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'El silencio': tan mala, que hay que verla

La serie española disponible en Netflix termina causando muchas risas, lo que evidentemente no estaba planeado por su creador

‘El silencio’: tan mala, que hay que verla

El actor Arón Piper, en una escena de 'El silencio'. | Netflix

Yo confieso ante ante ustedes hermanos que hay producciones que termino de ver solo para reírme. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa… Acepto que me causa curiosidad ver los derroteros de los inexplicables nudos argumentales en los que a veces se meten guionistas y directores. Me pasó con la reciente estrenada Faithfully yours y con la primera temporada de Pálpito, ambas disponibles en Netflix. Me excuso por una razón de peso: la comedia está extinta. ¿Recuerda cuándo fue la última vez que se echó no una, sino varias risas frente a una pantalla?

Series y películas malas abundan, sin embargo hay una gran diferencia entre esas y las completamente absurdas. Estas últimas, que sobresalen por su inverosimilitud, son mi guilty pleasure. En este apartado tenemos una nueva ganadora: El Silencio (Muted para el mercado internacional), serie de seis capítulos (agradecemos que no hayan llegado a ocho), creada por Aitor Gabilondo, el mismo de la maravillosa y recomendable Patria (HBO).

El Silencio tiene la siguiente sinopsis: Sergio (Arón Piper) no habla desde el día que asesinó a sus padres. Seis años después, una adolescente podría ser la clave para revelar toda la historia. A continuación, puedes ver el tráiler:

La serie causa intriga al principio. Un hombre que ha cometido un crimen terrible es vigilado como parte de un proyecto que, por lo que se entiende, busca ayudarle, aunque nunca se sabe exactamente cómo, en qué o por qué. Se intuye que lo primero es explicar las razones del arrebato que derivó en los asesinatos. Pero luego, es bastante confuso comprender cómo una excelsa psiquiatra (Almudena Amor) cree que llevando al límite a este frágil joven, facilita la recuperación.

Ese es el primer problema de esta producción de buena factura, actuaciones irregulares y huecos argumentales. Dice Jack Seale en The Guardian: «Tan mala que querrás aullar a la pantalla de tu televisor (…) Lagunas enormes, tramas que no tienen sentido y un concepto que se echa por tierra inexplicablemente a la primera oportunidad: este thriller apenas se puede ver». Y eso es cierto, aunque me idetifico más con el «elogio» de Jonathon Wilson en Ready Steady Cut: «Profundamente ilógica, tonta y fallida, es principalmente entretenida por el poco sentido que acaba teniendo».

¿Quién es el psicópata en ‘El silencio’?

Esta reseña debería advertir que habría spoilers. No lo hago porque el tráiler es bastante explícito. La trama de «rarita» que estudia «rarito» no es nueva. Pensemos en las laureadas Hannibal o Manhunter por solo nombrar a dos creaciones que siguen vigentes y que ponen en la mesa los peligros de relacionarse con el objeto de estudio. Sin embargo, El Silencio se acerca más a  Instinto básico, la película que hizo famosa a Sharon Stone.

Fiel a los nuevos postulados, el rol de Michael Douglas lo ejerce una mujer. Así, el juego entre comprender las acciones del asesino o sus motivaciones, se pierde en el camino para mostrarnos el giro que da la protagonista. De hecho la producción termina siendo el relato de una obsesión. Esto no sería esencialmente malo si Gabilondo hubiera puesto un mayor esfuerzo en cuidar a sus personajes.

Aunque no se explica —como un montón de cosas en esta serie— los espectadores asumimos que para tan novedoso ensayo (estudiar a Sergio con miles de cámaras) se tuvo que pasar primero por un análisis riguroso de las razones y del propio personal que lo ejecuta para aprobar el presupuesto (que debió costar una millonada). Un simple repaso por los nombres esenciales habría descubierto la relación entre los dos protagonistas y la incompatibidad ética del trabajo. 

Gabilondo explicó para Infobae que el punto de partida de este trabajo fue conocer algunos casos en los que jóvenes que cometieron horrendos crímenes volvían a la calle tras cumplir sus castigos. «Me pregunté, ¿cómo puede ser la reinserción social? ¿Cómo sobrevivir a ese horror que cometieron? Creo que ese fue un poco el punto de partida, porque me llamaba mucho la atención, esa creación de monstruos en el seno de la sociedad», dice.

Y agrega: «También hablé con un chico que cometió un crimen y ahora se había integrado, pero solo sus padres y esposa sabían lo que ocurrió y vive con el temor constante a ser descubierto. Me interesaba más hablar del post que del hecho en sí mismo. Así que empecé a trabajar y a introducir elementos de diferentes casos. También estaba la idea del control, de cómo queremos controlarlo todo, también el futuro. Cuando un chico sale de la cárcel después de haber cometido un acto así, ¿de qué forma está condenado para siempre? ¿Puede volver a ocurrir?».

La idea del realizador no es mala, pero cuando se revela el hilo que une a la psiquiatra con el joven, no hay vuelta atrás. Solo debes rellenar tu recipiente con palomitas de maíz y darle rienda suelta a las carcajadas. Para más delirio, todos los involucrados en esta trama terminan corriendo como pollos sin cabeza en el último episodio, lo que deriva en un clímax absurdo con una escena en la que todos se miran, como si de una obra de teatro existencialista universitaria se tratase.

La imagen final con la que se busca impactar al espectador y generar cierta confusión, es también el destino final de una producción sin pies ni cabeza. Hay demasiados ojos —los de los francotiradores por ejemplo—, para que se juegue con el final abierto, lo que nos lleva a la conclusión de que se trata solo de un golpe de efecto, una jugada sucia para el que decidió llegar hasta la resolución del conflicto. Sucia, pero eso sí, bastante divertida.

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