THE OBJECTIVE
Cultura

Edu Galán: «La cultura de la cancelación sustituye el proceso judicial por el linchamiento»

El escritor, psicólogo y ocasional humorista analiza en ‘La máscara moral’ cómo la impostura se ha convertido en un valor de mercado, instaurando un control puritano del pensamiento ajeno y fomentando una esterilización de nuestra cultura

Edu Galán: «La cultura de la cancelación sustituye el proceso judicial por el linchamiento»

Edu Galán. | JEOSM

Aunque pueda parecer lo contrario, Edu Galán (Oviedo, 1980) no se toma la actualidad a broma. Es cierto que este escritor, periodista y psicólogo es sobre todo conocido por su papel como fundador y cabeza pensante durante muchos años de la irreverente revista Mongolia, pero sus preocupaciones por los males de las sociedades modernas van mucho más allá de la sátira mordaz para entrar de lleno en la reflexión sobre las consecuencias a corto y largo plazo de los rápidos cambios tecnológicos y culturales que estamos viviendo con la masificación de internet y las redes sociales. 

Así lo demuestra con su último ensayo, La máscara moral (Debate), en el que analiza cómo el neoliberalismo y las nuevas tecnologías de comunicación han redefinido nuestra forma de relacionarnos, instaurando el control moral del otro y esterilizando nuestra cultura. Su tesis central es que existe una epidemia de «impostura moral» que se deriva de la amplificación al infinito que internet provoca en nuestra humana necesidad de llamar la atención de los demás. De esta manera, hemos conseguido trastocar en poco tiempo la función evolutiva de la moral, que ha pasado de servir para mejorar la cohesión grupal a convertirse en una auténtica exhibición individualista e hipócrita que solo sirve para intentar ser protagonista.

Portada del libro. | Debate

Aunque el libro peca a veces de reiterativo y, sobre todo, parece en ocasiones perderse entre demasiados ejemplos que pretenden explicar esa deriva moral de nuestras sociedades, lo cierto es que algunos de sus mensajes centrales son muy potentes, como que la moral es actualmente poco más que un valor de mercado, que la epidemia de salud mental tiene mucho que ver con la multiplicación de máscaras o que la deriva populista de la política está íntimamente relacionada con este enfado moral continuo, rayano en la impostura. Conversamos con su autor sobre estas ideas y otras derivadas, incluyendo los vínculos con la cultura de la cancelación.

PREGUNTA.- En el libro apuntas que las máscaras morales han existido siempre, pero que con el neoliberalismo e internet estas se han multiplicado y hecho mayoritarias. ¿Cómo ha tenido lugar este proceso? ¿Qué consecuencias tiene sobre la sociedad?

RESPUESTA.- Este proceso tiene muchísimo que ver con el mercado de la atención constante en el que vivimos. En ese mercado estamos, por una parte, los que vivimos de ello, de estar en las redes sociales y compartir nuestros artículos, como las personas individuales, que a lo mejor no reciben un refuerzo dinerario, pero reciben otro tipo de refuerzo material, que es el refuerzo social, del click. 

Hay muchas exhibiciones para llamar la atención, como la física, pero los estudios de percepción en psicología dejan claro que lo que más llama la atención son las acciones morales. Esto, en un contexto de batalla brutal por la atención, nos lleva a mostrarnos morales todo el rato, con nuestro grupo o contra otros. De esta manera, se cambia el sentido habitual de la moral, que es la cohesión del grupo, para convertirla un poco más en una demostración espuria y una cuestión dicotómica, de blanco y negro. 

Llevamos toda discusión al terreno de la moral y, de esta manera, superamos el simple gusto, ya no es «me gusta» o «no me gusta», es «esto es malo» y «esto es bueno». Así se acaba también con el diálogo.

P.- Más allá de las máscaras morales que podamos llevar en sociedad, ¿cómo afecta a la vida diaria el que esta exhibición continua se produzca sobre todo en redes? ¿Qué efectos tiene en nuestro cerebro?

R.- No hay estudios concluyentes en este sentido, pero yo estoy convencido de que nuestra constante presencia virtual tiene un gran efecto psicológico. El aumento brutal del consumo de antidepresivos y ansiolíticos justamente en los años donde internet se masifica no me parece casualidad. No es una locura decir que en los últimos quince años esa invasión de la vida virtual en la vida real y las contradicciones que su dialéctica propia produce hayan generado problemas en la vida real como la ansiedad. 

