THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ETXEBARRIA

¿Pero de verdad Pedro Sánchez sabía lo de las mascarillas? 

«No, el presidente del Gobierno probablemente no tenga ni idea de lo que pasa en todos los organismos públicos»

¿Pero de verdad Pedro Sánchez sabía lo de las mascarillas? 

Pedro Sánchez.

La pregunta que nos hacemos todos respecto a la trama mascarillas es esta: ¿Pedro Sánchez lo sabía?, ¿estaba el presidente al cabo de la calle de lo que estaba sucediendo? Deje que se lo argumente así: Sí y no. 

El estado de las cosas 

En el año 2019, antes de que empiece la pandemia, yo empiezo a alertar sobre la posibilidad de que se apruebe una ley trans y sobre las consecuencias que podría traer. En ningún momento doy opiniones. Doy datos. Solo enseño los borradores y explico lo que ha sucedido en otros países, entre ellos Canadá. Como ustedes saben de sobra, se inicia una campaña contra mí (la ministra Montero organiza un acto en el que alienta a tirarme un ladrillo mientras, se crea una campaña de difamación en la que me llaman plagiadora, bla bla bla bla… si ustedes me siguen, ya lo saben todo). Desde entonces no he vuelto a dar una sola conferencia para un organismo público en España.

En una ocasión me llamaron para participar en un ciclo de conferencias en Torremolinos. Poco después el organizador me tuvo que reconocer en petit comité que el propio alcalde le había dicho que a mí no se me podía contratar. Que yo estaba en la lista negra. No por mis opiniones, ojo. Porque había expuesto datos. Datos.

Recientemente me habían llamado para dar otra conferencia sobre literatura y psicología. Incluso me habían pedido que presentara un borrador de la charla. 

De nuevo me tiene que llamar la organizadora para decirme, de nuevo en petit comité, porque no se puede decir en alto, que desde arriba le han dicho que tiene que borrar mi nombre.

¿Cree usted que estas dos personas son funcionarios corruptos y que deberían haber insistido en mantener su posición sabiendo que podrían perder su trabajo? En Alemania o en Francia una noticia así, la noticia de que a un escritor que iba a participar en un ciclo de conferencias se le borra de ese ciclo porque se reconoce que existe una lista negra de escritores no afines al poder sería un escándalo. Aquí se entiende como algo normalizado.

Hay que tener en cuenta que esos ciclos de conferencias se organizan con dinero público y que den ese dinero público van también mis impuestos mi IRPF y mi cuota de autónomos.

El caso Pufosa

Ahora permitan que les cuente otra historia. Organismo público español. No es Renfe Mercancías, pero es una empresa similar. Llamemosla Pufosa para proteger a mis fuentes, a los que me han hecho llegar la historia. La dirección es del PSOE, obviamente. El director ha sido colocado por el Gobierno. Cuando el director toma posesión coloca a los asesores de turno. Varias personas que no tienen ni siquiera carrera universitaria ni idiomas ni la formación adecuada para el puesto, pero han sido elegidos a dedo. Unos Koldos de la vida. El personal sabe que existen, pero prácticamente no les han visto nunca.

Pero después, de paso, el director abre un período de contratación. Contratación pública. Y mágicamente resultan elegidos por los headhunters dos señores del PSOE que eran amigos personales del nuevo director. Supuestamente no estaban elegidos a dedo. Supuestamente han sido contratados tras un proceso de selección. Estadísticamente hablando es prácticamente imposible que en un proceso de contratación las dos personas que encuentres sean ´- oh, qué casualidad – amigos del director de la empresa. Pero no estamos hablando de empresa privada. A estos dos señores se les emplea con un contrato de varias cifras y blindado. Y cuando llegan los señores, no hacen nada. Nada. Ostentan unos puestos de nombre muy rimbombante pero apenas se tratan con los empleados de la empresa. Ya hay cuatro inútiles cobrando sueldos astronómicos a costa del contribuyente y todos los empleados de esa empresa pública lo saben. Pero no pueden decir nada porque no quieren perder sus trabajos.

Exactamente lo mismo que sucedía en Renfe Mercancías… ¿o se cree usted que Koldo García era el único consejero, que no había más asesores designados a dedo?

En la Mesa de Contratación de Pufosa, dentro del departamento de Control de Gestión y Compras, hay un Secretario de Mesa que es funcionario de toda la vida. Que entró en la empresa por oposición y ha ido ascendiendo por oposición.

