The Objective
Hastío y estío

Paco Salazar, el guarro favorito del PSOE

«Su retrato emerge como el de un depredador de oficina, un machista de manual»

Paco Salazar, el guarro favorito del PSOE

El exmilitante del PSOE Paco Salazar.

El PSOE se pavonea como el adalid del feminismo con lazos morados y discursos grandilocuentes, pero les ha estallado una bomba que hace añicos su credibilidad. Y es que se han conocido los escritos demoledores de al menos dos mujeres que trabajaron bajo el mando de Paco Salazar, el exasesor de Pedro Sánchez en Moncloa y exdirigente socialista sevillano. Testimonios crudos de un acoso machista sistemático, denigrante y obsceno que el partido socialista decidió enterrar en sus canales internos.

Mientras Sánchez posa de progresista, su «hombre de confianza», ese mismo que tilda de «guarro» Feijóo, se permitía la indecencia de tratar a sus subordinadas como objetos de su libido descontrolada. Y el PSOE, ese supuesto bastión contra la violencia de género, hizo desaparecer las denuncias como por arte de magia. Esto lo que muestra es el engranaje podrido de un partido que usa el feminismo como reclamo electoral, pero que en privado protege a los suyos cuando son los culpables.

En julio de 2025, Salazar estaba a punto de ser nombrado adjunto a la Secretaría de Organización del PSOE en el Comité Federal. Un ascenso meteórico para este histórico de Dos Hermanas, que había pasado de alcalde a chófer de Sánchez durante la moción de censura de 2018, y de ahí a las alturas de Moncloa como secretario general de Coordinación Institucional. En los ambientes socialistas ya eran vox populi sus «comportamientos inadecuados», dicho por mujeres que habían trabajado con él en Ferraz. Testimonios anónimos hablaban de un ambiente «irrespirable», cargado de misoginia y «baboseo» disfrazado de chistes.

Salazar, en un gesto de aparente autocrítica, pidió ser apartado. El partido lo aceptó, le dio la baja como militante y dijo que investigaría el caso. Fin de la historia, o eso creyeron. Pero no ha sido así. Las víctimas, confiando en el canal confidencial antiacoso del PSOE, ese que presumen de haber implementado como prueba de su compromiso feminista, presentaron escritos formales entre julio y agosto. ¿Y qué pasó? Nada. Silencio sepulcral durante cuatro meses. Peor aún, las denuncias desaparecieron de la plataforma digital de seguimiento.

Conocidos los hechos una vez detallados por estas mujeres, el retrato de Salazar emerge como el de un depredador de oficina, un machista de manual que usaba su poder para humillar sexualmente a las mujeres a su cargo. Una de las denunciantes, que trabajó directamente con él hasta su dimisión, describe un patrón de conductas que helaría la sangre a cualquier persona con un mínimo de decencia. «Salía del baño sin abrocharse completamente la cremallera», relata en su escrito, un detalle que no es un despiste, sino una provocación deliberada, una forma de invadir el espacio personal de sus subordinadas con su sexualidad expuesta. Pero no paraba ahí.

«Hacía alusiones sobre la vida sexual de sus subordinadas», continúa la víctima, señalando cómo Salazar convertía las reuniones laborales en confesionarios eróticos forzados. «¿Cuántos polvos has echado este verano?», preguntaba a bocajarro, o lanzaba comentarios sobre «el tamaño de vuestros maridos» o si «habían probado el sexo en grupo». Gestos obscenos que rayan en lo criminal: «Escenificaba felaciones delante de nosotras», detalla la mujer, recordando cómo Salazar, de pie mientras ellas estaban sentadas, simulaba actos sexuales con las manos o la boca, riéndose como si fuera una broma de bar.

Y luego, el colmo del baboseo: «Pedía vernos el escote». Un abuso de autoridad que obligaba a las mujeres a exponerse bajo amenaza de represalias laborales. «Se subía la bragueta en tu cara», añade otra denunciante, enfatizando la proximidad invasiva: él de pie, ellas sentadas, en un acto que no era accidental, sino un despliegue de dominio puro y duro.

La hipocresía alcanza su excelencia con Pilar Alegría, la ministra de Educación y portavoz del Gobierno, que en la rueda de prensa post-Consejo de Ministros calificó las acciones de Salazar como «vomitivas». Palabras que suenan a arrepentimiento tardío. Porque hace apenas un mes, Alegría fue fotografiada compartiendo una comida íntima con Salazar en un restaurante italiano del barrio de Chueca en Madrid. Imágenes que mostraban a la ministra riendo y departiendo con el mismo hombre al que ahora le hace remover sus tripas.

Entonces, lo justificó como un «encuentro personal» con «una persona a la que conozco desde hace años y a la que no veía desde hace medio año, sin más». ¿Medio año? Las denuncias ya circulaban desde julio. Y en aquel Comité Federal, Alegría lo defendió a capa y espada: «Es un compañero absolutamente íntegro». Esa palabra resuena hoy como una humillación a las víctimas. Las que sólo les importan como arma arrojadiza y estrategia electoral.

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