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Balada para un pintor suicida

Juan Vilá rinde homenaje en ‘Tan difícil como raro’ (Anagrama) a su amigo de juventud, el malogrado Roberto Gil y, de paso, a toda su generación.

Balada para un pintor suicida

Detalle de 'Autorretrato', del pintor Roberto Gil. | Cedida por el autor

Tan difícil como raro es la segunda parte del tríptico autobiográfico en el que trabaja el escritor Juan Vilá desde los últimos años, y así, aunque ha sido concebida de forma independiente y su lectura puede ser autónoma, completa 1980 (Anagrama, 2020), novela que se centra en su familia y en cómo, tras la muerte del padre, la madre trae a casa a un hombre de la burguesía catalana que oficiará, con el tiempo, de padrastro. Ambas, sin embargo, «son libros escritos por alguien que tiene más de 40 años y mira hacia atrás. ¿Con asombro? Por supuesto», nos confiesa el escritor. Un asombro que es doble: «El que te lleva a revisar el pasado, y el posterior, que es el que surge por lo que has descubierto», admite Vilá. 

Tan difícil como raro se sostiene en esa indagación, en el propósito de análisis y rastreo. Una búsqueda temática y de razones a la que coadyuva la prosa, un estilo que casi se jacta de su misma refutación, en las parciales impugnaciones que le ayudan a coger aliento y a seguir inquiriendo, a base de objeciones y dudas. Una narrativa que anuncia y, al cabo, retrocede. Tiene, en ese sentido, algo de novela de misterio deconstruida.

El germen de la escritura para este libro ha estado rondando al autor durante largo tiempo, casi veinte años; años en los que éste lo ha ido «aplazando, o intentándolo y fracasando», nos cuenta. Comenzó finalmente el 01 de enero de 2020, el escritor lo recuerda perfectamente. Y la última versión se terminó en enero de 2023.

Portada del libro.

Tres años de difícil e intensa escritura, en los que el autor reconoce haberse «perdido tantas veces después de haber escrito tantas versiones». Y no es para menos, ya que se trata de una historia compleja de habilitar comprensiblemente para el lector, ya que da cuenta de dos suicidios y una caída en las fauces (casi) mortales del Trastorno Límite de Personalidad. Extrañamente no es una novela triste, sí emotiva. Pero no triste, ni nostálgica; pero sí sentimental. Y ello porque, en el fondo, el libro se pretende celebración, «celebración a contrapelo, me gusta decir, o celebración de lo perdido, celebración de los amigos muertos, del amor roto, de lo que un día tuvimos y ni siquiera supimos disfrutar, celebración del enorme precio que nos tocó pagar por ello y celebración, sobre todo, de la certeza absoluta de que repetiría una y mil veces a pesar de todo», confirma Vilá. 

El arte es una gran forma de vengarse del mundo

En el centro de la novela hay una falta, y una deuda. Roberto Gil saltó (para morir) el 25 de septiembre de 2000, desde el noveno piso de un espantoso edificio del bulevar Bonrepos de Toulouse. Dejó cuatro cartas: una para Bea (con quien se había ido a vivir a Francia), otra para su hermano David, una para Ana (la novia del narrador) y otra para Vilá. Todavía dejó una más con un dibujo para una amiga suya que estaba embarazada y se lo había pedido como regalo para el bebé. También dejó un libro abierto y a medio leer: «El primer tomo de Los papeles póstumos del Club Pickwick, en la vieja edición de Alianza», leemos en Tan difícil como raro. En la carta, Roberto le pedía a Vilá que leyese un discurso en su funeral; discurso que Vilá nunca hubo de pronunciar. Así, esta novela es la forma que encuentra el escritor de intentar pagar esa deuda. Pero también es una metáfora de muchas otras cosas, como reconoce el propio escritor, «de la expresión del dolor y la pérdida, del afán por reivindicar al amigo; de las conversaciones que quedaron a medias, todo lo que ocurrió después y él se perdió».

Roberto Gil, como se nos dice en la novela, fue un chaval aquejado de un «desvalimiento más metafísico que real», pero «no era en absoluto un misántropo, ni un ser triste o depresivo. No estaba amargado ni era un imbécil. No era un traidor ni un hijo de puta. Todo lo contrario: tenía unos principios muy sólidos y perfectamente compatibles con su negación de cualquier tipo de moral», escribe Vilá. Una paradoja perfectamente nihilista para un adolescente que tenía «más de clochard que de monsieur, más de guasón que de señor».