Y de repente empiezan a multiplicarse los contratos. Y empiezan a llegar contratos y contratos y contratos… Y el secretario tiene la mosca detrás de la oreja.

Entonces el secretario detecta algo muy raro.

Tiene la impresión de que a ciertas empresas les avisan de antemano de las ofertas que van a salir publicadas para que puedan presentar la primera oferta y la más ajustada. 

No tiene pruebas. Pero es todo muy sospechoso y ese aluvión de nuevos contratos y adjudicaciones que – oh, casualidad – se les ofrecen siempre a las mismas empresas, coincide – oh, también casualidad – con la llegada de esos dos ejecutivos a los que ha contratado el equipo de headhunters.

El secretario se presenta en dirección y expresa que él no quiere firmar esas adjudicaciones, porque sospecha que son fraudulentas. Y que las firme otro.

No pueden echarle porque lleva casi veinte años en la casa, y nadie quiere llamar la atención sobre el asunto de las adjudicaciones. Así que envían a un puesto directivo en el departamento de marketing. Un puesto para el que nuestro Secretario no se ha preparado y de cuyo ámbito no tiene la menor idea. Pero acepta.

Esta persona está ahora cobrando 4000 euros al mes. Prácticamente no trabaja porque no tiene ni idea de a qué se dedica su propio departamento y básicamente se dedica a aparecer de vez en cuando por el despacho y a comer con algunos empresarios en restaurantes de postín para hacer relaciones públicas. Y finalmente decide no protestar más porque no tiene ninguna prueba clara y evidente y sabe también que si va a la policía poco logrará excepto perder su trabajo. Ya han comprado su silencio.

¿Cree usted que esta persona es un corrupto? ¿ Qué hubiera hecho usted en su lugar?

¿ Cree usted que el presidente del Gobierno está al cabo de la calle de lo que está pasando en Pufosa? No. El Presidente no revisa todas las adjudicaciones de todos los organismos públicos de España.

En Japón son durísimos contra la corrupción. Recientemente han detenido, despedido y negado la jubilación a un director de instituto porque se servía cafés de 1,25 dólares pagando sólo 0,75 dólares. Lo hizo siete veces. Esta detención no se entiende en España. Aquí, en este país donde se ve como normal que te lleves el material de oficina a casa para que tu hijo tenga bolis, lápices, clips y grapadoras.

Aquí en España se entiende como normal que haya listas negras de autores y escritores que nunca haremos conferencias, ni pasaremos por el Cervantes, ni participaremos en ningún ciclo. Porque hemos sido vetados ( en mi caso, repito, por dar datos y no opinión). Esto sería un escándalo y absolutamente impensable en Alemania y Francia. Pero aquí se da por hecho que las cosas son así. Que es justo y legítimo que sean así. Que la cultura debe ser un vehículo del poder y las empresas públicas agencias de colocación. Y a nadie le sorprende. 

Las mascarillas de Armengol 

Ahora piensen ustedes en el Gobierno balear, cuando se encargan uno con cuatro millones de mascarillas, repito, 1,4 millones. Una cadena de funcionarios públicos tendría que haber advertido los flecos de la operación. En primer lugar, es imposible que para hacer esos contratos nadie se diera cuenta de que estaban pagando un precio considerablemente superior al normal. Cuando resulta que las mascarillas son defectuosas y se almacenan, para tramitar ese almacenaje hay que pasar por un funcionario que firme la orden de traslado, hay que pasar por unas personas que mueven las mascarillas, y hay muchas personas que saben que en ese almacén ahí uno con cuatro millones de mascarillas. Son cajas y cajas. Mucha gente está al cabo de la calle de que allí pasa algo rato…Pero no dicen nada. Hay una larga cadena de funcionarios públicos que optan por callarse, pero que lo saben todo.

¿Usted cree que esos funcionarios, que no se llevaron ni un duro de todo esto, ni mucho menos lo planearon, pero tampoco alertaron de lo que estaba pasando, son unos corruptos?

No, el presidente del Gobierno probablemente no tenga ni idea de lo que pasa en todos los organismos públicos. Pero sí que es responsable de un sistema que de él depende. Un sistema en el que lo normal es elegir asesores o dedo. Un sistema en el que lo normal es que la contratación en cualquier organismo público no sea demasiado transparente. Un sistema en el que lo normal es que haya listas negras y todo el mundo lo sepa. Un sistema regido por el nepotismo y el miedo. 

