frío. Así que, porque he estado a pocos metros de la Puerta del Sol en la noche del 31 de diciembre, por mucho que le doy vueltas a la cabeza no me puedo imaginar cómo pudieron resistir Jenni Hermoso, Cristina Pedroche o Ana Mena con unos trajes en los que revelaban gran parte de su anatomía. Y todo eso pudiendo hablar perfectamente, sin que se les notara la tiritona. Supongo que lo de que te paguen de 30.000 a 60.000 euros por hacerlo debía ayudar, pero aún así revela un gran autocontrol, digno de un yogui experto.
El hecho de que cada Nochevieja tengamos que ver a una mujer muy bella prácticamente desnuda en directo genera desde hace años una enorme controversia, que se repite una y otra vez cíclicamente como en el día de la marmota. Yo siempre he querido dejar claro que lo importante no es que una mujer se muestre desnuda o no, que lo que resulta ofensivo es que cada año veamos a esa mujer semidesnuda al lado de un hombre perfectamente tapado, y que lo que también nos resulta ofensivo es que esa mujer sea joven y normativamente muy atractiva, mientras que el hombre es mucho mayor y calificado entre los que dirías del montón… Del montón de abajo, más bien.
Y la verdad, me sorprende mucho que me estén contando que Televisión Española presentó a mujeres empoderadas, porque para mí el empoderado era Ramontxu García, que iba bien tapadito con su chaquetita rosa y su capa, mientras sus dos compañeras debían estar congelándose.
Desde aquellos casi olvidados tiempos del destape de los años 70 y 80, a la gran mayoría de las mujeres nos resulta casposa y rancia la imagen de un sesentón tapado de cabeza a pies al lado de una joven imponente en paños menores, incluso si los paños menores son de alta costura.
Y no solo hablo de Jenni Hermoso de Ana Mena y de la Pedroche, no. Ni siquiera en laSexta, cadena que alardea de ser progresista y feminista, Cristina Pardo supo resistirse a la tendencia. La presentadora apareció con una especie de mono que le dejaba los riñones al aire, con lo cual le predigo, sin necesidad de consultar el tarot o el horóscopo zodiacal, una infección urinaria para empezar el año.
Por lo demás, no tengo el menor problema en que las mujeres vistan como quieran y en que quieran lucir un cuerpo bonito si lo tienen. Como decía mi madre «lo que se van a comer los gusanos que lo disfruten los humanos». Pero tampoco le veo el sentido a vestirse de verano cuando estamos a tres grados. De hecho cito de nuevo a mi madre que solía repetir un dicho: «Al que de verano se viste en Navidad no le preguntes cómo le va». -Mi madre era un compendio vivo de sabiduría popular-. Lo que quería decir que el que no se abrigaba en invierno o bien era muy pobre o bien estaba muy mal de la cabeza. Y ahí lo dejo.
Hay que felicitar a la televisión catalana por haberse salido de esa tónica y habernos mostrado a un chico y una chica guapos, pero ambos bien tapaditos y confortables. Todos sabemos que Laura Escanes tiene un cuerpo tan bonito como lo puedan tener Cristina, Jenni, la otra Cristina o Ana. Pero lo podemos adivinar igualmente sin necesidad de que se congele.
Vuelvo a repetir por si no queda claro. Lo que molesta no es ver a mujeres medio desnudas. Bastante molestas estarán ellas por tener que articular un discurso coherente sin que les castañeen los dientes. Lo que molesta es el doble rasero de que ellas vayan semidesnudas y el de al lado vaya tapadísimo. Y no, no me digan que ellas visten como quieren. En televisión hay estilistas e imposiciones por contrato. Una presentadora bien pagada viste como quiere en su casa, pero no en el plató.
¿Es la sexploitation mala per se?
Estas navidades he estado revisitando con mi hija una serie que hacía mucho tiempo que no veía: True Blood. Una historia de vampiros sureños que se estuvo emitiendo inicialmente desde el 2008 hasta el 2014. Cuando la serie se estrenó recuerdo que fue un bombazo porque tocaba temas no muy explotados por entonces. La homosexualidad, la bisexualidad, la promiscuidad, las adicciones, la misoginia, la homofobia, el fetichismo, el bondage, las relaciones interraciales , las relaciones tóxicas… Se trataba y se trata de un universo desordenado, enrevesado, surrealista y moralmente ambiguo, por el que navegan personajes complejos e imperfectos en su trama progresivamente delirante… Por no decir que al final resulta incomprensible.
