Del campo de batalla al frente empresarial: secretos de estrategia chinos
Ariel publica ‘Las 36 estratagemas chinas. Manual secreto del arte de la guerra’, un clásico de la estrategia traducido por Ana Aranda Vasserot
En 1988, cuando Microsoft lanzó el Windows 2.0, Apple presentó una demanda. La hostilidad por los derechos de autor y las patentes no había dejado de crecer entre ambas compañías. Sin embargo, el modo en que Microsoft aprovechó la interfaz creada por Apple desencadenó una guerra sin cuartel en los tribunales. Diez años después, Steve Jobs analizó este escenario como lo haría un general en el campo de batalla. Sabía que Apple podía lograr una indemnización millonaria, pero necesitaba para ello un tiempo del que no disponía.
Sin perder la calma, descolgó el teléfono. La voz de Bill Gates sonó al otro lado de la línea: «¿Y bien?». Jobs fue directo al grano: «Apple no va a sobrevivir tanto tiempo si seguimos en guerra. Vamos a ponerle fin a este asunto. Todo lo que necesito es un compromiso de que Microsoft va a seguir desarrollando programas para el Mac, y que realicéis una inversión en Apple para demostrar que también os preocupáis por nuestro éxito».
La anécdota nos convence, sobre el terreno, de la habilidad de Jobs en el cálculo y la planificación. En este caso, el presidente de Apple había aplicado una máxima de su libro de cabecera, El arte de la guerra, de Sun Tzu: «Quien se conoce a sí mismo, pero no conoce al enemigo, vencerá una vez, perderá otra. Quien no conoce al enemigo y no se conoce a sí mismo, perderá todas las batallas».
Filosofía y manipulación psicológica
Que El arte de la guerra fuera en 1998 —y aún sea en 2023— un libro de moda entre líderes y ejecutivos no contradice su condición de obra militar. Como explica Daniel Tubau en el volumen antológico El arte del engaño (Ariel, 2018), la versión de El arte de la guerra que se ha transmitido durante los dos últimos milenios «tiene su origen en la edición llevada a cabo por Cao Cao, que vivió entre el 155 y el 220 de nuestra era, es decir, entre 500 y 700 años después de la época en que fue escrito el libro». Unos cuantos siglos más tarde, el manual de estrategia de Sun Tzu se tradujo al manchú, «la lengua de los conquistadores de China con los que se inicia la última dinastía imperial, la Qing».
El jesuita Jean Joseph-Marie Amiot, consejero de uno de los emperadores Qing, lo adaptó libremente al francés en 1772, y de ahí proviene el mito de que Napoleón leía El arte de la guerra mientras ensanchaba su imperio. Sin embargo, el impacto de Sun Tzu en Occidente no se debe a Amiot, sino a una traducción muy posterior: la firmada en 1910 por Lionel Giles. De ahí en adelante, sobre todo partir de la Segunda Guerra Mundial, esta obra de referencia fue puesta a prueba en distintas esferas: los negocios, la política, las finanzas, el marketing, el deporte y, por supuesto, la doctrina militar.
La sinóloga Ana Aranda, responsable de la nueva versión de Sun Tzu que se incluyó en El arte del engaño, presenta ahora su traducción de otro antiquísimo clásico de la estrategia, Las 36 estratagemas chinas (Ariel). Ambos trabajos han supuesto para ella retos diferentes como traductora. «Aunque Las 36 estratagemas y El arte de la guerra son tratados militares, son muy diferentes y la forma de trabajar con ellos ha sido muy distinta», explica a THE OBJECTIVE. «El arte de la guerra es un tratado sistemático y ordenado, mientras que Las 36 estratagemas es una colección de proverbios, aforismos o incluso refranes de diferentes épocas históricas de China».
«A los dos libros los rodea mucho misterio —añade— porque nadie sabe quién es el autor, ni las épocas en las que fueron escritos. La mayoría de los expertos coinciden en pensar que El arte de la guerra es anterior al inicio del Imperio chino, una época de esplendor que llamamos Primaveras y Otoños, la época de Confucio. En cambio, Las 36 estratagemas, por su estilo, puede ser de las dos últimas dinastías chinas, la Ming y la Qing, aunque es seguro que algunas estratagemas se transmitieron desde tiempos inmemoriales. Por ejemplo, hay referencias obvias a la segunda dinastía, la Han. Como libros escritos, quizá les separan unos mil años. Lo que sí que podemos asegurar es que China tiene una gran tradición de literatura militar».