Testimonia Juan Vilá que, a pesar de todo, no ha tenido la sensación (más bien se diría que «no ha conseguido sentir la sensación») de cumplir con un deber, pues la novela no le ha traído ninguna paz. «No ha resultado en absoluto terapéutica, aunque tampoco lo pretendía. Me revolvió muchísimo escribirla y me está revolviendo aún más todo lo relacionado con su publicación», admite.

La salvación de la memoria

Tan difícil como raro, el título (pero también el leit motiv del libro), proviene del cierre de la Ética de Spinoza, donde dice así: «Si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera conseguirse sin gran trabajo, ¿cómo podría suceder que casi todos la desdeñan? Pero todo lo excelso es tan difícil como raro». En la novela, dividida en dos partes, se nos habla así de tres hundimientos (dos de ellos fatales, el de Roberto, pero también el de otro amigo del narrador, Carlos, que acaba finalmente suicidándose igual) y de dos salvaciones: la del propio escritor y la de su novia, Ana, quien, a pesar de estar en perpetuo temor de pérdida en los abismos de la locura, parece que mal que bien consigue ir saliendo siempre.

La construcción narrativa que utiliza Juan Vilá para contar y ensombrecer, para dar cuenta de estos claroscuros tiene que ver con la construcción de la memoria. Nos lo explica así el autor: «No es tanto una película que se desarrolla de manera lineal como una especie de nebulosa. Reconstruyes todo o se disparan determinados estados a partir de unos poco datos o algún recuerdo concreto. Una fotografía, por ejemplo, o el hecho de haber vivido en una determinada casa que asocias con algo que ocurrió entonces… Esto no responde a una decisión consciente por mi parte y vinculada con el proceso de escritura. Imagino que vivo así». Y la memoria es aquí también la de los otros, preguntado por sobre cómo se manejó con este asunto, con la utilización de verdades biográficas que pueden afectar de rebote a terceros, nos cuenta Juan Vilá que «sí que me preocupaba dañar de manera innecesaria o involucrar a personas vinculadas con esos personajes y que ya han sufrido bastante. Me refiero sobre todo a las familias. Lo bueno es que contaba con una red de protección muy fuerte: tanto Ana como la familia de Roberto leyeron la novela antes de su publicación y no me pidieron que cambiara nada».

La espantosa resaca de la juventud 

Uno de los temas que sobrevuela toda la narrativa de Juan Vilá es el desclasamiento. Se hace más notorio particularmente en El sí de los perros (Piel de zapa, 2014) y Señorita Google (Jot Down Books, 2014). En 1980 se trata de un desclasamiento para arriba, en tanto que en Tan difícil como raro se trata de un desclasamiento para abajo, que tiene que ver asimismo con un factor de época y con otros factores como la precariedad a la que suele abocar la enfermedad mental. Y esto está, a su vez, vinculado con otro elemento central del libro: la idea de dignidad, en la que no cree Juan Vilá.

Retrato de Roberto Gil a Juan VIlá. | Cedida por el autor

Nos lo explica de esta manera: «Me parece un concepto tan elevado que suele ocultar una gran ceguera o una gran hipocresía. Miro a mi alrededor y miro, sobre todo, dentro de mí y no la encuentro. Estamos hechos de pequeñas miserias. Vivir nos ensucia y nos ensucia cada vez más. Pero eso tampoco quiere decir que la mayoría seamos grandísimos hijos de puta. Yo trato de aferrarme a cuatro o cinco principios modestísimos. La lealtad hacia las personas es uno de ellos y creo que esta novela lo demuestra. Pero no me interesa nada la coherencia o aferrarme a determinadas ideas. Me he pasado toda la vida dando bandazos y espero dar aún unos cuantos. ¿Traición a uno mismo? No sé qué es eso. Si he llegado a los 50 ha sido a base de pequeñas o grandes cesiones, de arrastrarme incluso en muchos momentos, de humillarme si ha hecho falta y, sobre todo, de llevarme la contraria a mí mismo». 

Tan difícil como raro es, en última instancia, un final de fiesta (el de la juventud, el amor y la amistad). En el que se hace balance. Preguntado por el particular, dice Vilá que «si me pides que haga un balance de mi vida, prefiero quedarme con la cita de Cormac McCarthy con la que empieza la novela: ‘No recuerdo haber dado al Señor demasiados motivos para que me favoreciera. Pero lo hizo‘». Amén.

Tan difícil como raro
Juan Vilá Comprar

Parte de la obra pictórica de Roberto Gil (Madrid, 26 de abril de 1971 – Toulose, 25 de septiembre de 2020)  se puede consultar en su web. Las obras que se reproducen en este artículo han sido cedidas por Juan Vilá y por la familia de Roberto Gil.

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