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Historias de la historia

El perpetuo genocidio armenio

Nagorno Karabaj, el enclave armenio rodeado de territorio de Azerbaiyán, ha desaparecido del mapa, provocando un exilio

El perpetuo genocidio armenio

Una de las pocas imágenes que hay del genocidio armenio. Una columna de hombres son llevados por soldados turcos al matadero. | Wikimedia Commons

Genocidio es una palabra moderna, pese a que en realidad es un vocablo compuesto de griego clásico y latín que significa, literalmente, «matanza de una raza». Se sabe cuándo y quién la inventó: Rafael Lemkin, un joven judío polaco estudiante de Derecho en la famosa universidad alemana de Heidelberg. Pero aunque todos tengamos en mente el genocidio judío que perpetraron los nazis, a Lemkin no se le ocurre ese término para referirse a la persecución de judíos, sino a la matanza de armenios que ha tenido lugar en Turquía durante la Primera Guerra Mundial.

Los horrores propios padecidos en la Gran Guerra hacen que casi nadie se haya ocupado de lo que el gobierno otomano le hace a la comunidad armenia a partir de 1915, pero durante la posguerra, el 15 de marzo de 1921, en una calle de Berlín un hombre aborda a otro y, cara a cara, lo ejecuta de un tiro en la frente. El muerto es Talaat Bajá, antiguo ministro del Interior y primer ministro del régimen de los Jóvenes Turcos durante la Gran Guerra. El ejecutor es Soghomon Tehlirian, un exiliado armenio de 24 años.

Decimos ejecutor y no asesino porque en el juicio será absuelto. Además, el proceso por la muerte de Talaat Bajá tiene la virtud de dar a conocer al mundo lo que le ha sucedido a la comunidad armenia de Turquía durante la Gran Guerra. Una simple estadística nos da una pista: en 1914 el censo de cristianos armenios en Turquía era de dos millones de personas. En el censo de 1927 solamente aparecen 60.000. ¿Dónde están los 1.940.000 armenios que faltan? La inmensa mayoría han sido exterminados por los turcos, unos pocos niños han sobrevivido escondidos por vecinos turcos compasivos, algunas mujeres jóvenes han ingresado como esclavas sexuales en harenes. Los más afortunados se han unido a un exilio que permitirá sobrevivir a la nación armenia. Soghomon Tehlirian es uno de ellos, aunque ha perdido a 85 miembros de su familia. Horrorizado ante los hechos el jurado lo declara inocente.

En realidad Talaat Bajá ya había sido condenado a muerte en rebeldía por los propios turcos. El nuevo régimen que sucede a los Jóvenes Turcos decide, valga la redundancia, hacerlo cabeza de turco, echarle a él y un pequeño grupo de oficiales «corruptos» las culpas de la masacre armenia. Por supuesto, Talaat Bajá es culpable. El conde Wolff-Metternich, embajador de Alemania (aliada de Turquía en la Gran Guerra) escribe en un informe que, cuando va a protestar ante el ministro del Interior por la masacre de armenios que se realiza a la vista de todos, Talaat Bajá le responde francamente: «Hay que liquidar la cuestión armenia por la extinción de la raza armenia».

Es al conocer este testimonio cuando al estudiante judío Rafael Lemkin, que en el futuro será un gran jurista internacional, se le ocurre la nueva palabra, genocidio. El régimen nazi decidirá 25 años después resolver la «cuestión judía» por el mismo procedimiento, y el propio Hitler dirá al optar por esa senda de horror: «¿Quién se acuerda del aniquilamiento de los armenios?».

Un plan diabólico

Históricamente, el Imperio Otomano realizaba matanzas de cristianos en su territorio europeo, conocido por Rumelia (de rumi, cristiano en árabe). Serbios, albaneses o griegos llevaban mal el yugo turco, se rebelaban pese a las terribles represalias, y durante el siglo XIX los otomanos perdieron la mayoría de sus territorios en Europa. A inicios del siglo XX Turquía solamente conservaba en Europa un pequeño hinterland alrededor de Estambul, pero en esta ciudad y en la parte asiática, en la Península de Anatolia, ha quedado un pueblo cristiano, los armenios.