El caso Abalos

José Luis Ábalos es un señor que hace ya cuarenta y pico años estudió magisterio. La diplomatura, no la licenciatura de Magisterio. Tres años que sólo te dan para ser profesor de primaria, con todos mis respetos para los profesores de primaria, pero desde luego no te dan para entender los intrincados vericuetos de la organización de una súper empresa. A Ábalos probablemente le habían pasado, tanto a él como a un montón de funcionarios que estarían por debajo, una lista de los empresarios a los que se podía comprar y una lista negra de los empresarios con los que no se podía hacer negocios.

Recordemos que durante la pandemia varios empresarios se ofrecieron a traer mascarillas muy baratas desde China y algunos incluso se ofrecieron a traerlas gratis. Pero el gobierno lo impidió. ¿Por qué? Probablemente porque se trataba de empresarios que estaban en listas negras, ya que alguna vez se habían atrevido a cuestionar al gobierno o al Partido Socialista.

Tengan en cuenta ustedes en cuenta que Ábalos tiene 64 años. Que se afilió al Partido Comunista a los dieciocho años y a los veintiuno al Partido Socialista. Que sólo trabajó tres meses en un colegio y que no tenía ninguna intención de seguir trabajando allí. Que trabajó exactamente tres meses para poder garantizarse la excedencia, y así tener un puesto al que volver en caso de que su plan de vivir de la política fracasara. Que desde los veintiuno a los sesenta y cuatro años, cuarenta y tres años ni más ni menos, Ábalos ha estado siempre trabajando en el Partido Socialista. Que ha subido desde niño de los recados a ministro. Y que si ha subido tanto ha sido precisamente porque sabía obedecer órdenes y porque sabía hacer lo que le pedían que hiciera. Que no conoce otro mundo fuera del PSOE. Que su marco mental y su sistema de valores lo ha creado el PSOE.

¿Usted se cree de verdad que un señor que no ha trabajado en la vida fuera del PSOE y que solo ha estudiado tres años de una Diplomatura en la que se estudia pedagogía y poco más sería capaz de detectar un fraude? ¿ Que se va a tomar el trabajo de comparar precios internacionales para ver si la oferta que le pasan es buena? No, no sabe hacerlo. ¿Se enteraba de algo Pedro Sánchez? Pues probablemente tampoco.

Supongo que Sánchez no tenía ni idea de los detalles de las mascarillas y el almacén de Baleares. Pero eso no le exime de ninguna responsabilidad. Porque él sí sabe que dirige un cotarro que funciona con listas blancas y con listas negras. A los que estamos en listas negras nunca se nos puede contratar y a los que están en listas de preferencia hay que contratarles siempre. De forma que si algún empresario llegaba recomendado por alguien importante, había que recibirle y a poder ser contratarle.

La banalidad del mal

¿Se puede hacer el mal sin ser malo? Ésta fue la pregunta desconcertante a la que se enfrentó la filósofa Hannah Arendt cuando informó para The New Yorker en 1961 sobre el juicio por crímenes de guerra de Adolph Eichmann.

Adolph Eichmann fue el agente nazi responsable de organizar el transporte de millones de judíos y otras personas a varios campos de concentración en apoyo de la Solución Final nazi.

Arendt encontró en Eichmann un burócrata corriente, bastante insulso, que, en sus palabras, no era «ni pervertido ni sádico», sino «terriblemente normal». Adolph Eichmann actuó sin otro motivo que el de avanzar diligentemente en su carrera en la burocracia nazi. Eichmann no era un monstruo amoral, concluyó Arendt en su estudio del caso: Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal (1963).

Adolph Eichmann, según Arendt, realizó malas acciones sin malas intenciones. Y este hecho estaba relacionado con su «irreflexión», una desvinculación de la realidad de sus malos actos. Eichmann «nunca se dio cuenta de lo que estaba haciendo» debido a una «incapacidad… de pensar desde el punto de vista de otra persona». Y porque estaba entrenado en un marco mental muy particular en el que se le convencía tanto de que debía obedecer a sus superiores como de que todo lo que sus superiores dijeran estaba bien. Al carecer de esta capacidad cognitiva particular, la de cuestionarse el marco mental en el que le han entrenado, o la sumisión que él considera que debe a la autoridad, Eichmann «comete crímenes en circunstancias que le hacen casi imposible saber o sentir que [estaba] haciendo mal».