Pero más allá de problemas psicológicos, esto también genera problemas sociales. Por ejemplo, a través de cambios políticos: siempre ha habido políticos estrambóticos, pero ahora el Congreso es literalmente escritura de Twitter. Frases cortas, propuestas llamativas por parte de los populismos como «cultura de la violación», «cal viva», «filoetarras», «golpismo»… Pero yo cuando salgo a la calle no veo nada de eso. Está todo mucho más tranquilo [se ríe]

P.- En tu libro comentas que, en parte gracias a las redes, «la autorrealización, la felicidad, la empatía o la sinceridad se han convertido en metas huecas vacías de significado». ¿Cómo se vincula esto a la inestabilidad emocional y ansiedad que parece una epidemia de nuestro tiempo, especialmente con la juventud? 

R.- Todas las generaciones tienen un problema, pero creo que los jóvenes de hoy en día, simplemente porque les ha tocado, lo tienen con las redes sociales. Tardamos casi 60 años en darnos cuenta, tras la invención del coche, de que no estaría mal que estos cacharros tuvieran cinturón o que estuviera penado gravemente el ir como una cuba al volante. Fuimos muy lentos en ver las potenciales consecuencias negativas, y con los peligros de las redes parece que queremos seguir el mismo camino. 

¿Cómo no van a estar afectadas las generaciones que han crecido digitalmente? Las redes y la cháchara reinante sobre palabras como «felicidad» o «autorrealización» hacen que la gente persiga unicornios. Quieren ser felices sin saber más que quieren ser felices. ¿Pero esto qué significa? ¿A qué te compromete? ¿Cuándo, cómo, por qué? Mucha gente solo sabe responder con tautologías, y acaba pasándolo muy mal, porque se les piden cosas y no se esfuerzan en entender que las palabras significan cosas reales y llevan a unos compromisos. Si no se saben esos significados, no se puede estar bien psicológicamente y mucho menos aspirar a ser feliz. 

P.- Acabas de ser padre. Aunque aún no te toque por edad, imagino que te preocupará lo que en un futuro hará tu hija a través de esas redes sociales. ¿Cómo se puede luchar contra esto? ¿Está la clave en la educación?

R.- Creo que tenemos que hacer un esfuerzo: dedicamos mucho tiempo al uso de las redes sociales, pero no a entender su funcionamiento. Son casi cinco horas lo que de media dedicamos a estar en este tipo de herramientas virtuales, pero es como si estuviésemos cinco horas usando un martillo mientras lo cogemos con la cabeza. Es una imagen absurda, pero es exactamente lo que hacemos con las redes, estar cinco horas dándole con el mango a un clavo. 

Eso sí, quiero dejar claro que yo no demonizo las redes sociales. Al contrario. Eso sería de imbéciles, de luditas. Yo vivo en Twitter, me encanta. Pero hay que saber lo que hay, no hay que ser naif. Me pasa lo mismo con el voto: mucha gente o no va a votar o vota como si fuera una encuesta de Mahou, porque alguien es majo o porque me tomaría una caña con él. Yo lo que pido es que se dedique un poco de tiempo a entender esas herramientas que van a marcar tu vida, la de tus amigos y, por supuesto, la de tus hijos. 

«Palabras como ‘cancelación’ o ‘guerras culturales’ van apareciendo y nos van colonizando, como pasa a nivel mercantil y lingüístico también»

P.- ¿Qué influencia ha tenido la cultura anglosajona en todos estos procesos de moralización? ¿Surge originariamente de ahí esa obsesión actual por controlar moralmente a los demás?

R.- El control moral ha estado siempre ahí, da igual la cultura. Aunque las diferentes formas de comunicación que hay según la sociedad influye: en la cultura católica, que es mucho más comunitaria, se piensa más en grupo y se es menos individualista que en la protestante o anglosajona. Pero a mi me preocupa mucho esa globalización brutal que están teniendo muchas cuestiones netamente norteamericanas, que okupan el discurso político actual, como muestra el tema racial, por ejemplo. Oigo a gente hablar de Albacete profundamente preocupada por el trato a los negros. Pero por Dios, piensa primero, yo qué sé, en los gitanos, que llevan aquí siglos y siguen sin estar integrados…

Pero es normal, es que nos pasamos cinco horas al día en unas redes sociales con unas normas de conducta que impone una empresa en concreto, y que siempre por defecto son norteamericanas. Y no tienen nada que ver con nosotros, es otra realidad. Palabras como «cancelación» o «guerras culturales» van apareciendo y nos van colonizando, como pasa a nivel mercantil y lingüístico también.

