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Pierre Lemaitre: «El fraude y la estafa son la otra cara del capitalismo»

El escritor francés publica ‘El ancho mundo’ (Salamandra), una novela a caballo entre Saigón, Beirut y París que cuenta la cara oculta de la posguerra francesa

Pierre Lemaitre: «El fraude y la estafa son la otra cara del capitalismo»

El escritor Pierre Lemaitre. | Víctor Ubiña

Pierre Lemaitre (París, 1951) podría parecer, a lo lejos, un personaje de sus propias novelas. Con su traje gris, su corta estatura y su inquisitiva forma de mirar, cualquiera podría confundirle con un funcionario francés de entreguerras o un alto cargo de la administración local en los años de Charles de Gaulle.

Pero, en cuanto se pone a hablar, su interlocutor entiende cómo de esa figura tan curiosa pueden salir las increíbles historias que han dado forma a éxitos literarios como Nos vemos allá arriba, Los colores del incendio o el recién publicado El ancho mundo (Salamandra). Porque el autor de estas novelas que juegan con la historia reciente de Francia para contar una auténtica epopeya de personajes es puro nervio y pasión, algo que casa bien con la imagen de un escritor que busca encapsular en una decena de libros el convulso siglo XX galo al tiempo que sumerge al lector en un mundo de traiciones, timadores, misterios y giros inesperados. 

Si suena muy similar a una serie de las que triunfan ahora en televisión, es porque lo es. «Nos han quitado a los escritores algo que inventamos en el siglo XIX llamado novela por entregas», asegura con sorna el propio Lemaitre mientras conversa con THE OBJECTIVE en un café del centro de Madrid. Consciente de lo atípico de su carrera, con un éxito que le ha llegado cuando ya peina canas, el escritor francés no duda en recalcar la «suerte» que tiene de poder vivir ahora de lo que más le gusta, contar historias, al tiempo que recoge los frutos de su éxito. Pero también quiere dejar claro que, aunque en sus novelas haya mucho que aprender sobre historia y economía, lo que busca sobre todo es una cosa: diversión. Tanto la suya a la hora de escribir, como la del lector a la hora de entrar en sus historias.

PREGUNTA.- Su novela se desarrolla íntegramente en el año 1948. ¿Por qué eligió este año? ¿Qué es lo que más le llamó la atención de este momento histórico?

RESPUESTA.- No es tanto el año en sí lo que me interesó, sino el hecho de que es un año mediano entre 1946 y 1952. El período posterior a la Segunda Guerra Mundial fue muy difícil para los franceses: hay un alto desempleo, inflación galopante, múltiples tensiones sociales con un número de días de huelga que se calculan por miles, viviendas sociales catastróficas, condiciones de vida difíciles… Estamos hablando de lo que en Francia se conoce como en principio de los 30 años gloriosos, que vemos como una época de triunfo del capitalismo, pero podríamos decir que estos 30 años gloriosos comienzan con una imagen muy gris.

Entonces, elegí el 48 porque ilustra perfectamente período negro, que va desde 1946 y el final de la guerra hasta 1951-52, que es cuando las cosas comienzan a ir a mejor. No es que sucediera algo especial, es que, básicamente, el libro quiere describir un período difícil y 1948 es un poco un símbolo de eso.

P.- ¿Su objetivo era quizás desmontar un poco esa imagen idílica que se tiene de esas décadas posteriores a la guerra en Francia?

R.- No, no quiero desmontar esta imagen idílica, más bien quiero recordar a los lectores que esos supuestos 30 años gloriosos fueron en realidad solo 20. Y, simplemente, quería informar a  todo el mundo de mi sorpresa: cuando comencé a interesarme por este período histórico, yo también fui víctima de este lugar común y de pensar que fueron 30 años en los que todo Francia iba bien. Ingenuamente, pensé que la guerra termina en 1945 y desde 1946 todo mejora. Pero no es el caso.

Entonces, aunque no quiera dar lecciones de historia a los lectores, quiero recordarles que en este lugar común de los 30 años gloriosos existe este período gris y difícil que, sin embargo, nunca nos interesa.

P.- Aunque la novela tiene lugar a caballo entre París, Beirut y Saigón, es esta última ciudad la que se convierte en la auténtica protagonista. ¿Qué importancia tiene Indochina en la historia francesa? 

