Cuando la política martiriza a la economía
«La clase política se ha convertido en el freno a las expectativas de mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos»
El denigrante espectáculo ofrecido por los políticos españoles día a día cristalizó el pasado miércoles en varios frentes y ha dejado en quien esto escribe una desoladora impresión. Estamos cabreados y apenados al constatar que mientras nuestros familiares, amigos, vecinos, compatriotas morían hasta la pavorosa cifra de 150.000, había personas de los alrededores del poder, si no el mismo poder, que traficaban con material sanitario para su insaciable enriquecimiento, para su obscena ostentación de fuerza, para su tenebrosa petulancia.
El miércoles, decía, en la llamada sesión de control del Congreso de los Diputados, los políticos en vez de lamentar los escabrosos casos de corrupción, en vez de pedir perdón por sus negligencias culpables y juramentarse para esclarecer cuantos actos de pillaje se hayan podido producir, sus señorías se engancharon en peleas, en acusaciones cruzadas, en crear un ambiente irrespirable en el que lo principal, la actuaciones delictivas, quedaron emboscadas por la verborrea fatua, más propia del lupanar que de una institución del Estado. Con sesiones como la del pasado miércoles, los españoles pueden acabar asqueados de la política, apeados de la democracia y caer en manos de esa nueva generación de autócratas de izquierda y de derecha que escalan el poder a través del voto.
Por la tarde de ese mismo miércoles, el presidente del Gobierno de Cataluña, poniendo por delante con su único y personal interés político, anunciaba el adelanto de las elecciones autonómicas, en previsión de que su enconado enemigo independentista pudiera llegar a ser candidato, gracias a la amnistía que se tramita en el Congreso. Otra jugarreta de la política que interfiere de nuevo en toda la actividad y genera incertidumbre en la economía, que se queda reducida a la condición de panfleto electoral, de subasta de promesas que no se van a cumplir.
Como una réplica del anuncio de los comicios catalanes, el Gobierno central, persuadido de que no iba a contar con los votos de ERC para los Presupuestos Generales del Estado, da la espantada y renuncia a contar con el primer presupuesto de su legislatura. Otra vez los votos justifican una decisión política que irrumpe en expectativas económicas, fundadas en las repetidas declaraciones, especialmente de la ministra de Hacienda, de que presentaría de inmediato el proyecto de Presupuestos, que estaba ya negociando con sus socios de Gobierno y parlamentarios.
La víspera de ese miércoles políticamente turbulento, algunos leíamos con toda atención el Informe Trimestral del Banco de España que, con su habitual prudencia, mejoraba levemente las expectativas de crecimiento de la economía española, en línea con otros análisis profesionales y no mediatizados. Después del sórdido miércoles nos preguntamos si no estaríamos ante previsiones que habrían sido aún más favorables si la política no se empeñara en martirizar a la economía con el encono que lo hace.
Tenemos asumido que los condicionantes políticos e ideológicos, la tácticas y las estrategias partidistas supeditan, a veces gravemente, el curso de la economía. Contamos con que un gobierno de coalición, en extrema debilidad parlamentaria, puede cometer graves errores e incoherencias que pongan en cuestión las aspiraciones de mejora de los ciudadanos. Sabemos que los gobiernos interfieren tan innecesaria como ineficazmente en la vida económica, arropados siempre en supuestas buenas intenciones, en la defensa de los más necesitados (ahora se dice de los más vulnerables), desvelándose por el bien común, etcétera. Contamos con todo eso.
Con lo que no contamos ni debemos asumir con fatalismo es que la política, la clase política, sea el freno, el obstáculo a las expectativas de mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. Y eso ciertamente nos está pasando. Dice el Banco de España que dos importantes factores de crecimiento de la economía, el consumo privado y la inversión privada se comportaron peor de lo esperado ya en el cuarto trimestre del año pasado. El consumo creció solo el 0,3% (frente al 1,2% del trimestre anterior) y lo que es peor, la inversión privada, en términos de formación bruta de capital fijo se redujo hasta el -2%, con especial deterioro de los equipos de producción, que se fueron hasta el -4,8%.
«La amenaza sorda del autoritarismo engorda a base de bastardear la política, de emporcar la democracia, de hacer que los ciudadanos pierdan la confianza en sí mismos»
Señala la entidad supervisora que de prolongarse la relativa debilidad de estos dos componentes de la demanda, podría condicionar la capacidad de la economía española para mantener en los próximos meses el grado de dinamismo de finales de 2023. Y añade que la información coyuntural más reciente sugiere que la actividad económica española se habría ralentizado ya en este primer trimestre, especialmente porque la inversión empresarial muestra debilidad.
¿Qué ha pasado en estos últimos meses para que se pueda afirmar que la economía no crece lo que podría hacerlo? Pues que tenemos un Gobierno que ha dimitido de sus responsabilidades; que está empecinado en su propia batalla por las subsistencia; que cede a cualquier presión de sus socios, favoreciendo las exigencias particularistas y olvidando el interés general; que desprecia la institucionalidad; que produce legislativamente bodrios como la fracasada Ley de Vivienda, que ha provocado un encarecimiento de los precios de venta y de los alquileres; que juega peligrosamente al Monopoli con las empresas públicas; que es incapaz de gestionar los fondos europeos; que solo favorece el crecimiento del empleo en el sector público y la administración; que ha subido los impuestos y, pese a ello, no ha conseguido frenar el endeudamiento incontrolado…
Al tiempo nos vamos encontrando esos casos despiadados de fraude, de amistades peligrosas, de saqueo del dinero público que crecen como setas en tantas administraciones y nos echamos a temblar. Preguntas inquietantes. ¿Hasta dónde y hasta cuándo la política va a atormentar la vida y la tranquilidad de la gente? ¿Hasta dónde y hasta cuándo seguiremos conociendo casos de corrupción? ¿Hasta dónde y hasta cuándo un Estado puede aguantar una vida pública emponzoñada? La amenaza sorda del autoritarismo engorda a base de bastardear la política, de emporcar la democracia, de hacer que los ciudadanos pierdan la confianza en sí mismos.
En esta tesitura, ¿quién, que no sea un aventurero, se va arriesgar a invertir en España?