Arendt denominó estas características colectivas de Eichmann «la banalidad del mal»: Adolph Eichmann no era intrínsecamente malo, sino simplemente superficial y burocrático, un «carpintero», un fontanero, un funcionario. Era un hombre que se sumergía en el Partido Nazi, en busca de un propósito y una dirección, no por profundas creencias ideológicas.

En la narración de Arendt, Eichmann nos recuerda al protagonista de la novela de Albert Camus El extraño (1942), quien mata al azar y casualmente a un hombre, pero luego no siente remordimiento. No hubo ninguna intención particular ni motivo maligno obvio: el hecho simplemente «sucedió».

Incluso diez años después de su juicio en Israel, Arendt escribió, en 1971, sobre Adolph Eichmann: «Me sorprendió la manifiesta superficialidad del autor [es decir, Eichmann] que hacía imposible rastrear la indiscutible maldad de sus actos hasta un nivel más profundo de raíces o motivos. Los actos eran monstruosos, pero el autor de aquello actos era bastante común y corriente, y no era ni demoníaco ni monstruoso».

Arendt escribió, diez años después del juicio, que «no había en Adolph Eichmann ningún signo de convicciones ideológicas firmes o de malos motivos específicos». O sea, que Eichmann simplemente obedecía órdenes porque no quería perder su trabajo
Entonces, ¿qué deberíamos concluir acerca de la afirmación de Arendt de que Eichmann (así como otros alemanes) hizo el mal sin ser malo?

Arendt decidió que su mal, el de Eichmann, era banal. Es decir, que venía a contarnos que en aquel caso, aquella persona había hecho el mal porque no se había parado ni a pensar lo que estaba haciendo. Era el sistema el que era maligno. Un sistema que recluta a personas como Eichmann, que se limitaba a cumplir órdenes. 

Eichmann era un hombre vacío, formalista, una mera cáscara que se limitaba a acatar las instrucciones de sus superiores sin pararse a cuestionarlas. Un hombre cuyo vacío burocrático no sugería una profundidad diabólica, sino sólo un arribismo prosaico y la «incapacidad de pensar». 

A Arendt le desconcertaba ver cómo un señor que llevaba una vida monótona y aburrida podía representarse como la encarnación del Mal sobre la tierra. 

Arendt vio al funcionario de apariencia ordinaria, pero no al guerrero ideológicamente malvado. Porque en realidad lo malvado era la ideología y el control, y no el soldadito programado para matar. De forma que Adolph Eichmann se limitó a organizar el transporte de millones de personas sin plantearse ni a dónde iban ni que iba a ser de ellas. A él no le habían programado para pensar. De la misma manera que a los burócratas que dependen finalmente del Ministerio de Cultura o de la Concejalía de Cultura de turno, ésos que obedecen órdenes y deciden no contratar a determinada persona porque está en una lista negra, no les han programado para darse cuenta que eliminar la diversidad o el pensamiento disidente es la mejor manera para instaurar una dictadura y acabar por tanto con la cultura. Ni se lo plantean. Cumplen órdenes, eso es todo. 

Abalos llora

Ayer Ábalos se puso a llorar en el programa de Risto porque decía que apartarse del PSOE le suponía un golpe a su identidad y a su pertenencia Y yo le creo. Y sé que es verdad.

«Ábalos dio la orden de que había que tratar bien a Koldo. Y los demás funcionarios la cumplieron»

Toda su existencia, la de Ábalos, ha estado ligada al PSOE. Y él probablemente cree que no ha hecho nada malo. De la misma forma que lo de las listas negras para autores sería un escándalo en Francia y aquí se entiende como norma, Ábalos entiende como perfectamente normal que una persona que está en el Partido Socialista haga negocios con empresarios afines. ( Muy probablemente alguien que llevara toda su vida en el PP pensaría lo mismo, pero en versión PP: que lo normal es que una persona que lleve toda su vida en el PP haga negocios con empresarios afines al partido). 

