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'El cerebro del adolescente' bucea en las razones del comportamiento de los jóvenes

David Bueno, biólogo y neuroeducador, intenta resolver uno de los misterios ancestrales que más quebraderos de cabeza nos provoca: el comportamiento errático a esta edad de nuestras vidas

‘El cerebro del adolescente’ bucea en las razones del comportamiento de los jóvenes

Greg Raines | Unsplash

Probablemente recuerde haber pronunciado en alguna ocasión esta frase: «Déjale, que está en la edad del pavo». Quizá incluso alguien se la arrojara a usted como un misil cuando era adolescente, y sintiera cómo les recorría el cuerpo un escalofrío de pura rabia. Es probable porque una verdad subyace: el adolescente es un gran incomprendido. Sucede que cada generación arremete contra la siguiente creyendo que los adolescentes de hoy día son peores, más desordenados, más ariscos, más caóticos, menos comprometidos. Pero ¿realmente es así?

«Eso es imposible porque la especie humana ya se hubiera extinguido», cuenta con gracia David Bueno, biólogo, neuroeducador y autor del libro El Cerebro del Adolescente (editorial Grijalbo, 2022). Entonces, le pregunto a David, ¿es una cuestión de vendetta? ¿Nos trataron con desdén y hacemos lo propio, para resarcirnos, desde la atalaya de la adultez? «Puede ser en algunos casos, pero hay otro motivo principal inevitable y que tiene que ver con cómo se construyen los recuerdos en nuestro cerebro, que es de forma lineal. Tenemos la sensación de que todo es causa y todo es consecuencia de algo, y al final nos quedamos con aquello que nos ha llevado a ser lo que ahora como adultos somos. Y todas aquellas experiencias y dudas que tuvimos, y las tonterías que todos hicimos durante la adolescencia, todo eso queda en un rinconcito de nuestro cerebro y no le damos ninguna importancia».

«Nosotros tuvimos las grandes dudas existenciales que tienen todos los adolescentes, solo que no lo recordamos»

Así, me explica el experto, también nosotros tuvimos «las grandes dudas existenciales que tienen todos los adolescentes, solo que no lo recordamos». Y nuestra paciencia es por ello, en ocasiones, limitada. Pero fíjense que no es algo que nos pase solo a nosotros, sino que ya lo sostenía el mismo Confucio, uno de los mayores filósofos chinos, en el siglo VI antes de Cristo. El pensador dejó escrito: «Los jóvenes y los criados son los más difíciles de manejar. Si los tratáis con familiaridad, se tornan irrespetuosos; si los ponéis a distancia, se resienten». David Bueno dice que si existieran textos anteriores, también alguien opinaría lo propio, pero que lo más importante es tener presente que esta percepción no es cierta, pues «cada época tiene un contexto histórico, social, cultural diferente, y lo que ahora preocupa a los adolescentes es distinto a lo que nos preocupaba a nosotros, pero también había un montón de cosas que nos preocupaban a nosotros y ante las que no sabíamos por dónde salir». 

Imagen vía Editorial Grijalbo.

Cómo brindar apoyo al adolescente sin recibir un zarpazo

Y este ejercicio de empatía es necesario porque, si no somos capaces de hacerlo, dejamos a los adolescentes desamparados en un momento crítico de su desarrollo: «Un adolescente que se siente poco apoyado por su entorno tiene muchas más probabilidades de desarrollar algún trastorno, desde la depresión a un problema de bipolaridad o esquizofrenia. Solo por esta sensación de sentirse solo ante el mundo, solo ante el peligro». Y, claro, la siguiente cuestión viene muy ligada a esta: ¿cómo ayudarles, en esta etapa, a que se desarrollen con esa seguridad pero sin dejar de ponerles los límites necesarios (y sin que se cojan un globo con nosotros)? En el libro el neuroeducador reflexiona así: «Cuando un adolescente nos suelta una idea que para nosotros es descabellada quizá sea porque su cerebro ha hecho alguna conexión nueva o inesperada. Por supuesto, si la idea es descabellada, debemos ayudarle a reflexionar, pero si directamente lo ridiculizamos o amonestamos, la sensación que se llevará su cerebro será que ‘hacer conexiones nuevas no sirve de mucho, así que mejor no hacerlas’». Por eso, durante nuestra conversación David me insiste en que la clave está en estar pendientes de ellos por si hace falta reconducir algo de su comportamiento, pero sin meternos demasiado. Y, para lograr ese equilibrio, es imprescindible «que ellos sepan que pueden contar con nosotros cuando les haga falta. Si ellos saben que cuentan con nosotros, será más fácil que nosotros sepamos cuándo pueden estar cruzando un determinado límite que puede ponerlos en peligro». 

