¡El barrio gótico de Barcelona no existe!
El nacionalismo catalán quiso dotarse de un pasado medieval glorioso creando un barrio gótico de nuevo cuño
Joan Rubió i Bellver, arquitecto modernista discípulo de Gaudí, escribió: «¡El Barrio Gótico no existe! El Barrio Gótico no es más que un noble deseo de que sea pero no está. El Barrio Gótico no se ha de respetar ni mucho ni poco, porque no existe».
La publicación del libro El barrio gótico de Barcelona: planificación del pasado e imagen de marca (2011) de Agustín Cócola Gant, basado en su tesis doctoral, explica con todo lujo de detalles cómo el emblemático barrio medieval de Barcelona no es tan antiguo ni tan gótico como algunos creen. La investigación de Cócola Gant recalca que la transformación del casco antiguo en un parque temático neogótico a principios del siglo XX no puede atribuirse a un único factor, sino a una combinación de ellos, siendo el nacionalismo catalán emergente un impulsor clave en la búsqueda de un pasado medieval glorificado. Este fenómeno, sin embargo, no fue exclusivo de Cataluña, sino parte de un movimiento más amplio que se extendió por Europa durante el apogeo del romanticismo nacionalista. La reconstrucción de lugares como la ciudadela de Carcasona, el Mont Saint-Michel en Francia, el castillo de Neuschwanstein en Alemania o el monasterio de Santa María de Ripoll, obras criticadas por su falta de fidelidad histórica, son ejemplos de cómo el romanticismo prefirió la creación de una versión idealizada y estéticamente atractiva del pasado en lugar de una reconstrucción fiel de este.
La arquitectura ecléctica, con Viollet-le-Duc como uno de sus máximos exponentes, promovió la reconstrucción imaginativa de construcciones medievales, menoscabando la autenticidad arquitectónica por una visión romántica que buscaba reflejar un pasado idealizado más que una realidad histórica. Este enfoque tuvo una influencia notable en Cataluña, donde la recuperación del patrimonio medieval se vio como una oportunidad para afirmar la identidad catalana en el contexto de la Renaixença y el crecimiento del nacionalismo catalán. Óscar Uceda, presidente de la asociación Historiadors de Catalunya lo expone de la siguiente manera en su último libro Cataluña, la historia que no fue (Espasa, 2023): «No solo se trataba de reconstruir las ruinas medievales transformándolas en vistosos monumentos que poco tenían que ver con los originales, sino uniformar estilos para que el visitante pueda apreciar el hecho diferencial catalán observando sus monumentos, todos con una morfología uniforme y fácilmente reconocible. Como vemos, la necesidad de la construcción de un pasado común que ayude a apuntalar el proyecto político nacionalista fue uno de los impulsores del ‘reprístinismo’ arquitectónico que, con la pretensión de recuperar el pasado prístino del edificio, se recreaba a conveniencia».
El caso del barrio gótico barcelonés se convierte en un ejemplo paradigmático de cómo el nacionalismo y el deseo de organizar una imagen imponente del pasado pueden conducir a la reinterpretación y, en muchos casos, a la recreación completa de la historia arquitectónica de una ciudad, generando sugerentes pastiches y ensoñaciones decimonónicas muy del gusto de la poderosa burguesía catalana. La necesidad de dotar al nacionalismo catalán de símbolos tangibles de un pasado medieval glorioso llevó a la adopción de prácticas de restauración y reconstrucción que priorizaron la estética neogótica sobre la exactitud histórica.
El revisionismo historicista del barrio gótico tuvo lugar aproximadamente entre 1887 y 1970, una operación urbanística concebida por la élite local como una forma de exaltar la arquitectura nacional de los catalanes. Sin embargo, con el tiempo, se hizo evidente que había que dotar al proyecto de una justificación económica, encontrando en el incipiente turismo el aliado perfecto, un turismo ávido de contemplar edificaciones con apariencia antigua, independientemente de su autenticidad. La reconstrucción del Barrio Gótico y otras intervenciones urbanas se enmarcarían en lo que Cócola Gant denomina «marketing urbano», una estrategia diseñada para posicionar a Barcelona en el mercado global compitiendo por atraer inversiones y turistas.
