THE OBJECTIVE
Mi yo salvaje

Soliloquio vaginal

«Me haré un traje de su saliva y un collar con cada una de las gotas que escupa su pene volcánico»

Soliloquio vaginal

Una pareja en la cama. | Unsplash

Se descubrió a sí misma a horcajadas cimbreando sobre un pene que no acababa aún de erectar del todo. Se preguntó qué hora sería; si debería descorcharse, fumar un último cigarro y tenderse en la cama a dormir pero su vagina comenzó un soliloquio que la mantuvo alejada de tomar cualquier decisión:

«No, ahora no voy a salir de aquí. Me gusta mecerme en este vaivén. Este golpe de carne que erecta como a borbotones me brinda ratos de caricias suaves y otros de martilleo profundo. ¿Por qué he de salirme? ¿Para qué he de parar? Desde aquí puedo atisbar sus labios aturdidos por el sueño. Es tarde para los dos. La mueca adormilada que viste le deja la boca entreabierta y por ella quisiera colarme. Lo que quiero es pasearme por su interior. 

Hace un rato esta habitación había perdido su sentido. No, no lo había perdido pues no lo había llegado a tener. Las paredes no abrazan ningún recuerdo ni tampoco las sábanas o el colchón. Mi mirada deambulaba por lo inerte de cada objeto, por lo sin vida de cada trazo que marca el contorno de cada cosa que alcanzaba mi vista. Incluso llegó a parecerme frío y ausente el mismo él. En el instante que ocupó la llegada a esta habitación, cada cosa se presentaba ante mí vacía de recuerdo o de futuro. Objetos inanimados que no acolchaban ninguna emoción por su insignificancia y cualquierismo.  ¿Y él? ¿A quién mira él cuando me mira? ¿A quién ve cuando me ve? Lo que quiero es pasearme por su interior. Voy a estirar un brazo y le meteré uno de mis dedos en su boca dormida. Sí, es lo que haré pero antes, vuelvo a engullirle aquí donde estoy. Estoy donde estoy ahora. Es aquí donde debo estar, lo sé, aunque es tarde. 

Aunque es tarde quiero seguir atragantada por su pene. Parece que le ha venido un influjo de sangre y me eleva con él unos centímetros por encima de mí misma. Yo soy su coño y me ahogo en el vacío de su ausencia cuando no está dentro de mí. Dentro de mí como ahora está. Me afinco con vehemencia sobre si. Quiero atraversarle con mi cadera, que se me hunda profundo y me perfore este útero miserable que me corona; uno que de tan útil, frena a regañadientes toda mi voluntad. Empújame fuerte y descolócame el órgano que me mantiene cuerda, que me ata a la tierra, que no me deja despegar.  Salgo y entro de sí. ¿O sí de mí?

«Yo soy su coño y me ahogo en el vacío de su ausencia cuando no está dentro de mí»

Salgo y entro de sí y en cada pasada la vulva se me abre como queriendo hacerle burla a su pubis prominente; una montaña velluda que me acaricia como el lomo de un gato castrado. A veces, otras veces como ahora, quisiera que al agarrar mi culo como lo está haciendo, al clavarme las uñas sobre la grasa que da forma a mis nalgas, tirara de sus manos fuertemente cada una hacia un lado y expusiera mi ano en toda su inmensidad. Que tensara los límites de las costuras que mantienen la forma de a lo que alude mi nombre propio hasta comenzar a deshilacharme lentamente. Un desmembramiento de muslos con el que poder hincárseme aún más dentro de mí como ahora hace. Así como ahora hace, así como ahora acojo su rebote y lo desvío hacia ese lado donde se me entornan los ojos con los que he estado mirándole hasta ahora con esto que hace.

Es tarde y lo que quiero es seguir paseándome en su interior. ¿O está él en el mío? En un rato no estaremos aquí. Ahora estamos. En un rato nos habremos ido de aquí y me lo llevaré puesto. Me haré un traje de su saliva y un collar con cada una de las gotas que escupa su pene volcánico. Puto útero útil. Pondría un mercadillo y lo vendería al mejor postor. Ahora seguimos aquí aunque es tarde. No quiero irme. Que me tire de las nalgas. No quiero irme. Desmémbrame como una muñeca de trapo. Mira este coño tuyo, esta toda yo que me pronuncio desde aquí, y no te vayas. Ya es tarde, pero no te vas. ¿A la de tres? ¿A la de cien? ¿A la de cuánto? Empiezo a contar». 

Amanda se tumbó sobre el pecho de Saúl y comenzó a contarle al oído. «Uno, dos, tres, cuaaaatro, cinco, seis…». Se unió él a su canto, a esta cuenta adelante que señalaba un horizonte donde querían verterse a la vez; «diecisiete, dieciocho… veintiséis… treinta y dos…». Ya era tarde y Amanda, al salir de él, de su embrujo y de la habitación, vestía un bonito collar de perlas con el que no entró. 

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