R.- La época histórica que describo en el libro fue un período de triunfo del capitalismo, en el que el nivel de vida de gran parte de la población iba a mejorar, con lo que llamamos el ascensor social… Es un período, el único en la historia de Francia, en el que los padres están absolutamente convencidos de que sus hijos tendrán una vida mejor que ellos. Los hogares se equipan, compran coches, la gente se va de vacaciones: es un período de gloria para el capitalismo.

Sin embargo, hay que recordar que el capitalismo nació, durante el Renacimiento, casi al mismo tiempo que la colonización. Lo que creará el capitalismo moderno son las grandes conquistas de España, Portugal y Francia. Fue en esta época cuando nació el capitalismo moderno, que luego sería perfeccionado por la Revolución Industrial inglesa y llegaría en los siglos XVIII y XIX a Francia.  

En este sentido, me parece muy interesante que este período de gloria del capitalismo, ya en el siglo XX, esté vinculado precisamente con una guerra colonial, es decir, con su propia fuente. La relación entre los dos es simbólica: por un lado, el triunfo del capitalismo en Francia y, por el otro, una colonia que está en declive pero que ha hecho posible precisamente ese capitalismo de la metrópoli. Y que, casualmente, no triunfa en la propia Indochina porque hay independentistas que van a retomar el control. Hablamos, en mi opinión, de una relación histórico-simbólica.

P.- Pero ¿no cree que el conflicto de Indochina está un poco olvidado en la memoria colectiva francesa?

R.- Sí, lo está, pero por razones que, en mi opinión, son casi más cognitivas que políticas. Creo que esta guerra es como la Primera Guerra Mundial para los alemanes: aunque hablamos de un conflicto que fue terrible para el pueblo alemán, también es una guerra que prácticamente desapareció detrás de la pantalla de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Hablamos de eventos tan masivos, que ha cambiado tanto la cultura alemana, que esa importantísima Primera Guerra Mundial se ha desvanecido en la memoria de los alemanes. Parece que es la Edad Media para ellos, está muy lejos. 

En nuestro país, la guerra de Argelia es una pantalla y ha hecho que Indochina se aleje de la memoria colectiva. Además, gracias al cine y otras cuestiones, lo que ha quedado grabado en el subconsciente es la gran guerra de Vietnam. Es decir, que los dos acontecimientos, la guerra de Argelia y la de Vietnam, contribuyen al distanciamiento conmemorativo de la guerra de Indochina, por razones casi de saturación cognitiva. Por supuesto, detrás de todo eso también hay algunas consideraciones ideológicas, pero creo que lo más importante es eso que en psicología se llama un efecto de actualidad: a la hora de memorizar, lo reciente se impone a lo antiguo. 

P.- ¿Cómo entronca esta (falta de) memoria con el presente francés?

R.- Todo el pasado colonial está realmente presente en la actualidad francesa, especialmente en la forma en que la extrema derecha considera la cuestión de la inmigración. Siempre existe esta idea de una jerarquía de pueblos, en la que Occidente ocuparía el lugar supremo y los pueblos más exóticos un lugar inferior. Es algo que dura, que tiene una piel dura, que sigue durando. 

«Las antiguas colonias necesitan menos debates simbólicos y más ayuda política y económica»

Ahora bien, todos los debates sobre la memoria de la colonización nunca me han interesado demasiado, porque creo que lo que más necesitan los pueblos que han sido víctimas de las colonizaciones no son excusas, sino apoyo económico. Creo que necesitan la solidaridad de los países occidentales, ya que hablamos de países que pagarán el precio más alto por el calentamiento global, son los que más lo sufrirán, eso ya lo podemos ver. India, que es una antigua colonia británica, está pagando en efectivo por el calentamiento global. 

Entonces, creo que estos países necesitan menos debates simbólicos y más ayuda política y económica. El debate sobre la memoria, las disculpas por la colonización, todo eso me parece muy secundario, frente a las necesidades primarias y urgentes que podría satisfacer la ayuda de Occidente.

