¿Qué es una mujer?: el documental que alerta contra los peligros de la 'ley trans' de Montero
El analista político Matt Walsh expone las incongruencias de las teorías de género con una sola pregunta, y advierte de las secuelas de la hormonación en menores
Una simple pregunta, ¿qué es una mujer?, basta para dejar en fuera de juego a los teóricos de género. E incluso para desquiciarlos. Así lo muestra Matt Walsh en el documental ¿What is a Woman? (The Daily Wire, 2022), que está arrasando en Estados Unidos, y que evidencia la escasa solvencia de la teoría queer, que preconiza que para ser mujer basta con «identificarse» como tal. «Ya, ¿pero qué es una mujer?», repregunta hasta la saciedad nuestro protagonista, hastiado del argumento circular de sus interlocutores. No hay respuesta.
Nada mejor que el método socrático para exponer una farsa. Una farsa, sin embargo, que cada vez cuenta con más adeptos, y que ha pasado de las universidades norteamericanas al Congreso de los Diputados de España, en forma de una ley trans que recoge la «autodeterminación de género», y que está siendo tramitada por la vía de la urgencia. Esto es, sin que haya existido un debate previo sobre las consecuencias que esta puede tener sobre la infancia ni sobre la legislación previa.
El por qué de esta «mordaza» –así lo denuncian las feministas– se intuye en el reportaje. Walsh patea la Academia en busca de respuestas. ¿Son los «roles de género» una «construcción social»? ¿Puede una mujer estar atrapada en el cuerpo de hombre? ¿Qué significa ser mujer? Una pregunta, esta última, que las generaciones previas nunca se plantearon. El primer experto en ofrecer una definición, el psicólogo Patrick Grzanka, asegura que «una mujer es aquella persona que se identifica como mujer». Ahí el espectador intuye que la empresa de Walsh no será fácil.
Y no lo es. Circunloquios, desplantes e incluso insultos -«tránsfobo» o «capullo»- son lo que recibe el comentarista político norteamericano en su periplo. Pero ninguna respuesta. El dislate alcanza su apogeo cuando Walsh se cruza con un activista LGTB por las calles de San Francisco (California). «¿Por qué preguntas a un gay lo que significa ser una mujer? Deberías preguntar a una mujer, especialmente a una mujer trans». Lo que sigue es una transcripción literal de la conversación.
-Estoy preguntando a todo tipo de gente… ¿Acaso no puede tener todo el mundo una opinión sobre qué es ser mujer?
-No. Sólo una mujer. Un gay no sabe nada acerca de qué es una mujer.
-O sea, que solo una mujer puede opinar sobre qué es una mujer.
-¿Por qué iba a poder decir un hombre qué es una mujer? Sólo las mujeres saben qué es ser mujer.
-¿Eres un gato?
-No.
-¿Puedes decirme qué es un gato?
-(silencio incómodo) Esto es un error. Me arrepiento de haber hablado contigo.
La desesperación lleva al protagonista hasta Nairobi (Kenia), donde se halla la tribu Kukuyu. Quizá la respuesta esté lejos de Occidente. Y aunque ahí tampoco la encuentra, recibe un trato más cálido: los insultos dan paso a las risas.
-¿Existen las mujeres con pene?
-(El jefe de la tribu se ríe) Nunca había oído algo así.
«Un hombre tiene sus tareas y una mujer tiene sus tareas. Una mujer no puede hacerse cargo de las tareas de un hombre, y viceversa», expone el jefe de una tribu en la que la condición biológica (el sexo) sí tiene un peso fundamental. Una mujer, para aquel sabio anciano keniata, «tiene pechos, vagina y da luz a hijos».
Los orígenes
Esa experiencia en la tribu lleva a Walsh a concluir que «fuera de la civilización occidental, la gente no piensa mucho en el género, y, sin embargo, tienen clara su identidad sexual». ¿De dónde surge entonces ese artificio? Se suele citar a Simone de Beauvoir -y su ínclita cita: «no se nace mujer, se llega a serlo»-, Judith Butler, y Jacques Derrida -autor del deconstruccionismo-, pero pocos se atreven a abordar a dos autores igualmente relevantes: Alfred Kinsey y John Money.
«Hay fuerzas que no quieren que se sepa de ellos», advierte Miriam Grossman, psiquiatra juvenil. ¿Por qué? Kinsey fue pionero en la tesis de que los niños son criaturas sexuales. Una idea peligrosa cuando se desarrolla. En su tratado Comportamiento sexual en los varones humanos (1948), el sexólogo americano publica una tabla donde registra el número de orgasmos de los que puede gozar un bebé de cinco meses (3, sin especificar el lapso de tiempo). Todavía muchos se preguntan cómo pudo obtener que los niños de 4 años tienen hasta 26 orgasmos en 24 horas. La leyenda bajo la tabla lo aclara: «registrado con cronómetro».