True Blood combina el gótico sureño, el camp, el kitsch, la telenovela, el drama, la comedia, el humor negro y el porno softcore en un delicioso pastel amerengado cubierto de una capa de azúcar glasé rosa, para que los espectadores lo devoren sin complejos. True Blood avanzó en la representación de gays lesbianas, bisexuales y transexuales mucho antes de que estuviera de moda… Y de que fuera rentable. Y una de las muchísimas razones de su éxito era la sexploitation descarada de la serie.
Por sexploitation me refiero a la explotación comercial del atractivo sexual. La definición original de sexploitation se refería a la desnudez gratuita, a la que no estaba ahí por exigencias del guión. Hay sexploitation en las campanadas desde el momento en el que se elige a mujeres convencionalmente mucho más bellas que la población media y se las exhibe con vestidos que muestran o sugieren el cuerpo. A mí desde luego no se me ocurre mejor ejemplo de semidesnudez gratuita que el de mostrar a una mujer prácticamente en cueros en una de las noches más frías del año. Sobre todo cuando Laura Escanes ha demostrado con creces que puedes aparecer vestida de pies a cabeza sin dejar de resultar sexy elegante y comercial
Al analizar la idea de lo que constituye una película de explotación sexual, puede resultar un poco complicado encontrar una definición exacta. En su mayor parte, las películas de sexploitation se consideran kitsch, de mala calidad, y pasadas de moda. Pero la línea divisoria no está tan clara. Por ejemplo, ¿cuándo una película deja de ser una película sexplotativa de nudie-cutie y cuándo se convierte en pornografía?
La definición general de la explotación sexual radica en que el atractivo principal de la pieza proviene de la actuación sexual y el sensacionalismo que emanan los actores o actrices que participan en ellas , y no de su talento actoral. Según los términos de la definición, el género de sexplotaition ha sido revivido por True Blood, que utiliza el sexo como medio para contar historias, pero con un nuevo giro subversivo que coloca abiertamente el cuerpo masculino, en lugar de el cuerpo femenino, en exposición.
¿Qué significa subvertir la mirada masculina y centrarse en los objetos del deseo masculino no heterosexual y ver el cuerpo masculino exhibido y utilizado como explotación para lograr que los espectadores sintonicen cada semana? ¿Nos dirigimos a una época de ‘mirada femenina’ en la que más piezas, o incluso la mayoría, del material centrado en lo sexual, se centrarán en la cosificación de la forma masculina?
Aunque la explotación sexual como género puede parecer obsoleto y pasado de moda, sus elementos estilísticos siguen vivos y exigen una exploración de la forma en que los cuerpos y el sexo se muestran y explotan en el presente y el futuro de la programación. Por eso True Blood se consideró revolucionaria: porque si bien aparecía mucha desnudez femenina de manera completamente gratuita, aparecía todavía más desnudez masculina, y todo el despliegue se mostraba con ironía y humor. True blood era consciente de que se trataba de una serie kitsch, y la misma serie se reía abiertamente de sí misma. Y eso lo conseguía gracias a unos actores excelentes que jugaban siempre en la complicidad con el espectador.
Cuando las feministas decimos que no nos gusta que aparezcan mujeres semidesnudas en las campanadas no lo decimos porque nos moleste que una mujer se vista como quiera. Lo decimos porque cuando solo se explota el atractivo sexual de la mujer y se la coloca al lado de un hombre normativamente poco agraciado y tapadísimo parece que se nos está contando que el papel de las mujeres es el de lucir el cuerpo y el de los hombres el de usar la cabeza. Muy en particular cuando la misma fórmula se renueva una y otra vez durante diez años seguidos. A ninguna feminista le molestaría ver a Cristina Pedroche semidesnuda y tiritando de frío si a su lado estuviera Jason Stackhouse también semidesnudo, pero cuando año tras año ves a Cristina Pedroche luciendo escote y ombligo flanqueada por un Chicote en esmoquin el resultado parece una broma de mal gusto y pasada de moda, repetida una y otra vez.
¿La fórmula funciona comercialmente? No lo dudo y de hecho las campanadas de Antena 3 han sido las reinas de la audiencia durante años. Pero funcionaría igual con un hombre atractivo y semidesnudo al lado, como demostró de sobra en su día True Blood, que fue una serie tan exitosa como para que diez años después de su final todavía se siga emitiendo en HBO, y continúe siendo una de las series más vistas.
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