THE OBJECTIVE
Historias de la historia

La última invasión de España

«Voy a pasar los Pirineos al frente de cien mil franceses», anunció hace 200 años, el 3 de abril de 1823, el jefe de los Cien Mil Hijos de San Luis

La última invasión de España

'Paso del Bidasoa por los Cien Mil Hijos de San Luis', por Victor Adam. | Museo Vasco de Bayona

La Revolución Española había conmocionado a Europa. El pronunciamiento militar del general Riego en 1820 obligó al reaccionario Fernando VII a «tragar la Pepa», a aceptar la Constitución de Cádiz de 1812, comenzando una nueva etapa de libertad, el Trienio Liberal. Era un desafío a las grandes potencias europeas, las monarquías absolutistas de Austria, Rusia, Prusia y Francia, que tras el final de Napoleón en Waterloo pretendían mantener a Europa en el Antiguo Régimen.

Pero lo peor es que el ejemplo español cundió. Desde Grecia hasta Brasil hubo levantamientos liberales, que triunfaron en Nápoles y Sicilia, en el Norte de Italia, en Portugal, donde los revolucionarios implantaban la Constitución de Cádiz. En la propia Francia circulaban los ejemplares de «la Pepa», se tradujo al francés y editó de forma clandestina, como «catecismo revolucionario». Y aún peor, en distintas zonas de Francia hubo cuatro insurrecciones a imitación de la de Riego, aunque fracasaron. Según la policía, la embajada de España en París era el foco de la subversión, y Chateaubriand, el gran escritor conservador, publicó un artículo titulado L’Espagne condenando la Revolución Española, pues estaba seguro de que existía una «conspiración general» para extenderla a Francia.

Las potencias absolutistas tras vencer a Napoleón en Waterloo, habían formado la Santa Alianza para atajar el liberalismo, y mantuvieron sucesivas conferencias en las que se planteó la intervención militar internacional para aplastar los focos liberales. Primero le tocó el turno a Italia, donde actuó el ejército austriaco, pero la batalla definitiva tenía que darse en España, por lo que le tocaría al ejército francés.

‘Llegada a Cádiz del general Quiroga‘ , obra de Louis Martinet. | Museo San Telmo

Luis XVIII, protagonista de la Restauración borbónica en Francia, no estaba sin embargo bien dispuesto a asumir la misión. Había visto como el pueblo francés le cortaba la cabeza a su hermano, Luis XVI, y él había subido al trono dos veces, en 1814 y 1815, ambas aupado por los soldados rusos, alemanes e ingleses que ocuparon París en dos ocasiones sucesivas. Tenía mucho miedo de que los franceses se revolvieran contra él si atacaba al liberalismo español, y no se fiaba del ejército, lleno de oficiales y veteranos bonapartistas. 

Pero además temía que una invasión francesa de España se metiera en el infierno que había sido la de 1808. «La úlcera española», había llamado Napoleón a la Guerra de Independencia, donde un pueblo sin ejército, a base de guerrillas, había resistido durante cinco años a la primera potencia militar del mundo, y había provocado la muerte de 300.000 soldados franceses, más de los que murieron en el desastre de Rusia.

El Duque de Angulema

Cuando finalmente, presionado por los emperadores de Austria y Rusia y por el contagio revolucionario que se producía en Francia, decidió intervenir, dio instrucciones al duque de Angulema, jefe de los Cien Mil Hijos de San Luis, para que marcase las diferencias con la invasión napoleónica. La primera medida fue la elección del general en jefe de la invasión, cargo que recayó en Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, sobrino del rey, y futuro último delfín de Francia de la Casa de Borbón.

Angulema había participado en la Guerra de Independencia española, pero no del lado francés, sino del español. Había vivido en Madrid durante su exilio y, sobre todo, tenía merecida fama de hombre moderado y conciliador. Su famoso manifiesto previo a la invasión establecía claramente que no era un conquistador, sino que venía «para unirme a los españoles amigos del orden y de las leyes, para ayudarles a rescatar a su rey cautivo [Fernando VII], a restablecer el Altar y el Trono».

Decía la verdad en lo de «unirme a los españoles», porque junto a los Cien Mil Hijos de San Luis atravesaron los Pirineos 35.000 exilados españoles, encuadrados en el llamado «Ejército de la Fe», para que no quedasen dudas de su filiación ideológica. Y según avanzaran los invasores por España, se les iban uniendo numerosas partidas de guerrilleros absolutistas.

La operación militar también estuvo muy bien planificada. Aunque han pasado a la Historia como Cien Mil Hijos de San Luis, en realidad eran 137.000 hombres, divididos en cinco cuerpos y una reserva, con varios antiguos mariscales de Napoleón al frente de los cuerpos. Y hubo una mejora importante con respecto a la invasión napoleónica, esta vez cada cuerpo iba acompañado de comisarios que pagaban religiosamente los productos que iban consumiendo, de esta forma no provocaban entre los campesinos el odio de los franceses de 1808, que simplemente saqueaban por donde pasaban.

Frente a esa formidable máquina de guerra, el gobierno liberal no disponía de recursos militares para oponerse a su avance. Se había organizado también cinco ejércitos para defender el territorio nacional, pero el más fuerte de ellos, el de Mina en Cataluña, no llegaba a 20.000 hombres, el que debía defender Madrid tenía 12.000, pero los otros tenían fuerzas ridículas, entre 1.500 y 3.000. En fin, los liberales opusieron unos 40.000 hombres a una fuerza invasora de 160.000 (entre franceses y españoles) a la que encima se le iban uniendo partidarios de Fernando VII. Por si fuera poco, dos de los generales españoles se pasarían al enemigo.

¿Invasión o paseo militar?

El 7 de abril de 1823 comenzó la invasión, que resultó un paseo militar. El gobierno español, recordando las gestas de la Guerra de la Independencia, se retiró a Cádiz, llevándose a la fuerza a Fernando VII. Así hicieron verdad lo que decía el manifiesto de Angulema, que venía a rescatar al rey cautivo. 

En la Guerra de Independencia, Cádiz había sido la cabeza de la resistencia. Allí, mientras aguantaban un asedio francés que duró varios años, se reunieron las Cortes y se elaboró la Constitución liberal de 1812, la Pepa. Cádiz fue durante un lustro un ejemplo para Europa, pero esos milagros no suelen repetirse en la Historia.

A finales del verano los Cien Mil Hijos de San Luis estaban en las puertas de Cádiz, y tras una pequeña batalla el gobierno liberal capituló y Fernando VII recuperó el poder absoluto. Así comenzaría lo que la Historia ha llamado la Década Ominosa, con una represión feroz contra los partidarios de la Constitución. Paradójicamente el duque de Angulema intentó frenar la furia revanchista de Fernando VII, mediante una carta en la que recriminaba en términos muy duros los excesos absolutistas de su reinado. Angulema exigió a Fernando VII que mostrase moderación y perdón con los liberales vencidos, le pidió una amnistía, aunque no consiguió nada. Pero esto es ya otra historia.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D