'The Crown': la monarquía británica, contra las cuerdas en la peor temporada de la serie
Crítica y público están generalmente decepcionados por una temporada que prometía mucho porque narraba la peor década de Isabel II
Las expectativas le han jugado una mala pasada a la quinta temporada de The Crown. Esta nueva entrega de la ficción histórica sobre la historia de Isabel II –y todo aquel que la rodeó– original de Netflix ha dejado mucho que desear. Tal vez, es que precisamente las expectativas eran demasiado altas. Lo que parece fuera de toda discusión es que esta penúltima temporada de la serie es la más floja hasta ahora vista.
Con un nuevo elenco ‘real’, esta nueva entrega planteaba muchas dudas. Si bien en una ficción de esta envergadura no hay actores malos, algunos de los intérpretes elegidos para encarnar a los personajes de la serie no han terminado de convencer a buena parte de la audiencia.
Buenos actores que no terminan de convencer
Para empezar, tenemos a una sólida Imelda Staunton en el papel de una reina que empieza a envejecer, relevando a Claire Foy, que la interpretó de joven, y a Olivia Colman, que se hizo cargo del personaje en la mediana edad. El reto era mayúsculo, teniendo en cuenta la cantidad de premios y halagos que se llevaron sus predecesoras. Sin embargo, Staunton se ha quedado un poco en tierra de nadie en una temporada en la que el personaje de Isabel II ha perdido algo de un protagonismo que, muy seguramente, recupere en la sexta y final entrega de la serie.
En esta temporada tenemos a Elizabeth Debicki como Lady Di, un papel que sí ha convencido más que el de la nueva Isabel II, y a Jonathan Pryce en la piel de un Felipe de Edimburgo más profundo y tierno que en otras temporadas. Dominic West interpreta al príncipe Carlos, Olivia Williams es Camila Parker Bowles y Claudia Harrison es la princesa Ana.
Todos estos intérpretes, como decíamos, tienen una solidez que se da por hecha en una producción de esta importancia, pero es cierto que no han terminado de cuajar en esta quinta temporada, tal vez porque son los que menos «se parecen» a los personajes reales en lo que llevamos de serie. Tendremos que esperar a ver la sexta temporada, que pondrá punto y final a esta producción que es ya un clásico contemporáneo.
La década horribilis
Más allá de los nuevos intérpretes, lo realmente jugoso de esta temporada eran los hechos relatados. La cosa se ponía seria con una década, la de finales de los años 80-principios de los 90, que terminó siendo un auténtico infierno para la familia real británica. Muchos pensábamos que, de hecho, la muerte de Lady Di –aquel fatídico 31 de agosto de 1997– formaría parte de la quinta temporada, pero finalmente la han dejado para la última entrega. Presumiblemente, será uno de los primeros hechos narrados, teniendo en cuenta en el punto en el que nos deja el último capítulo de esta quinta temporada.
En esta entrega la trama se centra mucho más en Diana y en Carlos, por razones obvias: hay que explicar aquel divorcio, un hecho que –según nos pinta la serie– fue el ‘mal menor’ para la monarquía. Antes de eso, podemos ver todas las subtramas mediáticas, como por ejemplo aquel tampongate que reveló, gracias a la interceptación de un radioaficionado, una conversación muy privada entre Carlos y Camila, a quien la serie insiste en pintarnos como su gran amor. También vemos cómo Diana graba cintas en secreto para el libro que escribe Andrew Morton sobre ella –algo que no ha sido probado, aunque el autor insiste es que es verdad–, o cómo es engañada por Martin Bashir para conceder aquella famosa entrevista a la BBC.
En el trasfondo de todo aquello está una guerra de poder entre Carlos y Diana, que no dudan en sacar toda la artillería en público. Una guerra que hace mucho daño a una monarquía obsoleta, cada vez más contra las cuerdas. Algo que puede verse, incluso, en los objetos. En un momento de la temporada, Isabel II es persuadida por su nieto Guillermo para comprarse un nuevo televisor e instalar una antena para ver canales por satélite. Ella ironiza con la idea de que la monarquía que ella lidera se está quedando vieja, como ese televisor, o como el Britannia, el yate real que sirve como hilo conductor de la temporada. Todo empieza y termina en él. Un pedazo de la historia y de un imperio que ya no están.
Otro de los aspectos por los que se habían puesto tantas expectativas en esta temporada es el hecho de que es la primera que se estrena después del fallecimiento, este verano, de la monarca. Con la popularidad del nuevo rey, Carlos III, en picado, se filtró que este último había pedido a Netflix que avisara antes de cada capítulo de que la serie es, de hecho, una ficción. Por si las moscas. Una vez visionada, el rey Carlos III podrá respirar más tranquilo, y es que la serie es suficientemente benevolente con él a pesar de la crudeza de los hechos relatados.
No todo está mal en esta temporada que, aunque floja, se disfruta como cualquier otra. Algunos aciertos son esos flashbacks a cuando el zar y su familia son asesinados en 1917 y cómo la familia real británica tiene algo que ver con todo aquello. Otro acierto es el capítulo –el mejor, a mi entender, de toda la temporada– en el que conocemos los orígenes de los Al-Fayed. En definitiva, esta es una temporada floja, sí, pero una temporada floja de una serie imprescindible y que, como todo –incluida la familia real británica– tiene sus claroscuros.