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Capital sin reservas

El plan de sucesión de Fainé y el tapado de Salvador Illa

El mando de La Caixa es elemento clave en el contubernio de Waterloo que se trae Sánchez con Puigdemont

El plan de sucesión de Fainé y el tapado de Salvador Illa

Isidro Fainé | Álex Zea (Europa Press)

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Cada vez que alguno de los portavoces autorizados de Junts reclama la vuelta al redil de los hijos pródigos del empresariado catalán una especie de frío temblor recorre los cuarteles generales de CaixaBank en su esplendorosa sede madrileña de Puerta Europa. No es que el banco combinado nacido de la fusión con Bankia se cierre en banda a regresar de su exilio voluntario, algo que se da por descontado con el tiempo pero que, de momento, no se plantea como una alternativa válida. El verdadero temor viene derivado por la preocupación innata que subyace en torno a una reorganización de la estructura directiva que acompañe el cambio de control accionarial a fin de compensar a las fuerzas vivas independentistas mientras el Gobierno tramita alguna ocurrencia para forzar el reclutamiento de todos los que abandonaron la tierra del padre Puigdemont tras el putsch del 1-O. 

En el mundo corporativo de Cataluña nadie ignora que fue la antigua caja de ahorros la que promovió con el entonces ministro de Economía, Luis de Guindos, la normativa destinada a facilitar la diáspora empresarial ante la rebelión secesionista de hace ya siete años. La inmensa mayoría de los que salieron por piernas lo hicieron convencidos del fervor institucional que rodea todo lo que toca a la Caixa, una gracia que ahora se ha transformado en una maldición colocando en el disparadero no solo a la entidad de crédito sino también a sus dos accionistas vinculados de referencia, la Fundación Bancaria y el holding industrial de Criteria. El banco trasladó su sede a Valencia en tanto que las otras dos marcas están domiciliadas en Baleares, ambas comunidades bajo gobiernos del Partido Popular, lo que da una idea del conflicto territorial que se avecina si Pedro Sánchez sucumbe al chantaje de sus socios catalanes.

El reclamo esperpéntico de los ‘indepes’’’ se orienta hacia una reforma de la ley de Sociedades de Capital que obligue a las empresas a situar su domicilio allí donde realizan su actividad económica principal. Una propuesta que refleja la desaforada pulsión intervencionista de sus promotores pero que también demuestra un desconocimiento supino sobre la realidad y funcionamiento de las empresas bursátiles en España. Con esta medida lo más que podrán conseguir es la enemiga de otros aliados de la coalición que tiene políticamente secuestrado al Gobierno, caso del PNV o Bildu, que podrían perder la sede vasca de sus dos grandes entidades corporativas de Euskadi, como son el BBVA o Iberdrola. Eso sin tener en cuenta la proyección multinacional de unas compañías que nutren la mayor parte de su cifra de negocio allende las fronteras por lo que, en puridad y siguiendo la misma tesis, deberían trasladar su sede fuera de España al estilo Ferrovial.

Una intriga digna de Shakespeare

Sánchez ha hecho el paripé esta semana en Davos con un discurso populista y fanfarrón sin reparar para nada en el enorme coste que supone la inseguridad jurídica en el mundo de los negocios. No hay peor sordo que quien no quiere oír pero si algo está claro es que los inversores no otorgan cheques vitalicios de confianza a aquellos gobiernos que no respetan los más elementales modelos de libertad económica. La restricción en el movimiento de capitales que exige Junts a las empresas de origen catalán atenta contra el derecho comunitario y puede hundir los planes estratégicos de industrias especialmente sensibles a la confrontación secesionista en nuestro país. Dentro del sistema financiero las consecuencias serían muy dañinas para la propia CaixaBank o el Banco de Sabadell, víctimas propiciatorias de una nueva oleada de pánico bancario a poco que sus depositantes repartidos por toda España se sientan desairados ante un eventual viaje de vuelta a casa con las orejas gachas. 

Los estrategas de Moncloa saben que han de buscar soluciones alternativas que preserven la integridad de los proyectos empresariales y sirvan además para que el prófugo de Waterloo pueda cobrarse cumplida venganza contra esos líderes de la burguesía que se han beneficiado históricamente el espíritu nacionalista pero luego se llamaron a andanas con el pronunciamiento del Primero de Octubre. El número uno en la lista de los llamados desertores es lógicamente Isidro Fainé, sin duda alguna el más emblemático dirigente empresarial del Principado y el hombre que maneja como nadie los resortes en todo el universo de La Caixa. Su relevo como presidente de la Fundación Bancaria y de Criteria otorga a Pedro Sánchez una excelente moneda de cambio para saldar un nuevo acto de la intriga shakesperiana que se trae con Puigdemont: «Nada mejor podías pedir de mí que con más gusto estuviera dispuesto a concederos»

Se da la circunstancia de que el mandato de Fainé al frente de Criteria vence este mes de febrero y aunque los portavoces extraoficiales del holding industrial y financiero se han hartado de asegurar la reelección de su presidente no es menos cierto que en el PSOE, y más concretamente dentro del PSC, consideran que la ocasión es la más propicia para llegar a un concierto con el propio interesado que despeje el camino a los pactos con Junts. Sánchez no quiere indisponerse con Fainé y de ahí que haya encomendado a Salvador Illa, su hombre en Cataluña, para que actúe de mediador en busca de una solución de compromiso. El antiguo ministro de Sanidad tiene un as bajo la manga que pasa por ofrecer al gran factótum de La Caixa la presidencia del Real Patronato del Museo del Prado que cedería galantemente Javier Solana como buen soldado que siempre ha sido al servicio de la causa socialista. 

Murtra en la recámara

La propuesta lleva algún tiempo sobre la mesa y a cambio Fainé tendría que poner en marcha un plan de sucesión con arreglo a los cánones que establece el buen gobierno corporativo de las grandes sociedades cotizadas en bolsa. Tanto CaixaBank como Criteria son entidades con acreditada solera en los mercados de valores y la Fundación Bancaria está bajo el ojo avizor del protectorado oficial que descansa en el Ministerio de Economía, cuyo nuevo titular, Carlos Cuerpo, ha recibido como es natural las instrucciones precisas por parte de la autoridad competente. La pieza que realmente falta para completar el desembarco en La Caixa es la búsqueda de un ‘hereu’ que haga honor a la sucesión del veterano dirigente manresano y ponga en valor su pragmático legado pero, eso sí, con un sentido transversal como gusta decir ahora en medios gubernamentales.

La carta que maneja Salvador Illa apunta a la figura de Marc Murtra, quien reúne todos los requisitos para la ocasión. Afín al PSC, hombre de consenso en el mundo de la empresa y comodín para cubrir lo mismo un roto que un descosido como ha demostrado su acuerdo de mutua no agresión con José Vicente de los Mozos para repartirse la dirección de Indra. El presidente de la multinacional tecnológica tuvo que resignarse con un cargo de mera representación institucional para blanquear la controvertida toma de control por parte de la SEPI pero su abnegada obediencia al dictado de Moncloa le ha granjeado la consideración de todos sus mayores, incluyendo al propio Isidro Fainé. No en vano Murtra forma parte también del patronato de la Fundación Bancaria CaixaBank, una institución icónica donde Puigdemont estaría gozoso de ondear la estelada y que Sánchez no dudará en utilizar para zurcir las costuras de su inestable Gobierno socialista y de las Junts.

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