Siempre Auster
«Mi generación está embebida de Auster en lo literario y de Almodóvar en lo cinematográfico»
Paul Auster tiene la prosa más clara de las letras norteamericanas, al menos desde que comenzó a publicar en los ochenta del pasado siglo. Sus primeros libros, los que componen la Trilogía de Nueva York, son un ejercicio titánico de estructura literaria, y lo mejor es que Auster reinventa en la trilogía la edificación de la novela, dotándola de una nueva arquitectura, lo que resulta un prodigio en este arte que todavía no ha sido superado, con el permiso claro del autor McCarthy. Mi generación está embebida de Auster en lo literario y de Almodóvar en lo cinematográfico, así que fue un placer verlos recibir el mismo año el Príncipe de Asturias.
Auster trabaja sobre delicadas y transparentes cajas chinas, envolviendo varias novelas con una a la manera la cebolla perfecta. Transita de la realidad a la ficción y de la ficción a la realidad con la misma pericia que los escritores europeos del S.XIX. Tras la publicación de la trilogía la crítica alabó el nacimiento de un auténtico escritor WASP, acrónimo de blanco, anglosajón y protestante. Auster permitió que la broma siguiese hasta que se plantó diciendo que era judío, sí, otro judío revestido de genialidad. La ola ultraconservadora de Estado Unidos no le tomó a bien, al igual que su última publicación: Un país bañado en sangre, ribeteado con las mudas y en este contexto escalofriantes fotografías de Spencer Ostrander.
Las fotos, en blanco y negro, reflejan la soledad que acompaña a una sociedad dislocada, y los escenarios donde se perpetran las masacres enumeradas en el tratado; demasiados son centros de oración. Se sigue matando en nombre de Dios o para liquidar a Dios. Ni un alma puebla los sitios fotografiados, incidiendo en la absoluta desesperación de la muerte violenta.
«La primera lección que se extrae radica en la suerte de vivir en Europa, donde el control de armas no se discute entre los parlamentarios»
El abordaje del ensayo sobre los asesinatos masivos en Norteamérica resulta una lectura urgente y necesaria. La primera lección que se extrae radica en la suerte de vivir en Europa, donde el control de armas no se discute entre los parlamentarios; se aplica de manera fehaciente y restrictiva. Más en España tras nuestra guerra civil, en la que nos convertimos en matarifes cotidianos. No hay un solo español que no tenga un familiar caído en alguno de los dos bandos, y prácticamente no hay un solo norteamericano que no esté regado por el terror de las armas de fuego. Auster abre el libro explicando que su abuela mató a su abuelo de un disparo certero. En la tercera parte del libro cita y analiza al fontanero de Sutherland Springs: «Lo que hace tan admirable a este hombre es la solidez de su carácter, el sentido inequívoco, lleno de sensatez, de quién es y dónde y en qué punto se encuentra en relación con los demás, porque no solo se muestra reflexivo y elocuente, sino que es honrado, lo que significa que tiene la sabiduría suficiente para comprender que no es un soldado mítico en la eterna guerra contra el mal, sino un hombre sencillo, que hizo lo que pudo en circunstancias difíciles y peligrosas».
El fontanero, el héroe, disparó a un demente, lo son la mayoría, que había asesinado a 25 personas el 5 de noviembre de 2017. El fontanero, Monney, tenía permiso de armas y pertenecía a la poderosa y execrable ARN, asociación nacional del rifle. Auster, con la habilidad y sinceridad que le caracteriza, detalla la masacre y las acciones del fontanero. Este capítulo del libro, y los demás, es fundamental, pues narra la excepción que confirma la regla, la coherencia frente a la locura, lo certero de un hombre que, al portar armas, siempre se mantiene cabal. Al cabo, un oasis en Un País bañado en sangre.