'Missing: Dead or Alive': ¿vale la pena el nuevo 'true crime' de Netflix?
La serie sobre desapariciones pone el foco en la unidad de investigación, un giro diferente respecto a las producciones de su estilo
Es muy temprano para sacar conclusiones sobre su impacto en la audiencia, pues acaba de ser estrenada, pero Missing: Dead or Alive es un caso llamativo, una vuelta de tuerca al exitoso mercado de producciones basadas en crímenes reales (true crime le dicen en el mercado anglosajón). El nuevo show de Netflix, que potencialmente podría convertirse en un título de moda, tiene la particularidad de una puesta en escena parecida a la de una serie de ficción, incluso con voces en off de los protagonistas.
Si alguna vez viste 24, aquella magnífica serie que seguía a Jack Bauer (Kiefer Sutherland), director de Operaciones de Campo de la Unidad Antiterrorista de Los Ángeles, encontrarás similitudes con Missing: Dead or Alive, aunque en este caso hablamos de casos reales y, por lo tanto, más estrategia que acción. Como se nos ha educado audiovisualmente: el plazo para conseguir a un desaparecido con vida es clave; rara vez hay una resolución feliz si se alarga, a diferencia del seriado que protagoniza Sutherland.
En el nuevo show de Netflix seguimos a la investigadora Vicki Rains, una mujer que acaba de renunciar al departamento de crímenes mayores para formar parte de una división en Carolina del Sur que busca a personas desaparecidas, una vez que los familiares o allegados lo reportan. Regularmente se cree que pasadas las primeras 72 horas, el caso se enfría si no hay resolución y probablemente ni siquiera haya un cierre. Por eso las cámaras nos relatan esos frenéticos primeros tres días.
En este contexto, asistimos a una intensa búsqueda, en tiempo real, que nos permite conocer los últimos pasos de los desaparecidos y también las sensaciones de Rains y el resto de compañeros sobre el caso. Por supuesto, Missing: Dead or Alive no abandona los tópicos que hacen del true crime un género tan seguido en todas las plataformas, como los giros en la trama y sobre todo le da la oportunidad al espectador a que juegue a ser el detective. No obstante, tiene un elemento que le hace diferente.
Investigadores protagonistas
Missing: Dead or Alive está contada desde la mirada de los investigadores. Hay una humanización de los integrantes del departamento de búsqueda que prácticamente nos «obliga» a empatizar con los narradores, esa voz en off de la que hablábamos arriba. Por ejemplo, es revelador cómo J. P. Smith, uno de los agentes más veteranos del condado de Richland, con más de 40 años de experiencia en el campo, trata a las llamadas «personas de interés».
Cuando Smith sospecha que alguien sabe algo, su estrategia puede parecer amenazante. Pero durante la serie cuenta una historia reveladora -que no detallaremos para no hacer spoilers– que pareciera justificar su manera de actuar. En el fondo, a pesar de las personalidades disímiles, a todos los trabajadores de esta unidad les une el deseo de encontrar a los desaparecidos.
Y en esa búsqueda se nos muestra cómo los casos estresan a los propios investigadores. Pocas veces somos testigos sobre el efecto que tiene conseguir un cadáver en un oficial que ha dedicado 24 horas al día a seguir los pasos de una persona que se creía con vida. «Eso es lo que me mantiene despierta por la noche», dice Vicki durante un episodio. «La necesidad de encontrar a la persona».
Alexander Irvine-Cox, elogiado por Beneath the Surface que sigue historias silenciadas de abuso de mujeres, hombres y niños indígenas sámi en Noruega, es el encargado de los primeros cuatro capítulos de Missing: Dead or Alive. El primero trata sobre una mujer mayor que ha desaparecido misteriosamente y se cree que su hijo tuvo que ver con el suceso; la segunda es la persecución de una madre que ha secuestrado a su propia hija para evitar compartir la custodia legal; la tercera narra la extraña historia de David Taylor, del que no se sabe su paradero tras ganar la lotería y la última es sobre una adolescente que podría haber sido víctima de trata de blancas.
Como suele suceder con este tipo de historias, lo que se descubre al final rara vez tiene que ver con la principal hipótesis. Son los giros durante el desarrollo lo que le da un aporte dramático, casi ficcional, al relato. También debo advertir que muchas de las escenas parecen pregrabadas, trabajadas con un guion o al menos montadas de manera que parezcan casuales. Esto no es nuevo. En todas las producciones de telerrealidad existen falsos elementos que se agregan para causar impacto en la audiencia.
Mucha agua ha corrido desde el enorme éxito de Making a Murderer (2015), que le abrió las puertas al género en Netflix y que a su vez le dio un empujón a la ficción sobre crímenes. Sin esa aceptación es poco probable que Ryan Murphy se hubiera atrevido a hacer Dahmer (2022), por ejemplo, o la audiencia no habría delirado con No te metas con los gatos (2019) y El timador de Tinder (2022).
El interés por asesinos en serie, masacres, estafadores y personajes amorales sigue tan vigente como la crónica de sucesos en los medios de comunicación. ¿Tiene algo nuevo qué decir Missing: Dead or Alive? Más allá del comentado punto de vista, muy poco. Aún así, si buscas una nueva serie sobre desapariciones que esté bien hecha y que se pueda consumir con rapidez, seguramente la vas a disfrutar.