Cuando dar un par de yoyas te aseguraba una plaza fija en televisión
«Los espectadores fuimos testigos de cómo se hace un maltratador con su víctima, cómo la seduce y la anula»
A Carlos Navarro no lo conoce nadie en España. Al Yoyas, sin embargo, le conoce todo el mundo. Un fenómeno explicable por la vorágine de nombres y rostros que nos ofrece la actualidad frente al milagro de la televisión, capaz de crear un universo paralelo identificable a la primera por cualquiera, un reducto de criaturas que todos podemos querer o aborrecer, da igual mientras despierte en nosotros algún tipo de emoción. Ni que fuéramos shh es un ejemplo claro de esta receta, llevada al extremo porque un bajo presupuesto exige soluciones creativas: Víctor Sandoval es un histérico que hace el mamarracho porque es lo único que sabe hacer, Kiko Matamoros se pone chulo y ejerce de villano, Lydia Lozano se ríe de todo, sobre todo de sí misma, y Belén Esteban ejerce de meme oficial para todo lo que se tercie. Nadie se sale de su papel. Y lo bordan.
A principios de los años 2000, Carlos Navarro conoció la televisión, y su vida cambió para siempre. Como concursante de Gran Hermano apenas duró 18 días: fue expulsado por su actitud violenta con Fayna Bethencourt, con quien empezó a mantener una relación tóxica que, fuera de la casa, desembocaría en un matrimonio marcado por la violencia, los abusos verbales y el maltrato. Carlos solo había enseñado la patita en el concurso y fue suficiente para su expulsión. Los espectadores fuimos testigos de cómo se hace un maltratador con su víctima, cómo la seduce y la anula rápidamente para hacerla suya.
Carlos era un chulo, siempre muy agresivo, un auténtico bruto. Su fichaje en Crónicas marcianas respondía al maquiavélico plan de un programa que buscaba el conflicto constante, y encontró a un provocador nato que insultaba desde las entrañas, amenazando con «dar un par de yoyas que le dejo con las piernas temblando» a quien se le cruzara en el camino. Y funcionó, claro que funcionó: el macarrismo llama mucho la atención. Más cuando eres el único, porque ahí estaba la clave: a Carlos le contrataban para que fuera así, un cafre, un matón.
Tuve con lidiar con él en un programa que dirigí, La Jaula, en Antena 3, que fue retirado a las dos semanas por la baja audiencia y por un escándalo protagonizado por Carlos, que insultó de manera grosera y soez a Aurelio Manzano en pleno horario infantil. Lo llevé a un aparte e intenté dialogar con él, hacerle ver que estaba en un programa familiar y que ese tipo de acusaciones eran improcedentes. Se estaba poniendo rojo. No de vergüenza, sino de furia: «¡A mí nadie me tiene que decir lo que puedo o no hacer!». Cuando le pedí que se disculpara, se negó en redondo: «Yo soy así y me ha ido de puta madre en este trabajo». La semana siguiente estábamos todos en la calle.
Con semejantes antecedentes, no me ha sorprendido la peripecia de su fuga tras la condena de cinco años y ocho meses de cárcel por violencia de género hacia la que fuera su pareja, Fayna Bethencourt, y maltrato a sus dos hijos menores. Escondido como una rata en una casa familiar, viviendo aislado, a oscuras, de manera insalubre, comiendo lo que le llevaban… Vamos, peor que en la cárcel, pero emperrado en no enfrentarse a la Justicia, en no obedecer una sentencia, convencido de estar por encima del sistema y de la ley. Ha permanecido oculto año y medio, aunque hay algún enigma por resolver de este caso: concedió entrevistas en las que se hizo la víctima de una conspiración judicial por ser un hombre, aunque los periodistas mantuvieron en secreto el lugar donde tuvieron los encuentros, al tiempo que se asegura que su escondite no era ningún secreto desde hace meses. De ser así, ¿por qué la jueza ha tardado tanto en dar el permiso para una espectacular operación policial que se ha resuelto con el convicto reconociendo que les habría abierto la puerta si hubieran llamado?
Tras meses de angustia, Fayna puede descansar tranquila. Recuerdo el Chester en el que confesó a Risto toda su pesadilla. Fue un relato desgarrador. Mientras, a su llegada a prisión, Carlos se ha puesto en plan Yoyas: «Si lo sé, vengo antes porque se come mejor que en la mili». Lo que vas a comerte son más de cinco años de cárcel, chuloplaya.