El mal rollo es un plato muy elaborado
«Entre la salud mental y la paz interior, y ‘MasterChef’, quedaba clara su opción. Para el formato, ir a esas cocinas es como ser llamado a filas para una guerra total»
Si hay un ingrediente que no falta en las cocinas de ‘MasterChef’ es la tensión. Cualquier espectador percibe la relación de los concursantes con las reglas del juego culinario como una olla exprés en la que todo está siempre a punto de saltar por los aires. A la televisión actual no le gusta el rollo happy flower, lo que reclama es conflicto, bronca, sangre. Y hay quien se encuentra a gusto alimentando ese monstruo, no hay más que escuchar a los profesionales de los realities que presumen de ‘dar contenido’, de ‘crear tramas’, como si el guion del programa fuera la escaleta de un combate a muerte por un pico de audiencia. Quienes quedan fuera de ese juego son bautizados como ‘muebles’, meros apéndices decorativos. Y no crean que las redacciones de esos programas contemplan los hechos desde la barrera, para nada, agitan el avispero con la ayuda nada desdeñable de lo que llaman ‘metemierda’, redactores que van de un lado para otro, de concursante en concursante, susurrando ideas, encizañando como correveidiles del mal rollo. Un buen ‘metemierda’ sabe cómo tirar del hilo para provocar una reacción airada y convertir cualquier pequeña anécdota en todo un drama. Es un arte. Y a los buenos hay que cuidarlos porque valen un potosí. No sé cuántos ‘metemierda’ tienen en ‘MasterChef’, pero los que hay se lo curran a base de bien para que el menú no decepcione.
Pero jugar así conlleva riegos. Mantener a los concursantes en el filo de la crisis existencial constante los coloca al borde del abismo. Y si resbalan por cualquier motivo, la caída es brutal. Lo vimos con Verónica Forqué. El paso de la actriz por el programa fue la radiografía de una pesadilla: la vimos entrar en bucle, perder poco a poco los papeles y el control de sí misma en unas situaciones que la desbordaron. Abandonó el concurso y recibió una dura reprimenda por parte del jurado, que no entendió lo sucedido y no tuvo empatía con ella en un momento de clara indefensión. Poco tiempo después, Verónica se suicidó. Su amiga Beatriz de la Gándara fue a degüello contra el talent: «La utilizaron para generar conflicto. La dejaron en pelotas frente a los tiburones de Twitter». Pero la historia se repite.
En la quinta entrega de ‘MasterChef 12’, una concursante quiso abandonar y se dio de bruces con la realidad de un programa sin compasión. La respuesta de Jordi Cruz, afeándola por ‘haber quitado el puesto’ a otro y sus malas formas para requerirle el delantal y echarla del plató obviaba de nuevo la rendición de una aspirante incapaz de soportar la presión. Entre la salud mental y la paz interior, y el concurso, quedaba clara su opción. Para el formato, ir a esas cocinas es como ser llamado a filas para una guerra total: hay que ir con todo, sacrificando la diversión en aras de una malsana competencia. Esta vez, las redes estallaron y TVE ha eliminado el programa de su plataforma RTVEplay. Para calmar las aguas, el chef y la concursante han colgado en redes un vídeo cocinando una tarta de zanahoria y sellando la paz. «Estamos haciendo tele. Es tele que yo me tomo muy en serio», se ha justificado Jordi Cruz, como si la tele fuera una excusa para montar un paredón. Ese modelo no es tal vez lo más adecuado para una cadena pública que, en principio, busca un entretenimiento basado en el placer, no en el dolor.
La fórmula del jurado despiadado que fustiga con sentencias crueles a los concursantes es más vieja que el hilo negro. La cadena ya lo explotó hasta la extenuación con ‘Operación Triunfo’ hace 20 años, al fichar a Risto copiando el modelo con el que Simon Cowell se hizo millonario y una estrella internacional. Ahora vivimos en plena eclosión del fenómeno, con jurados en ‘La Voz’, ‘Factor X’, ‘Bailando con las estrellas’, ‘Baila como puedas’, ‘Maestros de la costura’, ‘O.T.’… España parece un casting perpetuo. Nos bombardean a valoraciones en tiempos de constante validación. Por si fuera poco, la polémica ha coincidido con el anuncio por parte de TVE de lo que cobra el jurado: 10.000 euros por entrega. Con las distintas versiones (anónimos, Junior y Celebrity), cada uno de ellos se embolsa la jugosa cifra de 430.000 euros anuales. Casi medio millón por criticar. ¡Demonios! Ahora mismo voy a hablar con el director porque a mí no me renta esta columna.