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'RRR': el ultranacionalismo indio llega a Netflix

Esta película ultraviolenta arrasa en la taquilla coincidiendo con el 75 aniversario de la independencia, momento estelar del presidente Modi, un líder hinduista que azuza el conflicto con los musulmanes

‘RRR’: el ultranacionalismo indio llega a Netflix

Imagen promocional de 'RRR'.

Más nubarrones cargados de populismo nacionalista llegan por el este. Hace poco, La batalla del lago Changjin mostró el músculo (y los pocos escrúpulos con el rigor histórico y la verosimilitud narrativa) del cine propagandístico chino alentado por el cesarismo de Xi Jinping​. Y lo de Putin ya ha pasado a otra dimensión, demasiada obvia. Ahora parece que le toca el turno a la India. Un gigante de 1.380 millones de habitantes secularmente dormido… ¿Hasta ahora? La película RRR, todo un fenómeno social dentro y fuera de sus fronteras, deja signos inquietantes en un contexto demasiado inflamable. El lunes se cumplía el 75 aniversario de la independencia de la India, marcado por el auge imparable de su presidente, Narendra Modi, otro líder carismático que añadir a nuestro desvarío geopolítico. Este, además, azuza el nacionalismo que le conviene con un truco de larga (y peligrosa) tradición: la unión ante el enemigo común musulmán. Justo cuando aún resuenan los ecos del atentado a Salman Rushdie, de nacionalidad británico-estadounidense pero inequívoco origen indio.

Con 70 millones de presupuesto, RRR es la película más cara de la historia del cine indio. Su propuesta de acción desaforada, interpretación maniquea de la historia y grandiosidad generada por ordenador ha reventado la taquilla nacional, pero también la ha situado como una de las más vistas este verano en todo el mundo en Netflix, encargada de la distribución. Situada en la lucha por la independencia contra el Imperio británico, el guion no deja el menor respiro ni a la sutileza artística ni al rigor histórico. Todos los ingleses son absolutamente malvados, menos algunas mujeres que caen rendidas ante el encanto de los dos héroes protagonistas. Estos cantan, bailan, sufren y, sobre todo, matan a diestro y siniestro en coreografías completamente surrealistas. Olvídese de Tarantino, de Rambo, de lo que quiera. Esto es más, mucho más.  

El tono melodramático hasta la náusea, el maniqueísmo indescriptible y el empalago de las actuaciones tiene sentido en un género muy concreto, del gusto del espectador medio indio. Más afín a una narrativa más pegada aún, para bien o para mal, al mito, no se sienten deudores de nada parecido a nuestras (a veces demasiado) omnipresentes nociones de realismo y/o verosimilitud. Lo extraño es su éxito entre el público occidental, más sofisticado o más maleado, más sutil o más cínico, si se quiere. Pero diferente. Aunque quizás ahí radique la razón última de su atracción: lo exótico del planteamiento. Despiporre de acción, color y ritmo sin mayor comedura de tarro, que hasta los superhéroes de Marvel pasan últimamente por el psicoanalista.

Lo que ya resulta increíble, después de ver la película, es la crítica positiva de medios como The Atlantic, que aprecia que no tenga miedo de «su propia extravagancia» y asegura que «debería poner celoso a Hollywood», o Variety, que ensalza el trabajo de sus actores. 

Incluso el exquisito The New Yorker la pone por las nubes. Su crítico Richard Brody explica que su título juega con las iniciales de las palabras Rise Roar Revolt (alzamiento, rugido y revuelta en inglés) y, a continuación, matiza que «convierte la historia en leyenda a través de una intensificación de la retórica visual». Quien llegue al final de sus 185 minutos de metraje notará qué nueva vuelta de tuerca al concepto de eufemismo significa eso. Dice también Brody que la trama está «basada muy vagamente en la historia real de dos revolucionarios indios de principios de siglo XX». El adverbio vuelve a marcar otro hito del eufemismo, pero todo vale porque inspira una «magnífica efusión de energía creativa».

A la prensa progresista no le apetece, en este caso, llamar a la propaganda por su nombre. En Reino Unido, una revista tan prestigiosa como The Spectator no tiene reparos en definirse como conservadora. En su crítica de la película, Robert Tobs dispara directamente desde el subtítulo: «La moda del antiimperialismo simplista está lejos de la inocencia». Comienza analizando el retrato de los supervillanos, los dos personajes británicos principales, el Gobernador Scott y su esposa, como «inusualmente despreciables y al mismo tiempo increíblemente estúpidos». Continúa con la hipótesis sobre lo que pasaría «si una película mostrara los gobernantes nigerianos como caníbales o los políticos hindúes quemando viva a viudas».

