Christina Rosenvinge: cuando el feminismo llegó al rock en español
Carlos H. Vázquez dedica un libro al disco ‘Que me parta un rayo’, revelación de la artista madrileña de origen nórdico
Toda historia tiene un comienzo, y en esta es la decisión del batería Edi Clavo, amigo de Teresa, la hermana de Christina Rosenvinge (Madrid, 1964) y miembro de Ella y los Neumáticos, quien le vio posibilidades a Christina y la invitó a entrar en la banda. Christina todavía tenía 16 años y estaba en BUP. Era 1980.
La vida del grupo, sin embargo, fue efímera. Consiguieron llegar a la final del Concurso Rock de la Diputación de Madrid de 1980, dieron algún otro concierto, grabaron algunas canciones en formato maqueta y en 1981 se disolvieron. De esa época datan las primeras composiciones de Christina Rosenvinge, de las que ella misma confiesa que eran malísimas. Sirvió esa experiencia, no obstante, para que Rosenvinge se diera cuenta de que «quería aprender a tocar y ser dueña de lo mío». Eso sucedería más o menos en 1983. El disparador fue el cantante y guitarrista Alex de la Nuez, que venía del grupo Los Zombies, y con el que Christina estaba comenzando a salir.
La primera canción, de todos modos, que registró Rosenvinge fue para otra banda, un dúo que se llamaba Platino; fue en 1985. Ese mismo año, la cantante madrileña, junto a Alex de la Nuez y el batería Toti Árboles grabaría en Nuevos Medios un maxisingle bajo el nombre de Magia Blanca, con tres canciones pop amables y sencillas, con toques funkies, orientadas a la pista de baile. El disco no tuvo apenas repercusión y, en una entrevista en 2008 comentaba Rosenvinge sobre el proyecto que «Magia Blanca era un grupo bochornoso del que espero que nadie se acuerde».
Tras el fiasco, Toti Árboles dejaría el grupo y Alex y Christina montarían un nuevo proyecto llamado justo así: Alex & Christina, que ficharía por Warner, cinco años después, abriéndose a un mundo más naif. En 1988 publicaron su primer disco, que llegaría a la lista de los 40 Principales la semana del 6 de agosto de ese año, quitándole el puesto a Julio Iglesias y Stevie Wonder. Ese mismo año, Rosenvinge se unió al periodista musical Diego Manrique para copresentar el programa musical FM-2, quien lamenta que la cantante no se integrara en el equipo. «Yo notaba que siempre estaba con la cabeza en otras cosas, no parecía muy feliz», confiesa Manrique. La propia Rosenvinge habla a las claras de aquella época. Dice: «Cuando yo me bajaba del escenario nada era bonito».
El éxito de Alex & Christina fue fulgurante. En apenas dos meses pasaron de tocar en pequeños garitos a tocar para 4.000 personas. Pero Christina no era feliz con esa vida de radiofórmula, así que, a pesar de tener todavía en vigor un contrato con Warner para sacar otro disco con Álex de la Nuez, se decidió a presentar a la discográfica sus canciones en solitario. Sobre este hecho existen muchas versiones y el libro de Carlos H. Vázquez tampoco acaba de despejarlas, ya que de la Nuez prefiere no comentar nada sobre el asunto. El hecho incontestable es que Christina Rosenvinge rompió definitivamente su relación sentimental con de la Nuez, disolvió el grupo que tenía con él y, además, comenzó a salir con el escritor Ray Loriga.
Queda una sombra, no obstante, una historia colateral: ¿cómo es que Álex de la Nuez, siendo multi instrumentista y con un talento que nadie pone en duda no fue capaz de sostener una carrera de largo recorrido en el mundo de la música? Pero eso, como se suele decir, es otra historia, porque ahora es donde comienza de veras esta historia, el momento en el que Christina lucha por convertirse en Christina Rosenvinge. Entonces tenía la cantante veinticinco años.
Una historia oral (y coral)
El periodista Carlos H. Vázquez plantea en Que me parta un rayo: la mirada eléctrica de Christina Rosenvinge (Efe Eme, 2023) un relato coral, sonoro (en el sentido de que se reproducen, blanco sobre negro, las voces de los protagonistas del relato) de la gestación del disco Que me parta un rayo (WEA, 1992), que Christina Rosenvinge firmaría como Christina y los Subterráneos (un guiño a la novela de Jack Kerouack, preferida de la cantante) y que serviría para que la cantante cambiara completamente de registro y se presentara al mundo como cantautora rock, acompañada de una potente banda. Esta fórmula de contraste de registros orales es muy fructífera, ya que, contra la censura de la posible opinión y juicio de quien escribe el libro, aquí se propone un ramillete de opiniones y versiones sobre un mismo hecho, cosa que permite al lector sacar sus propias conclusiones. En la ordenación y el contraste, pues, está la pericia de Vázquez, quien nos va mostrando, poco a poco, las diversas fases de este disco, pero también sus prolegómenos, sus orígenes remotos y algunas de sus consecuencias posteriores.