El 1 de abril de 1908, por iniciativa de la Lliga Regionalista tras su victoria en las elecciones municipales de Barcelona, se creó la Sociedad de Atracción de Forasteros (SAF). Esta entidad contaba con una junta directiva integrada por líderes del partido, incluyendo a figuras como Puig i Cadafalch, Duran y Ventosa, Prat de la Riba y Cambó, siendo el alcalde Sanllehy su presidente. La misión de la SAF era realizar lo que se denominaría una estrategia de planificación urbana: convertir una ciudad de provincias en una metrópoli cosmopolita de primera categoría para fomentar el turismo internacional. Un ejemplo de estas estrategias de promoción se refleja en una postal de 1934 que exhibe el «antiguo Puente del Obispo», una construcción recién diseñada seis años atrás por el ya mencionado Joan Rubió i Bellver.
La idea original de concebir un barrio gótico provino del escritor Ramón Rucabado en 1911, en un artículo firmado en la revista La Cataluña: «un barrio gótico, tal como lo hemos ideado, sería como un estuche precioso que custodia las joyas riquísimas de Barcelona, la Catedral y el Palacio de los Reyes». El barrio tenía que ser devuelto al «estilo gótico catalán» y para ello había que contar con «la mano experta y sabia» de los mejores arquitectos modernistas de Cataluña. El arquitecto Lluís Domènech i Muntaner establecería las directrices fundamentales para la reconstrucción del barrio de la Catedral, las cuales incluían la demolición de los edificios adyacentes al templo que afeaban la elevada fantasía catalanista. Consideraba que estas construcciones, por ser de menor nobleza, desmerecían el prestigio del entorno monumental. Domènech i Montaner, impulsor de la Renaixença y prohombre de la patria catalana también hizo sus pinitos como historiador. Escribió algunos libros como La iniquitat de Casp, pura conspiranoia nacionalista, donde reimagina el Compromiso de Capse como una injerencia mesetaria en los asuntos catalanes con la consiguiente pérdida de libertades en favor del centralismo castellano de los Trastámara.
El movimiento neogótico, que comenzó a finales del siglo XVI en Europa, encontró un terreno fértil en Cataluña hacia finales del siglo XIX y principios del XX, coincidiendo con la desamortización de Mendizábal, que dejó numerosos edificios religiosos en ruinas. La interpretación romántica del pasado, unida a un creciente interés por el nacionalismo y la identidad cultural catalana, propició un clima en el que la arquitectura y la restauración se convirtieron en caprichosas herramientas para la construcción nacional.
La rehabilitación de la catedral de Barcelona con su engañosa fachada y la creación del Puente del Obispo en estilo gótico flamígero son ejemplos (hay más) de cómo se llevó a cabo esta reinterpretación del pasado. Estas obras se enmarcan en un esfuerzo más amplio por promover una imagen unificada y enaltecida de la historia y la arquitectura catalanas. El proyecto del barrio gótico corre paralelo a los derribos que dieron lugar en 1908 a la construcción de la actual Vía Layetana. Ambas operaciones de higiene urbana son el resultado de la necesidad de ofrecer a la ciudad un centro histórico que se ajustara al signo de los tiempos. Los visitantes que saturan el centro de Barcelona encuentran en el barrio gótico una experiencia histórica, y aunque sea de trampa y cartón, cubre sobradamente las expectativas.
Ese marketing turístico rindió excelentes frutos durante décadas, siendo los años álgidos los de los Juegos Olímpicos de 1992, pero hace ya algún tiempo que el marketing de la ciudad de Madrid le ha tomado la delantera. ¿Podrá Barcelona reinterpretarse una vez más, o el nacionalismo que la catapultó terminará por ahogarla?