THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Los alquileres de mentira y risa

«Las fintas deportivas de Isabel Rodríguez confunden a todos los parroquianos asomados a las ventanas de este chollo»

Los alquileres de mentira y risa

La ministra de Vivienda y Agenda Urbana, Isabel Rodríguez. | Europa Press

Llega Isabel Rodríguez con sus ojos chispos, sus dedos largos como promesas, su pelito corto como un susto o acertijo, su sonrisa lenta. Llega Isabel Rodríguez, ministra de Vivienda, a recitarnos una ocurrencia abrochada o vestida de idea: «¡Vamos a topar la vivienda!». Yo topo, tú topas, él topa, nosotros topamos, vosotros topáis y ellos topan. Vamos, sí, por ahora solo en Cataluña, a fotocopiar el sistema estatal de referencia del precio de la vivienda, para repartirlo por ahí. La diferencia entre los folios de Rodríguez y los cartelitos de las agencias, blancos como lápidas de cementerio, casi nada: mil euros. ¿Y cómo el personal va a renunciar a sus mil euros de alquiler de la casita? 

Todo queda estupendo, muy brillante, en el lenguaje mojado de los sueños. Al abrir los ojos, cualquier estado democrático que se precie no puede ser intervencionista. Al abrir los ojos, salvo Cuba, Venezuela o Bolivia en ninguna parte te dice el estado al precio que tienes que alquiler, comprar o vender una propiedad. El verbo topar suena a tebeo o cómic. La ilusión es que el mercado se enfríe con unas fotocopias que el Estado reparte por ahí. La brocha no puede ser más gorda ni el trazo más grueso: «Vamos a parar el incremento de los precios y, por tanto, vamos a posibilitar que las familias ahorren entre 1.500 euros y 800 euros al mes. También vamos a empoderar a los consumidores, que no van a tener que guiarse por un indicador de mercado, como las plataformas, para conocer el precio que han de pagar». 

El sueño pide vino, cerveza y muchos licores pesados para su digestión. Aunque las fotocopias sean leyes, sí, el propietario siempre dirá dame esto en A y lo que falte en B, porque nadie depreciará lo suyo, por mucho que Papá Estado diga que un piso en el barrio de Salamanca vale quinientos euros/mes. El capital privado va por otra carretera distinta a las leyes y martillazos públicos: meterse en el bolsillo del contribuyente será muy jodido. Cada uno, repetimos, vende o alquila lo suyo al precio que le da la gana, porque es suyo y no de Papá Estado. El derecho de acceso a la vivienda no pueden ser unas fotocopias con unas tablas de Excel al buen tuntún. La música es buena pero no tiene realidad: «Vamos a conseguir que las familias paguen el 40% por la vivienda en lugar del 80%». ¿Pero cómo? ¿Cómo? ¿Cómo?

En principio, según parece, todo se deja a las Comunidades Autónomas, que podrán o no aplicar las tablas de multiplicar y dividir, que todavía no son las de Moisés ni las de la Ley. Un Monopoly de barrio, algo así, para jugar un rato en familia tras una ventanilla consistorial donde un tío, al otro lado, quiere fumar y no puede y mientras tanto lee el periódico y se raspa el bigote. Pide Isabel Rodríguez a los alcaldes que ahonden en la herida social y no le den una patada a su iniciativa. Los profesionales dibujan ya cómo el índice propiciará menos oferta. Isabel Rodríguez no se despeina: inyectará 9.500 millones en el sector para conseguir alquileres a precio asequible. Luchará contra la especulación con lupa de muchos aumentos y sabuesos nocturnos. Los abusos y los zulos formarán parte del pasado nefando de nuestro país. Los techos crecerán hasta el cielo, por encima de los pinos y los cipreses, sin tasa.

El propietario, víctima de la inseguridad, ya sabe lo que tiene que hacer, nos cuentan por las inmobiliarias del frío. El pequeño propietario ni es terrateniente ni latifundista ni ricachón, y muchas veces esas propiedades son complementos a pensiones y unos «picos» con los que viven. Cataluña dice sí a la Ley de Vivienda, piensa aplicarla, pero no sabe lo que va a encontrarse. Los técnicos avisan sobre semejante pesadilla, la cosa política va sobre la mesa pero el pago de techo y cama ocurre en los bolsillos fuera de la luz del día. El indicador, como método científico, deja mucho que desear. El alquiler imposible para los jóvenes, cuentan otros sabios de la tribu, va por lo que fue siempre la vivienda de protección oficial, la barriada, el suburbio y la vivienda nueva digna por esos lares, específicamente creada para ellos, pero no topar la ajena porque su materialización práctica es una quimera. Las fintas deportivas de Isabel Rodríguez confunden a todos los parroquianos asomados a las ventanas de este chollo: «A veces es mucho más gravoso pagar un alquiler que la cuota de una hipoteca». Su intención, no siempre frontal ni obvia, es la máxima: sacar a familias del infierno del alquiler.

Sus socios de Sumar no acaban de ver el dibujo al carboncillo o apunte al natural de esta completa obra de arte. Fondos como Blackstone o KKR afilan y enseñan sus colmillos retorcidos. El nuevo parque de viviendas, si lo hay, precisa otra ley del suelo, porque necesita seguridad jurídica. Nadie sabe cómo pueden regularizarse los alquileres de temporada mientras Rodríguez habla de una reforma de la ley de Propiedad Horizontal. Nadie sabe cómo los alquileres turísticos pueden bajar el precio del alquiler residencial, aunque Rodríguez insinúe aquí bajadas fiscales. El cuento suena de un modo diferente leído a escrito. Los alquileres de la risa y la mentira son también los del miedo. El pequeño propietario no quiere rollos. El pagador no quiere otros pagos distintos a los apalabrados o contratados. Los alquileres bajos, para muchos, no son reales. Lo barato sale caro. Lo único que hay que topar, para otros, son los impuestos y las ocurrencias. Topar la deuda y el déficit. Topar la luz y la cesta de la compra. 

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