San Valentín es nocivo para tu salud mental: apuntes sobre la comodificación del amor
«Dar regalos no es un lenguaje de amor, más bien, dar regalos es un imperativo cultural destructivo. Nos hemos convertido en consumidores de amor»
El Día de San Valentín se celebra cada año el 14 de febrero. Eso cree mi hija, por ejemplo, porque mi hija no ha vivido en un mundo en el que esta fiesta no se celebrara.
Mi hija no sabe que en realidad esta fiesta la importó a España, desde Estados Unidos, Galerías Preciados, unos grandes almacenes que ella tampoco conoció, pues se cerraron antes de que ella naciera.
Mi hija no sabe que cuando yo era joven, en los entornos en los que yo me movía y me relacionaba, no sé celebraba San Valentín. Mi hija no sabe que se hubiera considerado cursi y hortera regalar algo a tu pareja por San Valentín. Se sabía que era una fiesta americana importada y que era tremendamente consumista.
Mi hija no tiene pareja, pero en su grupo hay muchos chicos y chicas con pareja y todos llevan una semana dándole vueltas a cómo van a celebrar el día, y qué le van a regalar a su amor.
Toda esta exageración en torno al Día de San Valentín puede tener un efecto perjudicial en la salud mental de muchos. Aquellos que están en una relación pueden sentirse presionados a gastar en regalos costosos y grandes gestos, mientras que aquellos que están solteros pueden sentir que su vida no está completa sin una pareja.
Por ejemplo, en un foro de chicas he encontrado que varias de ellas comentaban que habían llegado al acuerdo con su pareja en que cada uno gastaría 200 euros en el otro pero que no lo consideraban un justo puesto que su pareja ganaba más que ellas. De forma que para ellas un día que debería celebrar el amor se convertía en una fecha marcada por el resentimiento. Y por la sensación de que de alguna manera estaban siendo estafadas.
En España el gasto medio en regalos se articula alrededor de unos cien euros, según la Asociación Española de consumidores. Y yo me pregunto cómo, estando el coste de la vida como está, alguien puede plantearse gastarse cien euros si no está ganando un sueldo más o menos alto. Hasta qué punto la obligación de regalar no va a convertir la fecha en algo estresante.
Para el que está soltero o soltera el día puede recordarnos lo solos o tristes que estamos. Puede exagerar los sentimientos de ansiedad, soledad y puede hacernos caer en la tentación de autocastigarnos, de concluir erróneamente que somos raros, que no somos dignos de ser amado, que no encajamos, que vamos a acabar viviendo solas con cuatro gatos.
Y es que es imposible que te sustraigas a la la fecha porque llevan una semana bombardeándote con corazoncitos. En redes sociales, en anuncios, en escaparates… los malditos corazones. Ni siquiera en la cola del supermercado te puedes olvidar del tema, porque justo al lado de la caja han montado un tenderete lleno de cajas de bombones en forma de corazón
«Las normas sociales dictan que las personas deben expresar su amor mediante grandes gestos y muestras extravagantes de afecto»
Uno de los principales sentimientos con los que uno puede luchar es el de la soledad. Sentirse solo no es un problema de salud mental en sí mismo, por supuesto. De hecho, se trata un sentimiento cada vez más común en la sociedad alienante en la que vivimos. Este sentimiento puede deberse a muchas razones dependiendo de las circunstancias de la vida con las que uno esté lidiando. Por ejemplo, haber atravesado una ruptura de relación reciente, un duelo o incluso no sentirse comprendido por una pareja actual.
Nuestra sociedad percibe en cierto modo la soltería como un defecto que debe corregirse. Y por eso el Día de San Valentín está profundamente arraigado en las expectativas culturales y en los medios populares. Las normas sociales dictan que las personas deben expresar su amor mediante grandes gestos y muestras extravagantes de afecto. Y por eso, las personas que se quedan fuera de las festividades del Día de San Valentín podrían encontrarse lidiando con la exclusión social, el estrés y la decepción.