P.- ¿Entonces casi más que un problema de cultura anglosajona sería uno de globalización con Estados Unidos al frente?

R.- Sí, es un problema que viene de cómo va penetrando toda esta ideología a través de estas herramientas que van diseñando para nosotros. Y es que, cuando hablamos entre nosotros, la conversación es inmediata, pero en redes sociales es mediada, va a un servidor y vuelve. Se nos olvida siempre que hay un tercero, que por mucho que sea un logaritmo, está diseñado por alguien y es el que nos da permiso para comunicarnos, y nos puede echar en cualquier momento. 

Edu Galán. | JEOSM

P.- Esa «charlatanería moral» de la que hablas en tu libro es la que está además en la raíz de lo que algunos tildan de «cultura de la cancelación» ¿Qué beneficios proporciona a un individuo en la era de internet señalar a otro, generalmente famoso, por supuestas fallas morales?

R.- El primer beneficio es a nivel psicológico, ya que proporciona el mismo refuerzo que tenían los jueces de Salem cuando cazaban brujas. No hay cosa más maravillosa que juzgar, señalar y que la turba vaya a quemar a las brujas. Crees psicológicamente que estás organizando el mundo y haciendo un gran bien a la comunidad. Por eso yo pido perspectiva con respecto a esto, porque la perspectiva psicológica individual no sirve de nada, puedes creer que estás haciendo el bien y en realidad estás quemando seres humanos. 

Pero luego está el beneficio dinerario, que es el señalamiento para conseguir algo, y ahí ya entra la hipocresía. Un ejemplo perfecto de jeta es Pablo Iglesias, que no se cansa de señalar para su propio beneficio, como cuando dijo que Juan Carlos Rivero había sido racista por decir en la retransmisión del España-Marruecos que «los marroquíes la roban y salen corriendo», refiriéndose a un lance del juego. Iglesias no cree que Rivero sea racista, no es tonto, pero sabe que ese mensaje va a captar muchísima atención y le va a ayudar a recaudar para este proyecto que tiene de televisión.

Que conste que yo prefiero al hipócrita o jeta al iluminado que se dedica a sacar fotos al presunto criminal que vive enfrente de su casa para que las masas vayan a lincharle. Los iluminados que le ponen el dinero a los jetas son el verdadero peligro, porque lo piensan de verdad y pueden actuar. Hoy en día, se sustituye el linchamiento por el proceso judicial que nos define como sociedades avanzadas.

P.- ¿Pero esa cultura de la cancelación no ha existido siempre? La religión ha sido durante siglos el gran censor de la moral y no hay que irse muy lejos para ver ejemplos de arte que hayan intentado «cancelar», como por ejemplo pasó con La Vida de Brian de los Monty Python. 

R.- Antes quiero puntualizar que, cuando hablo de cultura de la cancelación, hablo de algo que supera la crítica legítima. Una obra de arte puede ser mala y se puede criticar, pero la cultura de la cancelación es realmente un acoso. Yo pongo el ejemplo de la escritora infantil María Frisa, que fue sometida a un tormento continuo, recibiendo miles de mensajes que la llamaban de todo, pidiendo que se la sancionase por los organismos vigentes, intentando echarla de cualquier foro público…

«La esencia de la cultura de la cancelación siempre ha estado allí, pero al convertirnos todos en posibles instigadores y cómplices, se hace mucho más abrumadora porque no tienes escapatoria»

Y luego, la gran diferencia con Monty Python y cualquier otro ejemplo del pasado es precisamente las posibilidades tecnológicas que tenemos para individualmente crear turbas muy grandes y presiones enormes a creadores concretos. Yo creo que con estas herramientas, La Vida de Brian hubiera tenido muchísimos más problemas para estrenarse, porque cualquier ciudadano podría ir a grabar, presionar y acosar a cualquier Monty Python. Y es que, con esta tecnología, en Salem se hubieran quemado también muchas más brujas. 

Es decir, hablamos de una diferencia cuantitativa: la esencia de la cultura de la cancelación siempre ha estado allí, pero al convertirnos todos en posibles instigadores y cómplices, además de permitir que los jetas nos pastoreen más fácilmente, esa cultura se hace mucho más abrumadora porque no tienes escapatoria. 

P.- ¿Pero esta cultura de la cancelación no afecta sobre todo a personas que no son famosas? ¿No son ellos los más expuestos?

