THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ECHABARRIGA

'El amor de Andrea': padre nevera, hijas ansiosas

«En esta pequeña joya que ha pasado casi desapercibida en las nominaciones a los Goya late una carga de profundidad»

‘El amor de Andrea’: padre nevera, hijas ansiosas

'El amor de Andrea'

El amor de Andrea es una pequeña joya que ha pasado casi desapercibida en las nominaciones a los Goya. Y supongo que ha pasado desapercibida precisamente por eso: por pequeña. Porque es una película pequeña, intimista, que en apariencia no cuenta grandes cosas. Pero bajo esa apariencia de película que no te cuenta nada late una carga de profundidad. Desgraciadamente es una historia que me conozco de memoria porque trato con mujeres que vienen a mis cursos intentando encontrar la respuesta a por qué no consiguen mantener relaciones amorosas estables o por qué constantemente encuentran problemas en sus trabajos. Y tarde o temprano acabamos llegando siempre al mismo punto: un padre o una madre que no las quería.

En esta película la joven Andrea, interpretada por una debutante Lupe Mateo en estado de gracia, echa de menos a su padre. Su padre se ha ido y nadie tiene claro por qué. A Andrea su madre no se lo explica. Como tantos niños que han sido abandonados por su padre, Andrea se convierte en una chica precoz que aparentemente es extraordinariamente madura para su edad. Pero en realidad todo eso es fachada. Andrea lidia con un vacío interior, una sima voraz que la está devorando por dentro. Finalmente, Andrea se decide a buscar a su padre ella sola, con sus propios recursos, por sus propios medios, incluso si su madre se niega a acompañarle en la búsqueda. Pero lo que encuentra no es el padre idealizado y cariñoso que ella buscaba.

Andrea se encuentra con un padre nevera

Los padres nevera practican un estilo de crianza en el que predomina el desinterés y la distancia emocional. La crianza fría también se denomina crianza poco involucrada o negligente, cuando un padre no responde o es negligente con las necesidades de un niño. Los padres que practican el estilo de crianza nevera tienen poca inversión emocional con sus hijos. A veces cubren las necesidades básicas, pero emocionalmente casi no participan en su vida.

Según una investigación recientes, los hijos de padres nevera corren el riesgo de envejecimiento prematuro y de padecer más enfermedades que aquellos criados por progenitores cariñosos. El estudio fue publicado en la revista Biological Psychology y fue dirigido por el autor principal Raymond Knutsen, profesor asociado de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Loma Linda en Estados Unidos. El estudio leyó muestras en las que se encontró que los telómeros de los participantes que consideraban que el estilo de crianza de sus padres y madres era ‘frío’ eran en promedio un 25 por ciento más pequeños en comparación con aquellos que identificaron el estilo de crianza de sus madres como ‘cálido’. Los telómeros son algo así como las tapas protectoras en los extremos de las hebras del ADN, son secuencias especiales del ADN que se encuentran en los extremos de los cromosomas y que impiden que el cromosoma se rompa o se dañe. Cuanto más pequeño los telómeros, mayor riesgo de envejecimiento prematuro, ya que los telómeros cortos están relacionados con un alto estrés en la vida temprana, con envejecimiento celular acelerado y con mayor riesgo de enfermedades en el futuro.

«Todos, todas, cuando somos niños, sentimos un anhelo profundo de experimentar una conexión con nuestro padre, madre, abuela… con cualquier adulto que nos cuide»

Otras investigaciones han demostrado otros efectos negativos de la crianza fría en los niños. La crianza fría puede perjudicar las capacidades de los niños tanto en el desempeño social como académico. Los hijos de padres nevera suelen tener malos resultados en todos los ámbitos de la vida. Tienen problemas para desempeñarse bien académicamente, formar relaciones y adquirir habilidades emocionales y sociales. También pueden sufrir problemas de salud mental como ansiedad y depresión.En fin, que tener un padre o madre poco cariñoso es un claro factor de riesgo.