Armenia es una vieja nación de la región caucásica, que existe como reino independiente desde el siglo IV antes de Cristo. En el año 301 de nuestra fue el primer estado que adoptó el cristianismo como religión oficial. La lealtad a esa religión es, por tanto, una seña de identidad nacional. Es significativo que en la ciudad vieja de Jerusalén exista un Barrio Armenio, que ocupa una cuarta parte de la ciudad, en pie de igualdad con los barrios cristiano, musulmán y judío. Pero el cristianismo ha sido también la causa de sus desdichas, cuando la ola conquistadora turca trae el Islam al Cáucaso y los territorios bizantinos.

En su martirizada Historia los armenios del Imperio Otomano buscan la protección del más poderoso soberano cristiano de la zona, el zar de Rusia. Cuando comienza la Gran Guerra, en la que Turquía, gobernada por el movimiento nacionalista de los Jóvenes Turcos, se alía con Alemania y Austria contra Rusia, Francia e Inglaterra, los armenios son mirados con desconfianza por el gobierno otomano. Se ven como una potencial quinta columna rusa.

La guerra va mal para Turquía, y pronto se descargan las responsabilidades sobre quien no puede defenderse, la comunidad armenia. Siguiendo la idea del ministro del Interior, «liquidar la cuestión armenia por la extinción de la raza armenia», los Jóvenes Turcos crean un organismo estatal ad hoc cuyo nombre no da ninguna pista, la Organización Especial, y se elabora un plan de exterminio más burdo del que usarían los nazis con los judíos, pero igual de eficaz.

El primer golpe es contra el cerebro del pueblo armenio. El 24 de abril de 1915 tiene lugar una gran redada contra empresarios, profesores, abogados, intelectuales, jerarcas religiosos, en fin, los notables de la comunidad armenia. Solamente en Constantinopla, capital del Imperio Otomano, 650 son detenidos el primer día, torturados para que confiesen un inexistente complot que justifique la represión, y finalmente asesinados.

Cortada la «cabeza» de la nación armenia, le toca el turno a los brazos, a los que pueden usar las armas. Hay medio millón de jóvenes armenios reclutados por el ejército. Los jefes de todas las unidades reciben una orden contundente. Desarmarlos y ejecutarlos. Como se justificarían luego los nazis, se cumplen las órdenes.

Simultáneamente, en las provincias orientales de Anatolia, donde reside la mayoría de la comunidad armenia, todos los varones que no están en el ejército son asesinados en sus pueblos. Desde los viejos a los adolescentes, nadie mayor de doce años se salva de la degollina.

El tercer golpe es contra el vientre de la comunidad armenia, las mujeres y los niños pequeños. Teóricamente 700.000 personas son deportadas hacia campos de internamiento en Siria o Iraq. En realidad lo que se organiza es una auténtica marcha de la muerte, a pie, azuzadas por guardias a caballo con látigos, sin comida ni agua. Entre el 80% y el 90% mueren por el camino. Las que tienen «suerte», algunas mujeres jóvenes y niños, son vendidas a mercaderes de esclavos.

Un año después de la puesta en marcha del genocidio, en abril de 1916, llega la orden final: asesinar a todos los armenios que hayan sobrevivido en los 25 campos, y clausurarlos como si allí no hubiera pasado nada. Se encarga de la matanza a los Tchetes, una milicia reclutada entre la delincuencia común por la Organización Especial, que literalmente pasa a cuchillo a los últimos testigos de la marcha de la muerte. El genocidio organizado por el régimen de los Jóvenes Turcos provoca entre millón y medio y dos millones de muerte, pero hasta el día de hoy los diferentes gobiernos que lo han sucedido en Turquía han negado su existencia.

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