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'Ant-Man and the Wasp: Quantumania': el triste cierre de Douglas y Pfeiffer

La película que debía marcar una nueva etapa en Marvel se diluye en una trama fangosa, llena de lugares comunes y efectos especiales olvidables

‘Ant-Man and the Wasp: Quantumania’: el triste cierre de Douglas y Pfeiffer

Fotograma de la película.

En uno de los tantos diálogos sonrojantes de Ant-Man and the Wasp: Quantumania, Janet (Michel Pfeiffer) le dice al Dr. Hank (Michael Douglas): «Es como montar una bicicleta voladora«. Entonces vemos cómo el exprotagonista de Atracción Fatal (¡oh, qué tiempos aquellos!) mete sus manos en una mangueras hidráulicas y pone en acción la nave alienígena. Realmente da un poco de vergüenza ajena imaginar a Douglas en una pantalla simulando estos movimientos que luego serán editados por el ordenador.

La nueva entrega de la cinta que protagoniza Paul Rudd es un pastiche de momentos ya vistos y la mejor prueba de que a Marvel se le están acabando las ideas. Al menos en esta etapa. Los informes de rendimiento no mienten. La película podría generar menos dinero que la primera Ant-Man y ni siquiera superar los 500 millones de dólares en recaudación. ¿Qué ha salido mal si se supone que esta cinta abriría el camino a una nueva fase en el multiverso por la presencia del poderoso Kang, el Conquistador?

Responder la pregunta anterior no es sencillo. Ant-Man and the Wasp: Quantumania tiene un elenco portentoso. A los mencionados en los párrafos anteriores se suman Evangeline Lilly (Hpe), Jonathan Majors (Kang), Kathryn Newton (Cassie) y nada más y nada menos que Bill Murray (Lord Krylar). El cameo de este último funciona como epítome de un guion muy mal trabajado.

Murray aparece para protagonizar una escena que debe hacernos reír. Al menos en teoría. Sin embargo, como se trata de una película familiar, el chiste que se propone es realmente simple. La idea de una affaire con Janet, para sorpresa del resto de los integrantes del círculo científico, se alarga sin que nuestros labios intenten aunque sea una mueca, y el personaje termina siendo víctima de su propia comida en un caótico choque con las fuerzas de Kang.

Hay cameos en el universo de Marvel memorables, que funcionan para expandir historias, como el de Nick Fury al finalizar la primera Iron Man o el de J.J Jameson en las pantallas de Nueva York revelando la identidad secreta de Spider-Man. Y hay otros que sobresalen porque son realmente creativos como los de Matt Damon, Luke Hemsworth y Sam Neil en Thor: Ragnarok. Ellos encarnaban a un grupo de actores asgardianos de teatro para entretener a Odin. El metamensaje es genial: una recreación y burla a los propios superhéroes.

Sin embargo, la presencia de Murray se esfuma y ni llegamos a sentir lástima de su destino. Es más, cuando pensamos en lo innecesario del extenso metraje de esta entrega, rápidamente repasamos la escena que protagoniza el bueno de Bill como una que podría haber desechado el director Peyton Reed, responsable de las dos entregas previas.

Forma sobre fondo

Ant-Man and the Wasp: Quantumania tiene muchos, muchos, pero muchos problemas. El primero, es de tono. Se entiende que es una película familiar, pero al darle la bienvenida a uno de los peores villanos de Marvel, Kang, no encuentra la manera de mostrar su crueldad. De tal forma que el debate ético no se presenta como sí se hace con la presencia de Thanos y su famoso chasquido de dedos.

La desaparición de personas fue un duro golpe para los espectadores y demostraba la capacidad del villano para causar dolor desde la lógica. No hay peor malvado que aquel que actúa bajo el razonamiento. En el caso de Kang, no se explica bien por qué es capaz de reducir a sus enemigos con un solo movimiento de su uña y luego grita desesperadamente a sus súbditos para que escapen del caos creado en la nave.

Y de nuevo, como es una película familiar, se intenta darle espacio a todo el elenco, desde la más pequeña (Cassie) hasta el más adulto (Hank), en la resolución del conflicto. La decisión está llena de buenas intenciones, pero termina reduciendo el camino del héroe, Scott, y opacando al interesante personaje de Hope, cuya presencia es netamente anecdótica.

Es de aplaudir, en tiempos que los abuelos parecen sobrar en la sociedad, que el director le dé peso a los más veteranos. Por otro lado, el mensaje socialista de la cinta, que refiere al espíritu de colmena como clave contra la ambición individual (y por ende, capitalista), podría haber tenido cabida en otro momento, pero no aquí, en el que se está jugando con el futuro de una franquicia que muestra graves síntomas de estancamiento. En este contexto, la secuela del Hombre Hormiga apuesta por una exposición artificial de un mundo cuántico que tampoco enamora.

Después de un primer impacto visual, el mundo en el que se desarrolla la historia está más cercano a los efectos especiales de Robert Rodriguez en Spy Kids que de la nueva Avatar de James Cameron. No hay una escena que no nos recuerde a algo ya visto. Por citar dos ejemplos, la manipulación digital que hace Pfeiffer para crear la energía que se necesita para viajar entre los mundos parece sacada de la manipulación que hacía Stark en su hogar y, por otro lado, los guantes hidráulicos de Douglas producen más carcajadas que admiración.

Es una lástima este cierre para estos dos personajes y para la trilogía de un héroe que sobresalía por su torpeza. Era un héroe casual, que debía improvisar dados sus poderes recién adquiridos. Sin embargo, en esta oportunidad, parece que quienes no saben qué hacer con la enorme responsabilidad de trascendencia están detrás de las cámaras y se contagiaron de esa improvisación.

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