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Opinión

España, bajo el síndrome de la felicidad

«Dani Olmo, paradigma de la justicia poética, entró por Pedri y cuajó un encuentro portentoso»

España, bajo el síndrome de la felicidad

Toni Kroos. | Europa Press

Jens Lehmann, antiguo portero de Alemania que no es legendario porque nunca alcanzó el grado de leyenda, como Kahn o Neuer, sacó la lengua a pasear convencido de que la venganza no tiene fecha de caducidad. Aprovechó que la Mannschaft jugaba la Eurocopa en casa para cobrarse la deuda del «Niño», aquel gol de Torres en la final continental de 2008 que no le deja dormir. Dieciséis años en vela es tiempo más que suficiente para acumular bobadas y volverse gilipollas: que si España «es una selección de juveniles», que si «España es un equipo de jugadores pequeños e inexpertos», que si la abuela fuma y tal y tal y tal. Tuvo que salir Kroos a la palestra para recordar que no hay que hacer caso de las opiniones del tal Lehmann, que pinta menos que la Tomasa en los títeres y cada vez que abre la boca sube el pan. De su compatriota Andrich dijo antes del partido de la verdad que quizás «se siente mujer», porque se tiñó el pelo de «podemos». 

Estos memos suelen tener la rara habilidad de dar la vuelta a la tortilla, tergiversan sin rubor –mira que esto me suena– y pagan su frustración con el primero que pasa para salir indemnes. «Pío, pío que yo no he sido». Se metió con su compatriota Andrich para difuminar su metedura de pata con los «juveniles» españoles, quienes a pesar del árbitro ganaron el partido, para desgracia de Echenique, otro que tal baila. Cabía esperar que, como le ocurrió a Dinamarca frente a los anfitriones, el colegiado barriera para casa. El inglés Michael Oliver se la jugó a los daneses y el inglés Anthony Taylor intentó seguir el mal ejemplo de su compatriota para fumigar a los «pequeños» por orden del Bolaños de turno. El disparo de Pedri a los 53 segundos le alarmó y cuando Kroos lesionó al canario miró para otro lado; también cuando acto seguido Toni pisó a Lamine. Cumplido el minuto 7, el bueno de Kroos tendría que haber sido «jubilado». Las consignas de Julian Negelsmann saltaban a la vista, como las chispas cada vez que entraban sus jugadores: pasa el balón, pero no pasa el hombre. Terminó la primera parte y Alemania sólo dio patadas.

Dani Olmo, paradigma de la justicia poética, entró por Pedri y cuajó un encuentro portentoso. Hizo el 1-0 a centro de Lamine Yamal. Banderillas negras en el lomo alemán, al asedio de la portería de Unai Simón. Entonces De la Fuente optó por preservar el resultado y la salud de los «niños», convencido de que a España le quedaba por lo menos un partido por jugar. Consecuencia, empató Wirtz a un minuto del final. Hubo prórroga, una mano de Cucurella que el paniaguado de Taylor afortunadamente no sancionó, ni el fuera de juego previo. Tampoco vio cómo el brazo de Füllkrug tocaba la pelota antes de lo que pudo ser y no fue. «¡Timo!» «¡Robo!», protestaban los alemanes con una viga en cada ojo, más alto cuando Mikel Merino dibujó un maravilloso remate de cabeza, a centro de Olmo, que valió un billete para semifinales. Taylor prolongó la prórroga hasta más allá del límite de la vergüenza, provocó la expulsión de Carvajal, empleado del mes, héroe sacrificado por la causa, y, finalmente, qué remedio, apagó las luces y bajó el telón. Se quedó sin excusas.

«España, además de tener excelentes individualidades, también juega tácticamente a un nivel muy alto y exigente, con contrapresiones muy tempranas y con situaciones de transición destacadas». Palabras de Ralf Rangnick, seleccionador austriaco, antes del choque. Cada partido de «La Roja» en esta Eurocopa es una victoria. Ha eliminado al equipo anfitrión en cuartos de final, lo nunca visto, un hito en casi cien años, y se ha sobrepuesto al Gamal Al-Gandhour de turno. Tiraba con bala el inglés Taylor, siempre apuntando al rojo, como aquel egipcio de infausto recuerdo que clasificó a Corea del Sur. No hay manera de que la FIFA y la UEFA cambien sus hábitos. En ocasiones disimulan con árbitros sibilinos; otras, como en el España-Alemania, ni eso. El anfitrión necesitaba una paloma y le adjudicaron un casero de manual. La UEFA ni siquiera se ruboriza al sancionar a la carta, al gusto del jugador, como ocurre con los «indepes». Bellingham se tocó los cataplines en claro desafío a los eslovacos y le han impuesto una multa de 30.000 euros y un partido de suspensión que cumplirá cuando le venga bien, si es que no media una amnistía. Inaudito.

Como esto son lentejas, asumes el santo mandamiento de «fifos» y «uefos» por hacer caja y el adiestramiento del árbitro elegido para que pite en la dirección correcta, lo que en román paladino viene a ser la grosera unión del poder ejecutivo con el legislativo. Pues se van a joder, al menos en esta ocasión. Bajo el síndrome de la felicidad, España perdurará mientras no le castiguen con otro Taylor, trencilla que, por cierto, en aquella final de la «Nations League» de 2021, también se alineó en contra de «La Roja» con el equipo local, Francia, al conceder el gol de la victoria de Mbappé en claro fuera de juego. Y sí, la semifinal, el martes contra Francia. Lamine y Nico estarán frescos y el bueno de Luis de la Fuente, camino de hacer historia.

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