Europa, esa manía
«Europa debe comprar solo sector primario europeo y cerrar la puerta a quienes tocan y regalan otra mandanga»
Son paquidermos a paso de carga. Desfilan un millar de tractores por las calles estrechas de Bruselas, viento en las alas y la trompa dura, heridos por la mentira habitual (oficial) y el presente pobre y empedrado (cuesta arriba). Tiran abajo estatuas, encienden petardos, queman neumáticos y árboles frente a la Eurocámara. Ursula von der Leyen, en el cuarto de la plancha, le coge la mano a Macron y le pregunta con los labios mojados: «¿Qué es eso que suena fuera?». El galán, aflojándose la corbata negra, responde entre sonrisas blancas: «No sé. Quizás una mariposa».
La tractorada invade al club (España, Portugal, Francia, Polonia, Bélgica…) y el centro del estanque, donde cae la piedra y empiezan a formarse los circulitos de ondas, sí, es Bruselas. La última lucha por la dignidad: obrera, respetable, única, seria. El club, la Unión Europea, los vendió desde sus inicios: en principio, todos recordamos, iban a cobrar lo mismo que un obrero industrial, pero jamás fue así. La puntilla, el daño, la hemorragia, es cuando les implantaron el Libre Comercio: toda la morralla latina o marroquí, por cuatro perras, a costes de risa, en el mostrador. Algo así como cuando en Valencia se vendían más naranjas rumanas que de la tierra. Barato, barato.
Ségolène Royal, exministra de Ecología, rebuzna por la televisión y escupe, sin dialogar, que los tomates españoles son una mierda, incomestibles, y nada de bio, con toneladas de basura química encima para que huelan a Chanel. La célebre acémila es aplaudida en el interior y exterior del chiringuito. Conoce bien a Macron, el de las mariposas, quien pide ya la «soberanía nacional» para los productos del campo, con lo que quiere prohibir todo lo que venga extramuros. Europa propone una serie de cosas sobre la mesa, todo el personal las firma entre burbujas y, sin levantarse, comienzan por debajo de la caoba las puñaladas, pellizcos, reyertas y cortes al natural.
Francia, todavía con el sarampión adolescente de la grandeur, coloca controles a la altura de Perpiñán y vacía camiones enteros de vino y lo que cree conveniente referido a productos españoles. ¿Pero no quedamos o nos contaron que el club había nacido para ayudarse entre los miembros? Vaya, vaya. Empiezan los antieuropeos a hacer de las suyas frente a los europeos entregados y con el rictus algo moñoño, bobalicón, locoide, ganso, sí, muy moñoño. El campo estuvo vendido desde el minuto cero y no solamente le han subido todas las herramientas (desde carburantes a luz o pienso) sino que ese mismo libre comercio que alientan es su propia destrucción. Los seriotes de la cátedra niegan y avisan que, prohibir eso, la libre circulación y comercio de mercancías, sería el fin mismo del bisne. ¿Pero son América Latina o Marruecos europeos? A la Ségolène Royal solo le faltó glosar sus tomates rojos como amapolas.
Europa es una anciana obesa que engorda de promesas. Se pinta de joven, pero lleva dentro esa antigua Europa de Stefan Zweig y otros, de grandes industriales y viejos glamures, que hoy cuentan cero. Burguesía ya no hay en ninguna parte, explican los mejores fruteros. Europa es una puesta de largo de acuerdos que son todos desacuerdos, y es un robarse por lo fino unos a otros, porque nunca nadie está contento con el arqueo de caja, y todos piensan que han metido más que el vecino, y todos se miran con los ojos hambrientos, mucho blanco y poco negro, hasta que más o menos empiezan a ponerse de acuerdo con los habituales chantajes. Europa entera funciona por chantajes: te doy para que me des, te ayudo si me pagas, te ofrezco esto a cambio de aquello, por qué no me compras los melocotones y yo te compro a ti los jamones y el zumo del olivo.
Europa no es el soñado espejo: Estados Unidos de América. Europa tampoco es la promesa: Estados Unidos de Europa. El euro equilibró un montón de monedas diferentes, de economías ajenas unas a otras, y todo quedó en ese monopoly subnormal de cambiar cromos idénticos pero que en cada sitio cuestan diferentes. Ahora ya es tarde para salirse de ahí. Nadie quiere una vida de mendigo. Toca aguantar en el club, y parecer lo más rico posible, estar con los que ganan, que suele ser el norte, pero ya vimos cómo Alemania pasa frío. Europa es la terraza despejada, cada vez mayor desfile de sillas vacías frente a los asuntos gordos, y ese toldo arriba, repleto de goteras, que hay que esquivar entre giros imprevistos y empezar a sonreír, muy cuco, en el idioma de los ojos.
El campo es el sector primario porque, sin manduque, nos vamos todos al garete. El sector explota: décadas trabajando por debajo de costes, echando la leche recién ordeñada en el norte español a una acequia porque no renta, y en el sur desechando toneladas de fruta. Europa debe comprar solo sector primario europeo y cerrar la puerta a quienes tocan y regalan otra mandanga. Ni rebajas ni hostias. Europa, a estas alturas, solo puede hacerse fuerte dentro de sí misma. Europa es nuestra manía y será nuestra alegría. Los peores artistas viven sin manía, son nefastos. «Las mejores personas están mal de la cabeza y bien del corazón», dijo un frutero galo. Europa tiene que empezar a pensar hacia abajo, hacia el sur, porque donde hay pelo hay alegría, primero el corazón. «Somos cabeza, tronco y tronquito», decía el doctor Cabeza. Esta Europa cerebral (siempre lo más barato, venga de donde venga) es el fin y, por tanto, lo contrario a la manía, que nunca acaba.