Marine Le Pen teje la telaraña
«Trump llegaría a la Casa Blanca y su voz en Europa sería Meloni, todo gracias a la Ursula Von der Leyen, a su manera»
Ella conoce el paño. Ella teje sin cesar, día y noche, no rebuzna, va a lo suyo, nada de derechita blandita, nada de derechita flojita, nada de derechita estafadora. Su ataque fuerte es por la inmigración y los jóvenes precarios, en el país donde algunos cultos se realizan en la calle porque no caben en ningún interior posible, y donde los sueldos son igual de bajos que los españoles para universitarios recién titulados. Ella, Marine Le Pen, cocina el pastel entero sin estridencias: Francia debe dirigir la orquesta de Italia, Austria y Países Bajos, también España, pero sin melonadas.
¿Por qué el silencio ambiental? El objetivo es muy simple, encanto electoral donde lo que se vende no es fanatismo sino mesura, y por otro lado, lo más importante, zamparse a la derecha desde la derecha misma, para cambiar Europa desde dentro y sin romper el club de la UE. Todo ello requiere silencio, no altavoz, llamaditas sibilinas a Meloni, susurros ardientes, justo lo contrario de lo hecho por Abascal/Milei. El bipartidismo europeo se deshace, Le Pen lo sabe, y vuelve el obrero de derechas, que quiere pan y trabajo, y está cansado de la derecha tradicional. Bajar el tono, para Le Pen, es una prioridad. Su padre hizo el indio con blazers dorados de marinero y gorras de capitán Ahab para nada. Es un movimiento idéntico al de Trump zampándose a la derecha natural pero sin melonadas ni gorritas.
Marine Le Pen sabe que Ultraeuropa comienza con otras artes: la gente asustada no vota, normalizar a la extrema derecha no se hace por la vía del bocina ni del pitido, el votante debe sentirse atraído por alguna sinfonía, sin estridencias de variado tonelaje y calibre. Sabe lo compartido por todos en el mismo ajo: otro populismo viene vía redes sociales, con los impuestos como tema nuclear, y hay que frenarlo. Sabe Le Pen, según todos los sondeos, la primicia de las próximas elecciones europeas del 9-J: sopla el viento a favor, hay ambiente, el voto de castigo puede elevarlos, y ganará el más listo y más moderado, porque los carnavales de los años anteriores solo dieron pérdidas y matasuegras. La derecha se fragmenta –he ahí la única realidad- y los trocitos de queso nuevo están muy ricos, sobre todo para los imberbes, por lo que hay que andarse con tiento.
Francia pone a circular el palabro: «desdiabolización». Le Pen teje la telaraña con otros mimbres ajenos al vocerío, rebaja el caldo, evita insultos, se aleja de quienes últimamente han sacado a pasear a las SS nazis; el rollo para hacer de auténtico troyano, sí, infiltrándose en la derecha tradicional, es desintoxicar la suya propia. Es la línea de Meloni, con quien tan bien lo pasa por teléfono: estar contra Putin y a favor de la Cámara, ir contra el viento implica enfrentarse a Bruselas, así ella a Putin en privado le dice unas cosas y a Meloni otras, no son más que celos: a Le Pen lo que le jode es el reciente acercamiento de Meloni a Von der Leyen, quien le vino a decir que se si está con Bruselas todo puede hablarse.
El triunfo, a mordiscos, debe ser social: salario, pensiones, vivienda, servicios. Le Pen sabe otra cosa, vieja argucia, algo que siempre estuvo ahí: si Meloni firma con el PPE se acabó la rifa y la feria. La propia Meloni sabe bien lo que crecería su potencial auditorio. Tampoco sabe Le Pen, y también le jode, lo que Meloni habla con Orban, que empezó sus bailes como derecha moderada, como derechita cobarde, hasta llegar al poder y radicalizarse. Lo que tiene bien claro Le Pen es que no se puede ahuyentar al votante común, porque la indecisión está ahí cargada en el bolsillo como la peor pistola, no ir a votar está al alcance de cualquiera, hay que andarse con cuidado, medir bien los pasos. La cita madrileña trajo nuevos planes pero todos secretos: Abascal, Milei, Meloni, Orban y Le Pen (Meloni y Orban, curiosamente, ambos por videoconferencia). Le Pen sabe que no hay que fiarse de nadie. Le Pen sospecha de un plan nada inverosímil: Trump llegaría a la Casa Blanca y su voz en Europa sería Meloni, todo gracias a la Ursula Von der Leyen, a su manera.
Comienza y comenzará la comedia del engaño, el disfraz falsario, el vestirse de lo que no son, la mentira social, una ultraderecha radicalizada vestida de pobre o de menos, lo que sea, con tal de llegar a partir el jamón con el machete secreto. En Europa sopla la furia: conviene avivar la leña de la posible desaparición del Estado del Bienestar, fuera todo amparo, fuera toda protección, Europa puede salvarse si es violenta e insolidaria, Macron de hecho ya está acojonado en sus últimas declaraciones («La UE puede desmoronarse muy rápidamente») y Von der Leyen juega a lo que sea con el PPE para que no la quiten. Mientras, como ya se dijo sin tregua, Putin solo quiere jugar al ping-pong con Xi Jinping. En mitad de la actual economía digital –lo más gracioso- todos dicen que Europa debe volver a otra Revolución Industrial.
Le Pen sabe que el PPE puede controlar la Comisión y el Consejo, por eso debe disfrazarse de ellos mismos, jugar con todos sin broncas, lo que está haciendo. No puede dejar pasar a los alemanes por delante, pese a que no hay remedio para dicha conquista. Otra vez Meloni en el ajo, quien se viste de ucraniana cuando conviene, europea sin dudas, solo ley y estado del club. Pedro Sánchez sabe bien la salvación a los rottweilers: «Una Europa más mediterránea». Pobre pero con mar mientras las falsas fábricas vuelven a echar el humo falso del obrero feliz por ese trile.