P.- ¿Seguirá tratando el tema de la colonización en futuras entregas de su saga? En las décadas siguientes a 1948 será algo que marcará la actualidad francesa…

R.- No, pero no porque los conflictos coloniales no me interesen. Simplemente, los he tratado ya una vez y no tengo vocación de hablar de ellos todo el tiempo. También es verdad que, desde Nos vemos allí arriba, siempre me ha gustado acercarme a los acontecimientos históricos un poco desde un lado diferente. La Primera Guerra Mundial la observé a través de la posguerra y la Segunda a través del éxodo, en vez de centrarme en la resistencia o la ocupación alemana. Por eso, prefiero la guerra de Indochina a la guerra de Argelia. Y preferiré cualquier otra cosa a Mayo del 68.

P.- ¿Cómo se documenta para, precisamente, escribir estos libros desde una perspectiva diferente, alejada de los grandes hechos históricos?

R.- Utilizo una técnica de inmersión, como si estuviera en una piscina. Me paso horas, días enteros leyendo los diarios de la época, hojeando cada periódico, leyendo detenidamente cada artículo, mirando los anuncios por palabras y las grandes publicidades. Después de algunas semanas de inmersión total, me doy cuenta de que no tengo que pensar para saber cómo piensa la gente del año del siglo XX que estoy investigando: sé cuál es el precio del pan, que automóviles existen, cómo se visten las mujeres. Sé lo que piensa la gente, lo que les asusta, lo que les divierte, lo que esperan, lo que temen. Esta inmersión en la vida cotidiana es una gran manera de entender una época y no requiere una gran capacidad intelectual, simplemente hace falta ser una esponja. 

El escritor Pierre Lemaitre. | Víctor Ubiña

Así que, de hecho, hay una técnica para conocer la actualidad de la época, a través de los periódicos, y otra con la que busco tomar un poco de distancia, a través de los ensayos de historiadores. Además, trabajo también con un historiador al que de vez en cuando le pido notas sobre temas concretos, sobre los que me resultaría muy difícil documentarme, porque no soy un profesional, ni de la historia ni de la documentación.

P.- Hemos hablado mucho sobre el escenario histórico, pero en sus novelas, sobre todo relata una historia familiar. ¿Cuál es el objetivo de este enfoque?

R.- En primer lugar, considero que la familia es el primer crisol social. Básicamente, en la familia se reproducen en miniatura todas las tensiones, todas las riquezas, todas las hipocresías del mundo social. En la familia, siempre que los hermanos sean suficientemente numerosos, hay conflictos de territorio, de poder e incluso generacionales, ya que a veces hay grandes diferencias de edad. Por lo tanto, la familia representa en miniatura todo lo que representa la sociedad. De hecho, es un poco como en los fractales: si coges cualquier pieza y la amplías, devuelves el puzzle completo, la imagen completa. Y lo mismo ocurre con la familia y la novela: narrativamente podemos gestionar seis personajes, es más fácil que 60 millones de franceses. Lo interesante es tomar esta pequeña isla que es la familia, y sumergirla en la gran isla de la sociedad, que es el país y la época histórica. Es en este contraste entre los dos núcleos sociales, uno que se funde en el otro, donde se encuentra, en mi opinión, el verdadero fermento de la novela de aventuras.

P.- En sus novelas juega también mucho con la figura del timador y la capacidad humana para estafar. ¿Por qué esta preferencia por la duplicidad moral?

R.- Porque creo que el capitalismo genera mecánicamente estos brotes de estafa, concusión, deshonestidad, sobornos… todo eso forma parte del paisaje del capitalismo. El fraude o la estafa son, en realidad, el lado oscuro, la otra cara del capitalismo. En esta novela, reutilizo una frase pronunciada por un ministro de François Hollande, hace algunos años, que se llamaba Jerome Cahuzac. Era el ministro encargado del presupuesto, es decir, el ministro encargado del fraude fiscal, y después se descubrió que tenía una cuenta en un paraíso fiscal y evadía impuestos. Estábamos realmente ante una perversión del sistema, pero parecía que daba igual.

Así que, cuando se quiere atacar el capitalismo y sus contradicciones, a nivel literario es más interesante hablar de estafas porque es algo mucho más interesante y divertido para el lector y también para el autor, no es algo demasiado abstracto. Pero hay que entenderlo como una metáfora del capitalismo.

P.- Usted tiene una forma particular de escribir. En sus libros hay episodios dramáticos y, sin embargo, escenas dignas, a veces, de una película burlesca. ¿Qué intenta conseguir con esta mezcla de escenas divertidas, tragedias y escenas románticas?