Seamos realistas: cuando se trata de heridas emocionales, las vivencias que experimentamos durante la infancia casi siempre tienen efecto adverso en nuestra forma de afrontar la edad adulta. Las personas que nos crían afectan la forma en que se moldea nuestra personalidad. Todos, todas, cuando somos niños, sentimos un anhelo profundo de experimentar una conexión con nuestro padre, o madre, o nuestra abuela, con cualquier adulto que nos cuide. Pero muchas mujeres no hemos sentido esa conexión. Y muchos hombres. Quizás tú, lector, lectora, no la tuviste. Quizás tu padre era distante o apático. Tal vez tu padre estaba resolviendo sus propios problemas. Tal vez simplemente no estaba preparado para ayudarte con tus sentimientos porque tuvo dificultades para ponerse en contacto los suyos. 

La película acaba con un mensaje de esperanza en el que entendemos que Andrea va a iniciar una relación con su mejor amigo, un chico guapo, cariñoso y respetuoso. Parece que Andrea ha encontrado el amor, que va a amar y ser amada. Pero desgraciadamente esto no es lo que suelo encontrarme yo. Desde luego existe el factor R, el factor resiliencia, y por lo tanto existe la posibilidad de que Andrea se sobreponga al entorno traumático del que proviene, pero lo cierto es que esa posibilidad es muy pequeña.

Cuando Andrea crezca, ¿se convertirá en una adulta como Nat, la protagonista de Un amor, y se enganchará a réplicas de su padre, a otros hombres nevera, en un intento desesperado de repetir la historia de la infancia a ver si le puede cambiar el final? ¿Se volverá una mujer necesitada, que constantemente dudará de los demás y que irá buscando la validación externa como quien busca la zanahoria al final del palo? ¿Necesitará que su pareja le diga a todas horas que le ama? ¿Se volverá celosa y controladora? ¿Se sentirá confundida cuando alguien sea amable con ella hasta el punto de que la amabilidad de los extraños le haga sentir incómoda? ¿No sabrá pedir ayuda cuando la necesite? ¿Tratará de llenar su vacío emocional con alcohol y/o drogas? ¿Tenderá a perseguir a los hombres emocionalmente no disponibles, incluso cuando sepa que no son buenos para ella? ¿Le costará entender las emociones y la intimidad de los hombres, porque como su padre nunca le abrazó, ni estuvo orgulloso de ella, ni le reconoció, su mente pensará que todos los hombres con como su padre? ¿Será excesivamente perfeccionista porque de alguna manera su padre le ha enseñado que haga lo que haga nunca conseguirá lo que quiere? ¿Tendrá problemas con las figuras de autoridad y le terminarán despidiendo de todos sus trabajos? ¿Mimará en exceso a sus hijos y acabará lidiando con dos pequeños tiranos que la tendrán bailando al son de sus caprichos? 

Esperemos que no. Eso, aparentemente, espera también el director, a tenor de la escena final.

El final esperanzado de la película es luminoso en todos los sentidos. Luminoso porque es optimista, promisorio, jubiloso. Luminoso porque es como un disparo de luz en la retina, con los dos adolescentes bañados de la luz otoñal de Cádiz. Una luz que no para, dinámica, que corre y que juega. Una luz de sol bajo, elegante y sutil como el mensaje de la propia película. Y el mensaje es obvio: el amor no se pide, no se busca, está dentro de ti. Se trata de enamorarte de ti misma y compartir ese amor con alguien que te aprecia, en lugar de buscar amor en otra persona para compensar un déficit de amor propio. 

El amor de Andrea es una película dirigida por Manuel Martín Cuenca con Lupe Mateo Barredo, Fidel Sierra, Cayetano Rodríguez Anglada e Irka Lugo.

Y mi próximo taller de escritura expresiva (en este caso alrededor del tema de la autoestima) tendrá lugar el sábado 27 en Madrid, de 11 a 13 horas. Son 30 euros. Más información en el 669739633

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