R.- Pero, ¿qué derecho hay a acosar a nadie? ¿Qué derecho hay a gritarle «violador» a un tío que está en el escenario si no ha sido condenado por nada y por muy famoso que sea? ¿Qué derecho hay a señalarle, a intentar expulsarle del foro público?

Sí que tienes razón en que si no tienes el blindaje de la fama. Es aún más terrorífico, porque no tienes las herramientas para afrontarlo. Eso se ve mucho en España en profesiones artísticas o mediáticas, donde el mercado es super precario y hay un miedo instalado brutal a decir algo incorrecto y te corten la subvención o no te contraten nunca más. 

Edu Galán. | JEOSM

Y aún es peor para personas que ni siquiera tienen una plataforma pública, las personas anónimas. Existen procesos de cancelación en cada ciudad, cada pueblo. Vídeos que rulan por WhatsApp con acciones discutibles o moralmente reprochables y que, a pesar de no tener contexto, provocan un proceso subterráneo de cancelación a personas anónimas. Me río de la presión que pueda sentir un famoso si la comparamos con lo duro que puede ser este proceso cuando no eres nadie. Se ha democratizado el puritanismo y las herramientas que teníamos para señalar a los demás, haciendo que la gente esté todavía más ansiosa y medicada. 

P.- El aumento de las preocupaciones morales también tiene efectos a nivel normativo en nuestras sociedades. Lo principal que comentas en tu libro es el auge de los partidos populistas. ¿Por qué se conecta este estilo de hacer política con el auge de las preocupaciones morales?

R.- La impostura moral es un lenguaje muy cómodo, mucho más bonito que el del Estado. Te prometen soluciones fáciles a soluciones difíciles, lo llevan todo al terreno moral y prometen cosas imposibles de cumplir, creando además importantes distorsiones de la realidad. Te dicen que van a ser capaces de echar a todos los marroquíes de España o de acabar con las violaciones, dos ideas que son auténticos imposibles.

Pero es que la reacción de los ciudadanos es escalofriante. Por ejemplo, a pesar de que vivimos en una de las sociedades más seguras de las que tenemos noticia, existe cada vez más miedo moral a los demás y esto viene dado también por esta asunción de que ya no hay tontos, no hay torpes ni gente que se equivoque, son todos malos. Y claro, en esa dialéctica funcionan muy bien los populismos, que deshumanizan al otro, le quitan las contradicciones, volviendo a los seres humanos en contenedores de blancos o negros, cuando somos mucho más complejos que eso. 

«El activismo deja marca, pero el ‘clicktivismo’ lo patrocinan las marcas»

En ese conmigo o contra mí funcionan muy bien los populismos, y como además existe una sensación de orfandad con la política pues claro, se señala a los políticos profesionales, que en mi opinión son los buenos y la gente se agarra a profetas, que son los líderes populistas o los dueños de las multinacionales tecnológicas, se llamen Steve Jobs o Elon Musk. Se buscan líderes que te prometen acabar con el mal. 

P.- ¿Qué otras ramificaciones tiene esta polarización moral del mundo virtual en la vida real? ¿Acaba el activismo en redes, o como tú lo denominas en tu libro, el «cacareo moral», por sustituir el auténtico activismo social, que requiere un compromiso constante y real?

R.- El activismo deja marca, pero el clicktivismo lo patrocinan las marcas. Son dos categorías completamente diferentes, con diferencias casi análogas a las que existen entre la vida cara a cara y la conversación en redes. El clicktivismo no requiere ningún compromiso, es cortoplacista, infantil, está instalado en la demostración del ego, mientras que el activismo es a largo plazo, es adulto y no es ególatra porque se dedica a mejorar las condiciones de los demás.

Yo a los activistas los admiro porque se la juegan y se pelean por mejorar cosas que la sociedad no tiene que cambiar ni a golpes. Entonces claro, que la sensación psicológica de un activista sea peor que la de un clicktivista es terrible, pero es que así: alguien que intenta salvar el Amazonas está permanentemente frustrado. Pero los activistas de redes están siempre bien, siempre a nivel psicológico piensan que están arreglando el mundo…

Los activistas además conocen el terreno y sus claroscuros, mientras que el clicktivista no. Basta con decir una palabra mal para que te echen ya que viven permanentemente en la falsa indignación. Pero lo peor es que nosotros, a nivel social, los tratamos igual a pesar de sus enormes diferencias. Es para matarnos. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D