Money, por otro lado, es quien dota de apariencia científica la separación radical entre sexo y género. El psiquiatra siguió la lógica de la primacía de la cultura sobre la naturaleza o, incluso, de la irrelevancia de esta última. A raíz de su teoría, surgieron numerosos experimentos que prentendían demostrar sus tesis y que, sin embargo, las contradijeron. El caso más paradigmático es el de los gemelos Bruce y Brian Reimer, nacidos en 1965 en Winnipeg (Canadá).
Con siete meses de edad, a uno de ellos (Bruce) le debió ser extirpado el pene después de habérsele practicado mal una operación de circuncisión. Por recomendación del doctor Money a los padres, el pequeño fue sometido a una cirugía de castración y se le educó como si fuera una niña, mientras que su hermano (Brian) recibió una formación de acuerdo con su condición masculina. Con el ánimo de que Bruce no supiese la verdad de su sexo, se le cambió el nombre a Brenda. Money describió el experimento como exitoso, arguyendo que había demostrado superar la controversia entre lo natural y lo cultural, lo dado y lo adquirido.
Sin embargo, con el paso de los años, y ante los innumerables problemas psicológicos de Brenda, sus padres le confesaron la verdad e intentaron remediar el daño causado. Se le realizó una cirugía reconstructiva de su verdadero sexo y Brenda cambió su nombre por el de David. El caso concluyó de forma trágica con el suicidio de Brian en 2002 y, dos años después, en mayo de 2004, con el de David a la edad de 38 años. Lo cuenta John Colapinto en As Nature Made Him: The Boy Who Was Raised as a Girl (2000).
Las consecuencias
Tan aterrador resulta conocer los orígenes teóricos como las consecuencias prácticas. Y es que el documental va dejando a un lado el tono irónico y burlón de sus primeros compases para adentrarse en el drama. Llega el turno de Scott Newgent, antes conocido como Kellie, una mujer lesbiana que se operó para cambiarse de sexo. Se gastó un millón de dólares en cirugías, pero terminó padeciendo una embolia a causa de un pico de testosterona. No pudo demandar porque había firmado un consentimiento en el que admitía conocer (no lo hacía) que el tratamiento era experimental. «Probablemente no vaya a vivir mucho», admite.
No hay muchos estudios acerca del efecto a largo plazo de la hormonación en menores, por cuanto muchos de estos tratamientos están en fase experimental, pero esto no importa porque, denuncia Newgent, «hay un grupo muy reducido de personas, una minoría, que tiene un símbolo del dólar sobre sus cabezas»: «¡Tenemos cinco hospitales en Estados Unidos diciendo a los niñas que pueden ser niños por 70.000 dólares y una cirugía con el 67% de posibilidades de complicación!».
Un pionero informe de Lesbians United, una organización lésbica con sede en Estados Unidos, ha advertido recientemente de los problemas ligados al uso de fármacos bloqueadores de la pubertad. Estos afectan «al esqueleto, el sistema cardiovascular, la tiroides, el cerebro, los genitales, el sistema reproductivo, el sistema digestivo, tracto urinario, músculos, ojos y sistema inmunológico». También «pueden ser perjudiciales para la salud mental y aumentar el riesgo de suicidio».
Los bloqueadores para el desarrollo de la pubertad se han recetado a los adolescentes con disforia de género -enfermedad que los teóricos de género abogan por despatologizar- desde 1998, pero también a delincuentes a los que se les ha castrado químicamente. Hasta junio de 2022, la FDA (la agencia de medicamentos de Estados Unidos) ha recibido más de 60.400 informes adversos sobre el uso de los agonistas de la GnRH comunes, incluidas casi 8.000 muertes. Unos datos alarmantes.
Scott Newgent, compungido, admite que «soy una mujer biológica que transicionó médicamente para parecer un hombre, con hormonas y cirugía. Pero nunca seré un hombre». Y lanza una queja amarga: «¿Es tránsfobo decirme la verdad?».
La verdad es un acto revolucionario cuando se vive en una época de engaño universal, parafraseando a George Orwell. De ahí que What is a Woman? haya sacudido el panorama mediático y político estadounidense, y que el lobby trans ya haya pedido su cancelación. Harían bien en verlo todos en nuestro país antes de que sea demasiado tarde. También -y especialmente- Irene Montero.