R.- Intento no aburrirme. Y para no aburrirme necesito variedad y así, de vez en cuando, necesito reír, necesito pensar, necesito avanzar, necesito sorprenderme, necesito suspense. Y escribo como soy. No es un deseo decir: «Voy a hacer un poco de tragedia, un poco de comedia, un poco de esto o aquello». Es que escribo capítulos relativamente cortos y soy un hombre que se aburre muy rápido. Muy, muy rápido. Y por eso necesito variar constantemente para encontrar interés en mi trabajo. Así que la novela moverá al lector según mis deseos en ese momento. 

«He sido un misterio, no he sido nadie durante 50 años y de repente estoy arrasando, es un método diferente. Más brutal. Es el mío»

Yo no escribo con categorías literarias, escribo con ganas de seguir divirtiéndome, de pasármelo bien, de intentar contar historias que sean interesantes y que hagan pensar. Es solo la más tarde, cuando das un paso atrás, que puedes decir «Esto o aquello pertenece a un género literario u otro». Pero no lo hago para que sea un género literario. Es simplemente para no aburrirme.

P.- Mucha gente ha descrito sus libros como «folletines». ¿Es un insulto o un cumplido para usted? ¿Se considera similar a esos autores que escribían por entregas en los periódicos de finales del siglo XIX?

R.- No, yo me considero un escritor muy del siglo XXI. Vamos a ver, no hay nada más moderno que las series de televisión. ¿Y qué hacen las series de televisión? Hacen que al final de un episodio, quieras ver el siguiente. Que al final de la temporada, quieras ver la siguiente temporada. Nos han quitado a los novelistas algo que inventamos en el siglo XIX llamado novela por entregas. Pero no hay nada más moderno que eso.La prueba es que eso es todo lo que hacen las series, no saben hacer otra cosa que lo que nosotros les enseñamos. 

Por supuesto, es un invento antiguo, pero hay inventos antiguos que siguen demostrando su eficacia cada día. Los novelistas estamos muy contentos, somos gente generosa, estamos encantados de prestar a los guionistas de series de televisión algo que hemos inventado. Pero que no olviden que lo hemos inventado nosotros y que también tenemos derecho a utilizarlo, no hace falta que nos envíen al siglo XIX.

P.- Usted tiene una carrera muy particular.

R.- Sí, atípica, sí.

El escritor Pierre Lemaitre. | Víctor Ubiña

P.- ¿Cómo es la vida de Pierre Lemaitre ahora que ha tenido éxito literario y mundial a una edad tardía? ¿Le ha cambiado la vida?

R.- Sí, claro que sí. Me ha cambiado la vida. Hay personas para las que el Premio Goncourt, el éxito o las ventas de libros no son una sorpresa, sino una consagración. Llegan al final de una carrera bastante larga, que en algún momento se vuelve cada vez más importante. Fíjese en Annie Ernaux. 

A mí me pasa lo contrario. He sido un misterio, no he sido nadie durante 50 años y de repente estoy arrasando, es un método diferente. Más brutal. Es el mío. Pero me sigue sorprendiendo la extravagancia de este destino. Es extravagante. Publiqué mi primer libro a los 56 años, gané el premio Goncourt a los 62 y 10 años después me tradujeron a 43 idiomas. Es extravagante. De hecho, he conseguido en diez años lo que otros tardan 40 y a veces no consiguen. Así que es completamente extravagante, atípico. 

Yo sigo sorprendiéndome y asombrándome de este extraño destino en el que soy a la vez el actor y el espectador. Afortunadamente, soy viejo, envejecer tiene muy pocas ventajas, pero una ventaja es que te da airbags. A menudo, la gente confunde el éxito con el mérito y yo no los confundo en absoluto. Sé lo que es el éxito, sé lo que es el mérito y no confundo las dos cosas. Esa es la única ventaja de haber envejecido.

P.- Su objetivo es hacer una serie de 10 novelas. ¿No le da vértigo tener todavía por delante todavía cinco por delante?

R.- Bueno, al principio me mareaba. Pero ahora estoy por encima del 50%. Estoy en el punto de no retorno, así que empiezo a sentirme mejor. He estado mareado hasta ahora.  Pero a partir del quinto, estoy a medio camino. Y de repente, estoy en el punto de no retorno. Entonces, me digo, supondría casi tanto trabajo parar ahora como para continuar. Así que voy a continuar.

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