«Un adolescente que se siente poco apoyado por su entorno tiene muchas más probabilidades de desarrollar algún trastorno, desde la depresión a un problema de bipolaridad o esquizofrenia»

Un tip muy claro para esto último, que seguro muchos padres agradecerán, es que hay que estar en casa. Hay que pasar rato cerca de ellos, no necesariamente con ellos: «No te van a querer en su habitación, te van a echar rápido, pero tú tienes que estar en casa porque en el momento que menos te lo esperes, es cuando vendrán a contarte las cosas. Si no estás, no te las contarán. A lo mejor te las cuentan cuando estás cocinando o cuando ibas a tomar una ducha, es cuando consideran que vas a estar menos pendiente de lo que te cuenten y eso permite que se abran más». Por eso, lo mejor es mordernos la lengua cuando sintamos el impulso de decirles que no es el momento y que nos lo comenten más tarde: «Luego no te lo van a contar. La formalidad les tira para atrás». 

David Bueno. | Foto: David Torres-Bacchetta.

Comprendiendo el cerebro adolescente

Otro de los aspectos que, como adultos, más puede exasperarnos del comportamiento adolescente es su renuencia supina a irse a la cama: nunca ven la hora. Pues bien, también para esto David Bueno tiene claves: por el proceso mismo de maduración de la glándula pineal y de otras zonas del cerebro relacionadas con el sueño y la vigilia, el ciclo circadiano de los adolescentes se altera y su reloj interno se retrasa casi un par de horas con respecto al de los niños y adultos. Toma ya. Sabiendo esto, ahora no es tan difícil entender por qué a primeras horas del día les vemos siempre aletargados y arrastrándose por las esquinas: ¡están, y con razón, cansados! ¿Sería mejor entonces, le pregunto a David, retrasar los horarios para brindarles las horas de sueño necesarias? «Sería lo ideal, pero eso chocaría con muchas costumbres sociales o con los horarios de los mismos padres o madres. Así que sobre todo es importante tenerlo presente y no forzarles demasiado a primera hora de la mañana», asegura el experto. Por ejemplo, propone que en el instituto las tareas que requieran mayor concentración se dejen para otro momento del día, pues si las ponemos «en ese par de horas primeras lo vivirán como ‘me exigen más de lo que puedo dar’ y eso es una amenaza, y las amenazas generan estrés». 

¿Cuándo empieza y cuándo acaba esta edad tan decisiva?

A todos los que tenemos hijos, sobrinos o allegados adolescentes nos ha sorprendido, y más bien de golpe: un día llegan y su voz, sus gestos y su manera de relacionarse con nosotros han cambiado. ¿Cuál dirían ustedes que es el punto de partida de esta edad? «El inicio es biológico y viene marcado por una serie de programas genéticos que estimulan la producción de unas hormonas que desencadenan todos los cambios», responde David, que adjudica a este proceso otro necesario de ‘poda neuronal’ mediante el cual el cerebro madura, hace conexiones nuevas y también, elimina algunas para abandonar la etapa infantil. Los adolescentes no son aún adultos pero han dejado de ser niños, lo que da lugar a «respuestas infantiles salpicadas por razonamientos adultos». Y hace un símil con el proceso de desarrollo de un renacuajo: «En los anfibios, la metamorfosis se observa cuando a los renacuajos comienzan a crecerles las patas, y durante un tiempo presentan una mezcla heterogénea de características infantiles y adultas. Por ejemplo, los renacuajos respiran mediante branquias, como los peces, mientras que los adultos tienen pulmones similares a los nuestros. Pues bien, durante la metamorfosis conservan las branquias, que acabarán perdiendo, pero ya empiezan a tener también pulmones, que madurarán de forma progresiva»

«El final de la adolescencia es una mezcla de biología y cultura»

Durante este proceso tiene lugar también el desarrollo sexual, pero no solo. «El desarrollo sexual es propio de los animales: todos los animales pasan de la infancia a la juventud, en la que son sexualmente fértiles. Para nosotros esta es una parte importante, pero hay otras, como la identidad de género, que puede coincidir o no con los órganos sexuales que son cien por cien biológicos. La identidad de género es biológica y tiene también aspectos culturales Y después hay un tercer aspecto, que es por quién te sientes tú atraído», explica el neuroeducador, y añade que los tres son puntos que hay que aprender a conjugar. «Cualquier punto es normal, aunque unos sean más habituales que otros. Para que el adolescente madure bien desde el entorno lo que debemos hacer desde el entorno es no prejuzgar, dejar que encuentren cuál es el punto en el que se sienten más cómodos y confiados consigo mismos». 

Una vez más, el apoyo es la clave para acompañar a nuestros adolescentes durante estos años cruciales de sus vidas hasta que dejen atrás esta etapa. ¿Cuándo sucede eso? En palabras de Bueno, «el final de la adolescencia es una mezcla de biología y cultura: en cuanto a la biología, hace falta que hayan madurado los circuitos cerebrales asociados a la capacidad de planificar, reflexionar, de gestionar sus propias emociones…», pero eso es algo que también se acelera si generamos situaciones y les brindamos la autonomía necesaria para que puedan tomar resoluciones por sí solos. En suma, en torno a los 18 0 20 años la adolescencia debería estar terminada, aunque nuestros hijos sigan viviendo bajo nuestro techo durante, en infinitud de ocasiones, muchos años más. Pero ese es ya otro cantar. 

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