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Opinión

Historias de la fidelidad: Modric y Koldo

«Buscar culpables en la ciénaga es lo ideal para combatir la frustración o la propia inoperancia»

Historias de la fidelidad: Modric y Koldo

El centrocampista del Real Madrid Luka Modric celebra tras marcar ante el Sevilla, durante el partido de Liga que Real Madrid y Sevilla FC disputan este domingo en el estadio Santiago Bernabéu. | Javier Lizón, EFE

La costumbre de moverse entre dilemas es cuestión tan delicada como adentrarse a ciegas en un campo de minas. Algo así como la política, «quizá la única profesión para la que no se considera necesaria preparación alguna» (Stevenson), pero que exige instinto zapador para no saltar por los aires al primer traspié. Verbigracia: Koldo García y sus cuates. En otra dimensión, el fútbol. Avanza el jugador con el balón pegado al pie, regatea en un baldosín, gambetea a mil por hora y tumba rivales porque piensa unas décimas de segundo antes que ellos. Ve la portería y marca. Por ejemplo, Modric. 

De Koldo esperan los amigos, si los conservara, que cierre el pico. Ahora apesta, ya no comparten con él mesa y mantel en La Chalana, ni confidencias ni travesuras ni «bisnes». Mudo le imploran cargos ministeriales, altísimos, bajos y mediopensionistas, incluso la tercera autoridad del Estado. Aunque su antiguo jefazo apenas le menciona en el rosario de lacrimógenas entrevistas, la amistad levantada a base de golpes, como el de Newman y Redford, se resquebraja. Y cuando la investigación supere las cuestiones superficiales y cruce a la fase trascendental, vomitará hasta los higadillos. No hay quien se resista a un interrogatorio de la Guardia Civil, dicen. Las relaciones entre trileros, salvo casos excepcionales, suelen acabar mal y con el calabozo abarrotado.

Naturalmente, no es el caso de Modric y su jefe inmediato, Carlo Ancelotti, pareja tan divisible, eso sí, como la de Koldo y Ábalos. Luka, 38 para 39 años, conserva la esencia, mas no el físico. Es la edad. Exige tanto el fútbol de hoy en día que ni siquiera Puskas podría sentarse en el banquillo, salvo para dar consejos. Modric ya no es titular y Ancelotti, que pasó también por el trance de la prescindibilidad, le entiende porque le admira y respeta, pero no le da más bola que la imprescindible. Suficiente para consolidar el liderazgo del Madrid en la Liga: entra en el minuto 75, cuando el Sevilla acaricia el empate definitivo, y marca en el 81. A «Lukita» se lo comen. Tres puntos para mantener a raya al Girona y al Barça. La fidelidad del croata hacia su entrenador y su club se demuestra con goles decisivos, como ése, y celebraciones festivas y espontáneas con los compañeros.

La nobleza, sin embargo, también distingue a determinados malhechores. Nemo hizo prometer a Ferro que le pegaría un tiro cuando el alzhéimer fuera tan devastador que le impidiera recordar el nombre de su prole. Ferro (Luis Zahera), el sicario leal hasta un grado enternecedor, al final del último capítulo de Vivir sin permiso encontró a Nemo (José Coronado) sentado en una roca frente a la playa, perdida en la ría la mirada, vacía de presente y de recuerdos, y rogó al jefe, «capo di capi» de los narcotraficantes de Oeste, que le dijera el nombre de sus tres hijos. No hubo respuesta ni más sonido que el canto de las olas estampadas en la arena. Instantes de silencio atronador, roto dolorosamente por el disparo de un revólver, verdugo de la fidelidad que, aunque comprada, en contra del pensamiento de Tácito ni fue sospechosa ni de corta duración. Con esta pareja se cumplía a la perfección aquello que escribió Faulkner: «Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás». 

Koldo y Ábalos no parecían intrínsecamente malos cuando Santos Cerdán los presentó. Hicieron migas. Pero se confiaron. Hay quien piensa que levita sobre el bien y el mal, hasta que lo bajan del guindo. El grandullón, portero de puticlub, siempre dos pasos por detrás –remedo del duque de Edimburgo–, siempre a la sombra del que fuera su mentor, del diputado, del secretario de Organización del PSOE, mano derecha de Pedro Sánchez y hasta ministro. Ambos prosperaron. El machaca, que resultó ser un lince, progresó más que «El Mediador» (Antonio Navarro) del «Tito» Berni (Juan Bernardo Fuentes Curbelo). El exministro ha tocado fondo y de sus finanzas apenas se sabe, ni la mitad de la mitad de todo lo que trasciende del compañero de fatigas. Están tocados y hundidos y arrastrarán a más de una autoridad al fondo. La entente cordial que todavía muestran Modric y Ancelotti, consciente el uno de que el otro le jubilará, no cabe en el tablero político. Jugadores y entrenadores se respetan, norma de urbanidad; los ejemplos de amistades peligrosas conducidas al patíbulo abundan en el terreno de juego político, empantanado al menor vaivén.

Buscar culpables en la ciénaga es lo ideal para combatir la frustración o la propia inoperancia. En el fútbol es recomendable para salir del trance. Ejemplo uno: Reinildo apretó primero el gatillo, disparó al pie del Atlético en el Metropolitano y la hemorragia continuó en San Mamés. Adiós al posible título de Copa. Ejemplo dos: Simeone no frena la sangría, acierta tan poco en los planteamientos como sus pupilos en el último pase. Es descorazonador, la antítesis de la felicidad que disfrutan en el Madrid con genios que como Modric salen de la lámpara apenas la frota Ancelotti. Avanzar sin medrar. El fútbol es a la fidelidad lo que la política al chanchullo, Modric y Koldo. No hay dilema.

P. D.: María Vicente corre hacia el listón y a punto de la batida siente una pedrada. Acaba de romperse el tendón de Aquiles. Apuntaba al oro en los mundiales de Glasgow, a medalla en los JJOO. «¡No, por favor! ¡No, por favor!» gritaba bañada en lágrimas «Pero prometo que volveré». Fidelidad a la palabra dada.

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