Una cosa queda clara tras leer el libro: que sin el éxito de «Chas y aparezco a tu lado» a Christina nunca le hubieran firmado contrato por cuatro discos en solitario. No es menos cierto, sin embargo, que la compañía quería un disco más pop y que ella les ofreció un disco más rock. En esa época Rosenvinge dio cuatro o cinco clases de guitarra con Claudio Gabis, ya que necesitaba aprender algo de guitarra. Su formación, sin embargo, vendría de manera más autodidacta, de un libro de canciones de Bob Dylan que Rosenvinge le pidió a su profesor y fotocopió. Se aprendió de memoria Blonde on blonde y Highway 61 revisited. «La verdad es que tengo poca paciencia», le confiesa Rosenvinge a Carlos H. Vázquez. De ahí que recurriese a la ayuda de Pancho Varona, quien había compuesto en 1989 «No me importa nada», para Luz Casal. De ahí surge también el contacto con Joaquín Sabina, quien se ofreció a pagarle el disco si su compañía no lo hacía (cosa que, al final, no fue necesario).
Christina compone varios temas para una demo: «Tú por mí», «Tengo una pistola», «1.000 pedazos», «Yo soy una estrella» y «Ni una maldita florecita». Warner escuchas las canciones y da el ok. Entonces viene la tarea de montar una banda, que acabará siendo la banda de Joaquín Sabina, gracias a la intermediación de Benjamín Prado, entonces pareja de Teresa, la hermana de Christina, y que era amigo de Sabina.
El disco, que habría de costar unos 15 millones de pesetas de la época, se grabó en los estudios Quarzo, en Madrid. De la producción fue responsable el ingeniero inglés Steve Barney Chease (una imposición de la discográfica), quien al poco demostró tener poca experiencia en las lides de la producción y vino a completar el trabajo Juan Luis Jiménez.
Canciones con letras raras
Tenía todavía voz de niña, Christina Rosenvinge, en ese primer álbum. La sonoridad vocal era algo naif, pero estaba llena de calidez. Y lo que más llamaba la atención eran esas letras raras. Unas letras que habrían de ir en consonancia con el diseño del álbum (de Ray Loriga) y la fotografía de la cubierta (de Alberto García-Alix): un mostrarse y esconderse a un mismo tiempo. Dicha ambigüedad, por ejemplo, permitió que «Tú por mí», en principio una canción sobre amistad y sororidad femenina, se convirtiese en un himno lésbico.
Al álbum, no obstante, le costó arrancar. No fue sino hasta el lanzamiento del single «Voy en un coche», que se habría de convertir en un himno sobre la libertad. La compañía había hecho hasta entonces una importante inversión promocional, llevándola a unas 65 televisiones (pagando desplazamientos y fees de cinco músicos, más los gastos de Christina y la gente de promoción de la compañía). «Nos dimos cuenta inmediatamente de que teníamos algo grande entre las manos», confiesa Iñigo Zabala, entonces director artístico de WEA, confirmando la apuesta que hizo la compañía por este disco y por la carrera en solitario de Christina Rosenvinge.
Para los directos se hubo de buscar a una nueva banda, ya que la que había grabado el disco (la de Sabina) estaba ahora con los preparativos del disco Física y Química. También cambió Rosenvinge de mánager (se va con la oficina barcelonesa The Project). Todo se debió en que, al principio, Rosenvinge no le salían conciertos. El primer año apenas hicieron uno o dos. Y, llegado un momento dado, hubieron de bajar el caché. Ahí comenzó a cambiar la cosa. Se bajaron el caché global por bolo a medio millón de pesetas (unos tres mil euros actuales).
«Voy en un coche» encendió la mecha del despegue y el disco comenzó a tener éxito en España, pero también en Italia y Latinoamérica, fundamentalmente en Chile, Colombia y Perú. De hecho, en Latinoamérica, Christina se convirtió en una estrella del pop. Había conectado con una generación de adolescentes que se sentían empoderadas por esas canciones, ilusionadas con una forma de presentarse al mundo con valor y arrojo, plantando cara a una sociedad hipermachista que solo veía en las mujeres cuerpos sexualizados (y sexualizables). Christina Rosenvinge se construyó a sí misma con este disco y, al tiempo, ayudó a que muchas adolescentes se construyeran a sí mismas, a que aprendieran a que no tenían que ir por la vida pidiendo perdón. De ahí que, involuntariamente, el disco haya pasado a la historia como un disco generacional.