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Por qué nos gustan unas canciones y otras no

¿Qué cambia con el paso del tiempo? ¿Qué ocurre a nivel cerebral que afecta tanto a nuestros gustos musicales?

Por qué nos gustan unas canciones y otras no

Eric Nopanen | Unsplash

En 2015, Spotify publicó en línea un mapa interactivo de gustos musicales por ciudades. Recogía los gustos de los oyentes en distintos rincones del mundo: en Nueva York, The Chainsmokers estaban a la cabeza; Mia triunfaba en Berlín y Mc Nego do Borel en Río de Janeiro.

Sabemos que los gustos musicales evolucionan con el tiempo, además de variar en función de las regiones e incluso entre grupos sociales. Sin embargo, cuando nacemos, nuestros cerebros son muy parecidos. ¿Qué cambia con el paso del tiempo? ¿Qué ocurre a nivel cerebral que afecta tanto a nuestros gustos musicales?

Tiene que ver con que, cuando escuchamos música, nuestro cerebro está constantemente prediciendo lo que va a ocurrir a continuación. Estas predicciones son diferentes según de dónde vengamos, y escuchar música nueva hace que el cerebro cree, deshaga o reorganice sus conexiones neuronales (plasticidad neuronal). Así la próxima vez que escuchemos música de un género similar atinaremos mejor en nuestra predicción.

Curiosamente, la manera de predecir los acontecimientos musicales afecta directamente al placer y las emociones que sentimos, así como a ciertas capacidades cognitivas como la memoria y la atención. Por eso la música a la que hemos estado expuestos en nuestra vida afecta también a la manera en que disfrutamos de una canción cuando la escuchamos por primera vez.

Las expectativas musicales influyen

Acabamos de publicar un estudio que demuestra que nuestro cerebro predice constantemente la siguiente nota mientras escuchamos melodías, sin que nos demos cuenta. De forma consciente en músicos, e inconsciente en el resto de la población.

Para cada nota que se escucha, la predicción mental se mezcla con la nota que realmente se toca, creando así un error de predicción. Es decir, una especie de puntuación neuronal que mide lo bien (o lo mal) que nuestro cerebro predijo la nota.

Ya en 1956, Leonard Meyer, compositor y musicólogo estadounidense, sugirió que las emociones musicales eran inducidas por la satisfacción y la frustración de las expectativas de los oyentes. Desde entonces, estos trabajos han evolucionado mucho y han permitido entender el vínculo entre las expectativas y otros sentimientos más complejos. Por ejemplo, la capacidad de memorizar secuencias de notas es mucho mejor cuando los participantes son capaces de predecir las notas de estas secuencias.

En la historia de la neurociencia cognitiva, el placer se ha relacionado a menudo con el sistema de recompensa y, en particular, con el aprendizaje. Por ejemplo, hay estudios que indican que determinadas neuronas dopaminérgicas responden al error de predicción. Esto nos permite, entre otras cosas, aprender a predecir el entorno que nos rodea.

Aún no está claro si el placer conduce al aprendizaje o el aprendizaje conduce al placer, pero ambos están indudablemente relacionados. Y lo mismo ocurre con la música.

De hecho, al escuchar música, los acontecimientos que se predicen moderadamente son los que generan más placer. Dicho de otra manera, los acontecimientos demasiado sencillos, demasiado previsibles y que no conducen necesariamente al aprendizaje generan poco placer, y lo mismo ocurre con los acontecimientos excesivamente complejos. Y son los acontecimientos intermedios, suficientemente complejos como para resultar interesantes, pero también suficientemente coherentes con nuestras predicciones como para estar estructurados, los que generan más placer.

Estas predicciones dependen de nuestro origen

La forma en que predecimos los acontecimientos musicales es inseparable de nuestra cultura musical. Por ejemplo, los investigadores se reunieron con el pueblo sami, que se extiende desde el norte de Suecia hasta el norte de la península de Kola (Rusia). Su música tradicional, llamada yoiks, es muy diferente de la occidental y ha tenido muy poco contacto con la cultura occidental.

En este estudio, se pidió a músicos sami, finlandeses y europeos (de varios países no relacionados con los yoiks) que escucharan diferentes fragmentos de yoiks con los que no estaban familiarizados y cantaran la última nota que se había eliminado de antemano.

Los resultados mostraron que los sami eran los que mejor predecían la nota, seguidos de los finlandeses, que están más expuestos a la música sami que los participantes del resto de Europa. Esto confirma que nuestra cultura musical (la música a la que hemos estado expuestos durante nuestra vida) influye en la forma en que predecimos acontecimientos musicales desconocidos.

Rock, vals y música balcánica

En la música, el tiempo puede dividirse de distintas maneras. La música occidental suele dividir el tiempo en 4 (como en el rock, que es la división más común) o en 3 tiempos (como en el vals). Sin embargo, otras culturas musicales dividen el tiempo en lo que la teoría musical occidental denomina «compases asimétricos». La música balcánica, por ejemplo, es conocida por utilizar compases asimétricos como 9 tiempos o 7 tiempos.

Un estudio de 2005 compuso melodías folclóricas con compases simétricos o asimétricos. A continuación, se presentaron estas melodías a bebés de distintas edades introduciendo un compás más o eliminándolo en puntos concretos. Los bebés de 12 meses pasaron significativamente más tiempo mirando la pantalla cuando los cambios se producían en las medidas simétricas que si ocurrían en las asimétricas. Es decir, detectaban una alteración de una estructura que ya conocían. Algo que los bebés de 6 meses no conseguían.

Queda mucho por investigar para entender, entre otras cosas, el impacto de las influencias sociales y las sensibilidades individuales en nuestros gustos musicales. Sin embargo, ya tenemos una pista importante para comprender por qué son tan diversos: nuestra cultura musical (definida por la música que hemos escuchado en nuestra vida) distorsiona la percepción y nos hace preferir unas piezas a otras en función de su similitud (o diferencia) con las piezas que ya conocemos.The Conversation

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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