Abalos no se diferencia mucho de Adolph Eichmann. Y me dirán ustedes, por supuesto, que no es comparable enviar a millones de personas a una muerte segura que trapichear con mascarillas durante la pandemia. Pero recordemos que en la pandemia moría gente. Puede que Ábalos no tuviera ni idea de que iba el negocio de las mascarillas. Porque al fin y al cabo a él le habían enseñado que la gente en listas negras no se las contrata y a que a la gente en la lista blanca o la lista azul hay que favorecerle los contratos en lo posible. Él dio la orden de que había que tratar bien a Koldo. Y los demás funcionarios la cumplieron.

Aquí habría que citar a dos psicólogos sociales: Stanley Milgram, que desde su teoría de la cosificación demuestra que la esencia de la obediencia radica en el hecho de que una persona se ve a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otras personas.Y Brian Wilson, que en su libro Sociología de las sectas religiosas explica cómo la persona que ingresa en una organización sectaria acaba sustituyendo su sistema de valores para cambiarlo por el de la organización en la que vive. 

No, Abalos no cree que él haya hecho nada malo. 

No, en eso no se diferencia mucho de Adolph Eichmann.

En la pandemia moría gente. Y si en lugar de haber llegado uno con cuatro millones de mascarillas defectuosas hubieran llegado uno con cuatro millones de mascarillas FP2, a saber cuántos médicos y pacientes se hubieran salvado.

Según la revista médica The Lancet, en el caso de España, la cifra más aproximada de fallecimientos en España durante la pandemia sería de 162.000 muertes, cuando en los registros oficiales se cifran los fallecimientos en 98.900.

¿Pero Sánchez lo sabía?

¿Creo yo que sabía específicamente Sánchez que se estaba organizando una trama de corrupción alrededor de las mascarillas? No, no creo que conociera los detalles.

«Creo que Sánchez sabe que ha instaurado un régimen de terror en diversos organismos públicos»

¿Creo que sabe que ha instaurado un régimen de terror en el que cualquier persona que se atreva a dar datos que cuestionen los datos oficiales puede encontrarse sin trabajo durante cuatro años como me sucedió a mí? Sí. Creo que sabe que ha instaurado un régimen de terror en diversos organismos públicos. De forma que ningún funcionario se va a atrever a cuestionar prácticas que quizás sean legales sobre el papel pero que no son morales. Porque teme perder su trabajo. 

Sí, creo que cuando sitúas en los más alto de la cadena de mando a perfectos inútiles que carecen de la formación necesaria para llevar una gestión en una macroempresa lo que sucede es que los que están por debajo empiezan a aprovecharse de la situación. Y así se fomenta la corrupción. 

 Si. Sé que el clima de terror está destruyendo la cultura española. Sé que en el mundo de la cultura en petit comité muchísimas personas me cuentan que están absolutamente de acuerdo con lo que yo digo. Pero que no se atreverían a decirlo en alto porque saben que no volverían a trabajar jamás. 

Sí, sé que se ha impuesto el pensamiento único y las amenazas en las universidades. (Si alguien no se lo cree que eche un vistazo a lo que le está pasando a la profesora Silvia Carrasco en la UAB).

Y vuelvo a repetir:

  • ¿Creo yo que Sánchez sabía punto por punto los detalles de las tramas de la mascarillas? No.
  • ¿Creo que conocía los detalles Ábalos? Tampoco. 
  • ¿Creo que ambos dos son responsables? Absolutamente.
  • ¿Creo que este sistema de polarización, crispación miedo, campañas de cancelación y listas negras, este sistema en el que triunfa el más arribista y el más trepa, puede que afecte a los dos grandes partidos de este país? Es muy posible. Pero nunca ha sido tan evidente, tan aterrador, tan omnipresente, como lo viene siendo desde la llegada de Sánchez al poder.
  • ¿Estoy perdiendo la fe en el género humano? Sí

Decía Hannah Arendt que lógica del pensamiento ideológico requiere del terror. Del miedo. El miedo, la cultura de la cancelación y del pensamiento único, arruina y desfigura las relaciones entre las èrsonas haciendo imposible la comunidad, el ser en y con todos, la esfera pública de la vida. Arruina la posibilidad de confiar en la vida, en el mundo, en los demás. En este sentido, el miedo, el miedo a perder el trabajo, a ser represaliado o cancelado, prepara el terreno para la dictadura del pensamiento ideológico. Ya que, enfrentando a los ciudadanos unos contra otros, destruye el espacio entre ellos. Los aísla en compartimentos estancos. Les priva de su libertad.

Y sin libertad no hay convivencia, no hay acción, no hay transparencia. No hay futuro.

 

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