La maldad de los británicos sobrepasa a la inventada por el peor culebrón que pueda imaginarse para la hora de la siesta. Pero se venden como personajes históricos. Y Tobs no lo consiente: «Películas como RRR no revelan una verdad oculta sobre el pasado, ni expresan un sentimiento popular genuino. Tratan de suscitar emociones sintéticas. Su principal objetivo, por supuesto, es entretener y ganar dinero. ¿Debemos reírnos, e incluso disfrutar del melodrama? Tal vez. Pero, aunque sea absurdamente increíble, sabemos que hoy en día la gente se traga casi cualquier cosa mala sobre el imperio británico«. Desde España entendemos perfectamente ese enojo ante las injusticias de la leyenda negra, un mecanismo tan rentable para algunos. Los ingleses lo entenderán mejor que nadie… Pero cometer una injusticia con el injusto no es justicia, sino duplicar la injusticia.   

En cualquier caso, la peor parte, como concluye Tobbs, se la lleva, paradójicamente, la India: «RRR se pliega al reaccionario y violento nacionalismo hindú que está llegando a dominar la cultura y la política indias, avivado por el gobierno de Modi. Quienes lo sufren no son los británicos, sino las minorías indias, sobre todo las musulmanas, pero también las cristianas, y de hecho cualquier liberal que se levante contra el extremismo, la persecución y el fanatismo. En realidad, RRR no registra la inmundicia del gobierno británico de los años 20, sino la creciente inmundicia de la India actual. Netflix debería avergonzarse de promocionarla«.

Del pacifismo de Gandhi a la partición de la India

Analicemos este punto en profundidad. Al espectador poco avisadlo le sorprenderá tanta violencia para describir la lucha por la independencia de la India, cuando el tópico nos dice que fue un ejemplo de pacifismo. La figura de Mahatma Gandhi tiene mucho que ver. Su maravillosa apología de la no violencia deslumbró al mundo y quedó grabada en el imaginario colectivo occidental sobre todo tras la película Gandhi, que se llevó el Oscar a la mejor película en 1982. Poca gente se acuerda, sin embargo, de los detalles de su muerte, un año después de la independencia.

El asunto más peliagudo de dicho proceso no fue precisamente la resistencia de un Reino Unido ya más que resignado a la disolución de su imperio tras la Segunda Guerra Mundial. El gran problema era interno. Porque la India no es un país. Es todo un continente. Su Constitución contempla 24 lenguas oficiales, aunque hay varios centeneres de dialectos por todo el país. Cerca del 80% de la población se declara hinduista, pero esta es una religión con innumerables versiones locales y una legión inabarcable de dioses. El segundo credo más seguido es el del islam, con alrededor del 15%, una minoría… de más de 200 millones de personas. Muy incómodas, por cierto.

Para resolver el asunto, la independencia culminó con la partición de los territorios británicos en dos países, la India para los hindúes y Pakistán para los musulmanes, pero muchos de estos últimos, arraigados en las zonas asignadas a la India, se negaron a emigrar. Muchos indios no quedaron satisfechos. Los más exaltados no soportaban las cesiones a los musulmanes. Uno de ellos, mató a Gandhi en 1948. Su nombre: Nathuram Vinayak Godse. 

Soutik Biswas, corresponsal de la BBC en la India, traza un interesante itinerario desde el ideario del tal Godse a la actualidad política en el país. Veamos. Primero la Historia: «El fanático de 38 años era miembro del Hindu Mahasabha, un partido conservador. Había acusado a Gandhi de haber traicionado a los hindúes por ser demasiado pro-musulmán y blando con Pakistán (…) Un tribunal condenó a Godse a muerte un año después del asesinato. Fue ejecutado en noviembre de 1949».

