Berta Vias Mahou rinde homenaje al rico léxico de las colonias
Berta Vias cuenta la historia de un siglo a través de la ‘intrahistoria’ de la familia Vias
Abrir La voz de entonces (Lumen, 2022) es comprar un pasaje para viajar y recorrer, a través de sus páginas, la historia que transcurre desde los últimos años de las colonias americanas hasta el final del siglo XX. La pericia narrativa de Berta Vias Mahou nos traslada al otro lado del océano y a los años en los que la esclavitud era aún un fenómeno normalizado en la sociedad colonial. Asombra el detalle con el que la autora retrata aquel mundo, tan lejano en el tiempo y en el espacio, con su prosa colorida: «Siguiendo la moda en joyería funeraria, las guedejas se emplearon para dar realismo al bigote y a la cabellera del difunto en el interior del guardapelo», dice una frase en la parte inicial del libro, que narra la celebración de un sepelio.
Son varias generaciones de Vias los protagonistas de esta historia, de modo que lo primero que le pregunto a su autora cuando nos reunimos en las oficinas de su editorial es cuánto hay en la obra de su propia familia. Ella me explica que la mecha del libro prendió de una desconocida, una madre «muy déspota» cuyo comportamiento la dejó «aturdida» durante una visita al campo y motivó un primer relato, pero que luego fueron las conversaciones mantenidas con parte de su familia, a raíz de la muerte de su propia madre, las que completaron el hilo de la narración: «Yo con la edad que ya tengo me enteré de que cuando yo nací mi padre tenía la nacionalidad cubana, entonces siempre me atrajo la idea de que ellos tengan una conexión con Puerto Rico».
Para tirar de aquel hilo, Berta contó con la ayuda de un primo suyo muy aficionado a la genealogía: «(Juntos) supimos de pronto que había una hacienda azucarera en el pasado de la familia… y todo ello me fue interesando y decidí escribir varias historias que fueran avanzando en el tiempo pero siempre con una madre y unos hijos en primer plano».
Y así es, porque en el libro son las mujeres quienes protagonizan la historia. A través de sus peripecias el tiempo narrativo va avanzando a lo largo y ancho de un siglo: «Me parecía bonito que se fuera mostrando una evolución en la vida de esas familias y especialmente en las mujeres, desde una falta de libertad casi absoluta, aun siendo de una familia privilegiada, hasta llegar a nuestros días, en los que después de una dictadura y una guerra civil llega la ilusión por la democracia y la libertad».
«Me parecía bonito que se fuera mostrando una evolución en la vida de esas familias y especialmente en las mujeres, desde una falta de libertad casi absoluta hasta llegar a nuestros días, en los que después de una dictadura y una guerra civil llega la ilusión por la democracia y la libertad»
Esas mujeres «son parte los Vias, parte los Torres; de hecho mi abuela es la que está en la portada, María del Carmen Torres», me sigue contando Berta. «Hay una conexión familiar muy fuerte en el libro, pero es mezcla de ficción y realidad, no es verdaderamente histórica, tiene bastante más de ficción, sobre todo al principio», explica, ya que lo alejado del tiempo histórico le obligó a buscar concienzudamente documentación que le permitiera bucear en aquel mundo colonial.
Gracias a su formación como historiadora, no le resultó difícil hacerlo: «He contado con documentos, he visto cédulas de esclavos que eran de la hacienda… Y además están las fotografías, que son muy importantes en el libro». Berta se refiere a una colección de fotografías familiares en blanco y negro que jalonan las páginas de La voz de entonces, cada una de las cuales miró «con lupa como si buscara un secreto» a la hora de escribir, y que le han servido «para de alguna manera sacar cada historia desde una fotografía concreta».
A pesar de que la distancia y el tiempo histórico las separa, todas las mujeres que pueblan las páginas de la novela son mujeres fuertes, que no se arredran y que tiran hacia delante a pesar de las múltiples adversidades. Una de ellas, común en varios de los relatos, es la circunstancia de quedarse viuda teniendo que sacar adelante solas a toda su prole: «Sí, son mujeres muchas con bastante carácter, en muchos de los casos se quedan solas pronto con muchos hijos, como Isidora, que al morir su marido tiene seis, y María del Carmen, que tiene miedo también al ver que su marido tose de si va a quedarse sola con sus cuatro hijos, y así acaba pasando…
Eso se va repitiendo: niños que mueren muy pronto, algo a lo que ahora no estamos acostumbrados, y muchos hombres también. Era muy común lo de la madre viuda que tenía que hacerse cargo de todo», subraya Vias. Así, por ejemplo, le sucede a su personaje Isidora, de quien la voz narradora dice: «No había muchas mujeres con matrícula y ejercicio en el comercio de las Antillas. Isidora tenía arrestos. Tanto, que los linotipistas a veces se equivocaban. Y en algunos papeles aparecía como Isidoro. Haciendo donaciones. A los pobres. Al Ejército. Isidoro Ochoteco. La vida, siendo muy joven, la había obligado a mostrarse fuerte».
Otro aspecto que define La voz de entonces es el rico léxico que puebla sus páginas. Se lo comento a la autora, que leer la novela implica visitar el diccionario con frecuencia, y ríe, reconociendo que es algo que le dicen muchos más lectores. Además, ese vocabulario responde a una intención bien meditada: «En los dos primeros relatos, los que transcurren en Puerto Rico, quería hacer un homenaje a ese lenguaje tan rico de las colonias, y que hoy en día sigue siendo riquísimo entre muchas personas que viven en Hispanoamérica», me dice, y ambas coincidimos en que los hablantes del otro lado del mar tienen un especial mimo por nuestra lengua y por que no caigan en el olvido palabras tan bonitas y sonoras como ‘bocoy’ (un barril de gran tamaño) o el de aves como la ‘yaboa’ y el ‘chinchilín’. «El lenguaje y las lenguas en general me interesan mucho, estudié alemán de pequeña y luego me empeñé en estudiar inglés. Después me puse a leer en francés. Tengo pasión por las lenguas», me explica Berta, todo sonrisa.
De algún modo, la novela me recuerda al concepto unamunista de ‘intrahistoria’, le comento, porque en ella accedemos al conocimiento de la historia a través de la historia particular de esta familia. Ella asiente, y me cuenta que de Unamuno (al que cita en varias ocasiones en sus páginas a cuenta de la «guerra incivil» y de los enfrentamientos entre «cainitas y abelitas») le gusta sobre todo que fue «una persona con la mente abierta, que era capaz de razonar unas veces de una manera y otras de otra», por lo que no se acogía a una ideología única, algo que a Berta le «molesta muchísimo».
Cuando le pregunto cuánto tiempo le llevó concebir y bajar al papel esta historia me dice que es difícil precisarlo, puesto que los relatos fueron surgiendo por separado y luego fue hilvanándolos poco a poco. «Yo soy lenta escribiendo, mi inspiración es más parecida a la de un poeta, porque no me siento todos los días a escribir. Tengo la idea de lo que quiero hacer en un capítulo, y a lo mejor un día voy en el bus y como que me cae encima el capítulo». Y es entonces cuando esta premiada autora (obtuvo el Premio Dulce Chacón de Narrativa en 2011 y el Premio Torrente Ballester de Narrativa y Prix Transfuge en 2015) y traductora de escritores como Goethe o Joseph Roth se pone a la tarea de contar historias que sirven de espejo a varias generaciones.