Pero no solo las personas que están solteras sienten la ansiedad de San Valentín. El marketing construye relatos y narrativas. Y el marketing de San Valentín se basa en idealizar los sentimientos románticos. Por eso, en estas fechas muchas mujeres que están en pareja empiezan a cuestionarse los suyos. Porque ya no sienten mariposas en el estómago ni creen estar ya enamoradas de su pareja. Y sí… a veces puedes sentirte mucho más sola estando en una pareja que estando soltera. Al menos estando soltera puedes llamar a cuatro amigas, emborracharte y quejarte de tu vida. Pero si te sientes mal con tu pareja hace falta mucho valor para decirle que no acabas de sentirte a gusto dónde estás.
A la hora de relacionarnos con nuestros seres queridos siempre hay otra festividad acechando a la vuelta de la esquina: el Día de San Valentín. Día de la Madre. Cumpleaños. Navidad. Nos hemos programado para dar y recibir regalos en estos y muchos otros días festivos. Hemos aprendido a regalar para demostrar nuestro amor. Nos han dicho que dar regalos es uno de nuestros «lenguajes del amor». Esto es ridículo y, sin embargo, lo tomamos como un evangelio: Te amo, mira, para demostrarlo aquí tienes este objeto caro y brillante que te compré.
«Dar regalos es, por definición, una transacción, pero el amor no es transaccional. El amor es trascendente: trasciende el lenguaje y las posesiones materiales»
Dar regalos no es un lenguaje de amor, más bien, dar regalos es un imperativo cultural destructivo. Nos hemos convertido en consumidores de amor. Hemos mercantilizado el amor.
Dar regalos es, por definición, una transacción, pero el amor no es transaccional. El amor es trascendente: trasciende el lenguaje y las posesiones materiales, y sólo puede manifestarse mediante nuestros pensamientos, acciones e intenciones. Quizás Jonathan Franzen lo expresó mejor: «El amor se trata de una empatía sin fondo, que nace de la revelación del corazón de que otra persona es tan real como tú. Para amar a una persona específica e identificarse con sus luchas y alegrías como si fueran propias, debes entregar algo de ti mismo».
Esto no significa que haya algo necesariamente malo en comprar un regalo para alguien, pero no te engañes asociando ese regalo con el amor: el amor no funciona de esa manera.
En nuestra sociedad de consumo todo lo traducimos en dinero. Y hemos llegado a un momento en que hemos comodificado el amor. El amor se ha convertido en una mercancía. Y cómo toda mercancía, se puede medir y calificar. Por lo tanto si tu pareja no te hace ese regalo que cuesta los 100 euros preceptivos, y no ha reservado el restaurante con velitas, y no te ha regalado el ramo de rosas, tú puedes sentir que tu pareja no te quiere. Sin darte cuenta que existen en el mundo muchísimos narcisistas que compran el amor con dinero.
Y esto me recuerda a una chica que estuvo en mis cursos que me contaba que salía con un hombre que le hacía llegar cada lunes un enorme ramo de rosas a la oficina. Al tiempo descubrió que también se los hacía llegar a otras mujeres. Enviar un ramo de rosas cada lunes a él no le costaba nada. Bueno sí, 30 euros semanales. No le suponía un gran esfuerzo, puesto que cobraba un sueldo astronómico. Lo que se ve que sí que le suponía un esfuerzo era ser fiel.
Por eso digo que los grandes gestos pueden ser muy llamativos, pero en realidad en muchas ocasiones son aspavientos vacíos. Puro decorado de tramoya.
Lo triste es que, en una sociedad que comodifica el amor y lo equipara a dinero y regalos, corremos el riesgo de dejarnos llevar por lo aparente. De quedarnos en la superficie y de no ahondar en el fondo. Y de acabar con personas que no nos convienen. Porque, cegadas por el brillo y el oropel del consumismo,no nos fijamos en otros candidatos o candidatas que hubieran podido ser mucho más interesantes. Aunque a priori no pudieran llamar tanto nuestra atención.
En un día como hoy uno debe recordar que con dinero puedes comprar un perro de raza, pero solo con amor conseguirás que mueva la cola.
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