Ahora la conexión con la actualidad: «Antes de unirse a la Mahasabha hindú, Godse fue miembro de la Rashtriya Swayamsevak Sangh o RSS, órgano ideológico del gobernante Partido Bharatiya Janata (BJP) de la India. El propio primer ministro Narendra Modi es miembro desde hace mucho tiempo de la nave nodriza del nacionalismo hindú. El RSS desempeña un papel muy influyente en su gobierno y fuera de él». Y lo último: «Durante décadas, el RSS ha rechazado a Godse, que asesinó al ‘Padre de la Nación’, como a los indios les gusta llamar a su mayor icono. Sin embargo, en los últimos años un grupo de conservadores hindúes ha ensalzado a Godse y celebrado abiertamente el asesinato de Gandhi. El año pasado, un incendiario diputado del BJP describió a Godse como un ‘patriota’. Todo esto ha indignado a la mayoría de los indios, pero el RSS se ha mantenido en su posición: Godse había abandonado la organización mucho antes de matar a Gandhi». Sin embargo, «un nuevo libro afirma ahora que esto no es del todo cierto». Dhirendra Jha, autor de Gandhi’s Assassin, recuerda que, en su camino a la horca, Godse recitó las cuatro frases de la oración del RSS». 

Una escena de ‘RRR’.

Volvamos ahora a la película. El hilo conductor de RRR es la amistad entre dos luchadores épicos procedentes de dos tradiciones distintas: la Gond y la Telegu. Sus diferentes estrategias para combatir a los ingleses crean una serie de malentendidos que los lleva a enfrentarse hasta que, varias epifanías y buenos sentimientos después, todo se resuelve y unen fuerzas contra el enemigo común. En los momentos culminantes de sus matanzas, una canción explica que uno es el fuego, un volcán… y el otro, el agua, una tormenta imparable. Todo entre imágenes que los mimetiza con el imaginario religioso hindú.

‘RRR’ y los musulmanes como enemigo común

El mensaje perfecto para el proyecto unificador del presidente Modi, probable aspirante a Putin o Xi Jinping​. Aunque los ingleses ya no son el enemigo común, por supuesto. Si acaso sirven, como en este caso, para atizar un poco el victimismo anticolonialista, al estilo bolivariano, con el objetivo último de orientar la unidad contra el verdadero objetivo: los musulmanes, reacios a la integración. El hinduismo, con su proteico credo, tan práctico para la necesaria flexibilidad de un político, puede valer para homogeneizar un país tan diverso como la India. El islam… No es el único caso. China, por ejemplo, podría decir lo mismo con la etnia uigur, su gran quebradero de cabeza interno, pero lo de la India resulta bastante más problemático. De hecho, se trata de un problema nuclear en más de un sentido: Pakistán y la India son potencias atómicas, con constantes escaramuzas en la región fronteriza de Cachemira.

En RRR, uno de los protagonistas se disfraza de musulmán para infiltrarse en la ciudad de Delhi y atacar desde allí a los británicos. La idea no gustó a muchos hindúes, que mostraron su disgusto en las redes sociales, e incluso el nieto del personaje histórico en el que se inspira pidió que se retirara esa parte de la película. En realidad, la estrategia del guionista es sumamente hábil: el protagonista se disfraza como uno de los musulmanes sumisos a los ingleses para preparar su golpe, y cuando ya lo tiene todo listo, se revela como un auténtico hindú. Desde que Modi está en el poder, los ataques a las comunidades musulmanas se han recrudecido notablemente.   

Su apuesta es fuerte. Sabe que cabalga un tigre pero necesita azuzarlo. La India es un gigante que lleva mucho tiempo dormido. El momento, con la geopolítica mundial revuelta, es propicio. En mayo, The Economist titulaba : «La economía india se está reconstruyendo. La oportunidad es inmensa». Hace unos días, el titular era más siniestro: «Los arsenales nucleares de China, India y Pakistán crecen», aunque el subtítulo pretendía tranquilizar al lector: «Pero no están en una carrera armamentística. Todavía». Bueno, el adverbio final quizá no resulte tan tranquilizador… Quizá por eso, tras el atentado contra Rushdie, tanto en India como en Pakistán han sido sumamente prudentes para lo que se podía esperar. La fatua por blasfemia fue cosa de Irán, pero Pakistán fue uno de los países que prohibió la venta de Los versos satánicos.

De momento, India se contenta con afilar las garras desde la propaganda. En Occidente veíamos con cierta simpatía, teñida de lejanía, los exóticos productos de Bollywood, que creíamos incluía toda la poderosa industria cinematográfica india. En realidad, el término se refiere a la producida en el idioma hindi desde Bombay. RRR ha salido de otra factoría, Tollywood, con base en Calcuta y especializada en la segunda lengua más hablada del país, el telugu. Matices que, si todo sigue la inercia actual, quizá dejen de ser meramente exóticos. ¿Ha llegado la hora del despertar de la India? Si es así, bienvenida sea. La cuestión es quién (y para qué) controla sus últimos sueños, los que nutren el subconsciente justo antes de la acción…  

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