La marcha sobre Roma
La ultraderecha ha ganado las elecciones en Italia justo 100 años después de que Mussolini lanzase la Marcha sobre Roma que le dio el poder
«O Roma o morte». El lema es claro, contundente e incluso poético. Los fascistas cultivan la estética, dominan el espectáculo, tienen la inspiración de los futuristas, esa vanguardia artística genial que también anima a los bolcheviques, les anima el hálito de ‘El Poeta’, Gabriel D’Anunzio, el artista más exquisito, famoso y extravagante de Italia.
Porque ese acontecimiento histórico del que esta semana se cumple un siglo, ‘la Marcha sobre Roma’, el acto fundacional del fascismo que se extenderá en la década siguiente por toda Europa, desde España hasta Alemania, es más un espectáculo que un golpe de estado, más un carnaval que una toma del poder.
El reparto del espectáculo es imponente. Hay cuatro columnas de figurantes que deben converger sobre Roma y tienen sus efectivos concentrados en puntos estratégicos alrededor de la capital. El Partido Fascista tiene una organización militar, es un partido de lucha. Sus células se llaman Fasci de combattimento, literalmente «Fasces de combate» (los fasces eran los haces de varas de madera que usaban como insignia los cónsules romanos; en España la Falange lo imitará adoptando el haz de flechas). Los miembros de esos Fasci que emprenden acciones violentas se llaman Squadristi (escuadristas).
4.000 escuadristas están concentrados en Civitavecchia, el puerto de Roma. Otros 8.000 están en Tívoli, junto a sus jardines idílicos. 2.000 más en Monterotondo, y una reserva de 3.000 escuadristas algo más apartados, en Foligno. En Perugia, cerca de la reserva, como mandan los cánones militares, se encuentra el estado mayor, los generales que mandan las fuerzas de esta ofensiva. Son cuatro, uno por columna, y adoptan el nombre de Quadrumviros, en imitación como siempre de los Triumviros romanos.
No pueden ser tipos más variopintos. Allí está el sindicalista Michele Bianchi, que junto a Mussolini militó en el Partido Socialista, para abandonarlo luego e inventar el fascismo. A su lado hay a un distinguido aristócrata, el conde Cesare María de Vecchi. El progresismo de los futuristas está encarnado por Italo Balbo, pionero de la aviación internacional al que no escatimaría elogios el presidente Roosevelt, mientras que completa el cuarteto la figura venerable de un viejo militar de carrera con barba blanca, el general De Bono, al que Mussolini hará mariscal y luego fusilará por hacerle traicionado.
Esos son los generales de la Marcha sobre Roma, pero ¿dónde está el comandante en jefe? Está en Milán, la otra capital de Italia, guardando mayestática distancia de los hechos, listo para intervenir cuando sea oportuno, cuando desde Roma le supliquen que venga a tomar las riendas.
La farsa
En realidad todo es mentira, la Marcha sobre Roma no es una epopeya, sino un enorme bluff, un engaño. Esos 17.000 escuadristas concentrados alrededor de Roma no existen. Los camisas negras, por inoperancia o por temor, han sido incapaces de acudir a las convocatorias según el plan previsto. El 28 de octubre, cuando debe comenzar la Marcha, los Quadrunviros no disponen de casi 20.000 hombres, sino de unas docenas.
Y el Duce también se cura en salud: está en Milán porque, si las cosas salen mal, tiene muy cerca Suiza, a donde piensa huir. Al final de la Era Fascista, en 1945, Mussolini también escaparía de Milán a Suiza, ante la derrota del Eje. Pero sería capturado por los partisanos y fusilado sin juicio por los comunistas, junto a su amante Clara Petacci.
Pero el caso es que la Historia nos dice que la Marcha sobre Roma triunfó. ¿Quién ha dado el golpe de estado, si no han sido los fascistas? La han dado los que están detrás de ellos, las poderosas fuerzas que ven al fascismo como una especie de vacuna que los protegerá del auténtico peligro, el comunismo. Las clases privilegiadas de Europa, pero también las clases medias, e incluso las clases populares en los sitios donde la religión está muy arraigada, han visto con horror lo que ha pasado en Rusia al final de la Primera Guerra Mundial. La Revolución de Octubre de 1917, la toma del poder por los bolcheviques, la dictadura del proletariado, el asesinato de la Familia Imperial en pleno, incluidas las niñas, las criadas y el cocinero, la persecución de la religión. Eso es lo que asusta, y por eso los empresarios industriales y los terratenientes han financiado la Marcha con 20 millones.
Pero sobre todo están los miedos del rey, Víctor Manuel III. Su padre, Humberto I, fue asesinado por un anarquista, y Víctor Manuel siente un temor visceral ante los rojos. Y no sólo tiene miedo de los que están en la parte opuesta de la pirámide social, también lo tiene de la propia Familia Real, concretamente de su primo el duque de Aosta, que está con los fascistas y podría disputarle el trono si éstos triunfan.
El jefe del ejército pide que le den órdenes para disolver aquella mascarada. «Al sonar el primer tiro, todo el fascismo militante se evaporará como por arte de magia», vaticina el general Badoglio, que por capricho de la Historia será en 1943 el hombre fuerte del golpe contra Mussolini. El primer ministro Luigi Facta, del Partido Liberal (derecha democrática) está de acuerdo con el militar. Prepara el decreto declarando el estado de guerra, pero cuando se lo lleva al rey para que, de acuerdo con la Constitución, estampe su firma, Víctor Manuel III le convence de que es mejor negociar con Mussolini, hacer biscotto con los fascistas. Facta debería haberse opuesto con energía al mercadeo del monarca, pero cede y se retira de escena, dejando el campo libre a que Mussolini forme gobierno, como veremos la semana que viene.
Entonces se produce un ‘milagro a la italiana’, la multiplicación de los panes y los peces en versión escuadristas. Al correrse el rumor de que el rey no deja intervenir al ejército, de que está llamando a Mussolini para que venga a Roma, los camisas negras salen de debajo de las piedras para sumarse a la Marcha sobre Roma. Ya no son los 17.000 que, con excesivo optimismo, habían previsto los Quadrumviros, son 30.000.
En realidad la ofensiva sobre la capital ya no es necesaria, no hay alternativa -«O Roma o morte»-, les han entregado Roma sin que tenga que morir nadie. Pero no se va a renunciar a la oportunidad de un paseo triunfal, y los 30.000 escuadristas entran orgullosos en Roma, estableciendo así una épica totalmente falseada. Aquello más que una acción revolucionaria es una romería, los escuadristas ni siquiera tienen armas, algunos llevan pistolitas de pequeño calibre, de moda en Italia, otros dagas como los donceles de la pintura renacentista. Lo que más se ve son bastones, porque al fin y al cabo ellos han empezado como el partido de la porra.
Como no hay oposición, todo es amable, los golpistas provocan menos inquietud que cuando llegan a Roma las masas de tifosi de un equipo de fútbol visitante. Aunque estos tifosi no van al campo de la Roma o la Lazio, sino al Palacio Real, donde el rey sale al balcón para verlos desfilar. Así se inventa el mito fundacional del fascismo.