Nos dice Ana Aranda que El arte de la guerra es un libro muy complejo, repleto de conceptos filosóficos: «Por ello, la traducción y la investigación en torno a esos conceptos ha guiado mi trabajo. En cambio, Las 36 estratagemas ha sido un trabajo mucho más libre y de creación en el que el coautor, Daniel Tubau, y yo, hemos aportado mucho a partir de nuestras lecturas y experiencias. De hecho, en un momento dado decidimos ofrecer al lector antídotos para cada una de las estratagemas; esta es una de las novedades respecto a otras ediciones. La investigación, en este caso, ha consistido en rastrear el origen o las primeras apariciones de las 36 estratagemas. Por ejemplo, ha sido apasionante descubrir que ‘Capturar al líder para atrapar a los bandidos’, se registra por primera vez en un poema de Du Fu, de la dinastía Tang».
Que ambos textos sigan teniendo una acogida tan poderosa en Occidente, en pleno siglo XXI, tiene bastante lógica para esta sinóloga: «Tanto El arte de la guerra como Las 36 estratagemas nos hablan del control del cambio, de la planificación y el cálculo, de la realidad y la apariencia, de las aproximaciones indirectas y el engaño, de lo previsible y lo imprevisible, de lo débil y lo fuerte, de lo ortodoxo y lo heterodoxo, de lo hueco y lo lleno. Todos estos aspectos nos permiten vivir más cómodos en una realidad cambiante y con grandes dosis de incertidumbre. El arte de la guerra nos proporciona la base teórica, es decir, nos permite desarrollar un pensamiento estratégico, mientras que Las 36 estratagemas nos facilita 36 ejemplos prácticos de cómo se pueden aplicar tácticas, argucias y artimañas con un objetivo claro y una aproximación indirecta, imperceptible. Es casi como un tratado de manipulación psicológica, con el que puedes influir en una persona para que cambie o haga lo que tú quieras sin que se dé cuenta. Estas técnicas pueden emplearse para hacer el mal, pero también para mejorar la relación con los demás, manejar equipos, crear estrategias de comunicación, de marketing o de motivación».
Para que estos libros se hayan convertido en long sellers ha sido indispensable que los expertos en liderazgo y los gurús del desarrollo personal hablen de ellos como un método infalible para actuar con perspectiva e ingenio. Parece una lección necesaria y de benéficas consecuencias. «Es curioso —dice Aranda—, pero El arte de la guerra fue un tratado que ya en la antigua China saltó rápidamente del terreno militar a otros campos, como la medicina o incluso el sexo, en el que el hombre era el general o estratega y la mujer el enemigo, el objetivo a conquistar. Todas estas aplicaciones se deben a que es un libro concreto en el análisis y en el cálculo de la fuerza, la logística y los recursos, pero la forma en la que está escrito es tan sugerente que permite trasladarlo a otros terrenos de la vida. Fernando Alonso, por ejemplo, lo conoce y asegura que ha aplicado la idea de buscar la invulnerabilidad, de la que habla Sun Tzu».
«Las 36 estratagemas —continúa— es, en cierto modo, un libro sobre el ingenio y la picaresca, y por eso puede ser útil para cualquier persona: profesores y educadores que quieren motivar y seducir a sus alumnos, deportistas que intentan un remate inesperado, amigos que quieren dar un buen consejo a un amigo tozudo y orgulloso, o un guionista cuando te mantiene atado a la butaca del cine. Hace unos días, el ajedrecista Ding Liren aplicó algunas de las 36 estratagemas chinas en su lucha y victoria final en el mundial de ajedrez. Él mismo lo dijo tras una partida que ganó contra pronóstico: ‘Como la situación era muy difícil, decidí agitar las aguas’. Esta es la estratagema número 20: ‘Pescar en aguas revueltas’».
El disimulo y la astucia: inevitable hablar de ello con una especialista en la cultura china. «He confirmado aquello que decía Lin Yutang en La importancia de vivir—concluye—: que el carácter chino siempre ha tenido un poco de truhan, en el buen sentido de pícaro ingenioso, y más si tenemos en cuenta que las estratagemas se siguen utilizando hoy en día en China una y otra vez, como expresiones hechas o modismos. Podríamos compararlo con la picaresca española, pero quizá con más finura y sofisticación».